Gustavo Bessolo
Seremos concretos y claros, pues nuestra lucha también es por tales valores: la simpleza, el lenguaje de todo hombre honesto, las cosas como son.
Nos oponemos a la falsa idea de que la Tierra sea una esfera. Esta y no otra es la razón de nuestra cruzada, de la lucha que hemos emprendido contra el sofisma y el engaño. Nos da igual la forma exacta del mundo; plano, rectangular, semiesférico o incluso, si así fuese, cóncavo esférico (y nosotros viviendo en su interior). Lo que cuenta es que no pactemos con la impostura, que rechacemos la vana pretensión de la ciencia.
De esto es de lo que se trata.
No es una disputa por la forma del orbe, no nos interesan los argumentos, falaces, de nuestros oponentes, porque esta es una lucha por la Libertad.
De hecho, mientras más oponentes tengamos, más cerca estaremos de lograr nuestro cometido. No nos convencen sus razones, aunque sean irrefutables, y tanto si nos atacan como si nos ignoran, sabemos que cumplimos con creces nuestro propósito. Todas sus pruebas son difíciles de comprender para la mente moderna, que la ciencia ha domesticado. Todas ellas pueden ser rebatidas con jerga y números, como la ciencia ha hecho desde sus madrigueras. Así, quien los oye, queda convencido por un momento, pero basta que hablemos nosotros, y nombremos implausibles experimentos o complicados dispositivos, en los cuales no creemos, para que vuelvan a nuestro lado. El silogismo de oro: “si piensas como la mayoría, estás siendo engañado”, remacha su adhesión a nuestra causa. ¿Qué tonto no prefiere parecer incomprendido? ¿Quién no anhela una Cruz que lo convierta, ante los arrepentidos verdugos, en su generoso Salvador?
Algunos de nuestros oponentes optan por ignorarnos. ¡Benditos sean! Cada palabra que no dicen es una prueba en favor de cada palabra que nosotros decimos.
Hagan lo que hagan; trabajan para nosotros.
La ciencia, el objeto de nuestro aborrecimiento, nos ha provisto de las armas con las cuales la destruiremos. Se sabe condenada y nada puede hacer para sobrevivir a nuestro embate.
Ella comenzó esta guerra, desde que existe el mundo, seis mil años atrás. Soberbia, quiso respuestas cuando solamente se requería obediencia. Ella, mujer al cabo, tomó el fruto del árbol prohibido. Ese árbol que proveía conocimientos, sin duda, pero también sufrimientos. Ese árbol que nos despertó de la inconsciencia y la calma en brazos del Único, para arrojarnos a la duda y la desazón. ¿Y acaso no es eso lo que nos promete la ciencia? Cambiar, desconfiar siempre, dudar como método. No estar satisfecho, indagar, preguntar, sufrir, desobedecer, moverse, en un anhelo sin fin.
Contra tal inquietud luchamos.
No necesitamos razones, la felicidad del Hombre sería suficiente, pero también las tenemos.
En efecto, este movimiento perpetuo, esta carencia de Verdad absoluta, de Valores indudables, de certezas inconmovibles, genera el cambio y destruye la estabilidad. La incertidumbre instaura la anarquía, el odio de todos contra todos. Cuando el odio se agota en sí mismo, los hombres desean la paz. Sin embargo, como han sido domesticados por la ciencia, no vuelven a la paz de los viejos tiempos, la paz de la casa paterna, de las familias, del orden. Al contrario, escogen, creen que escogen, una paz fingida, opuesta a la paz de la tradición, porque se basa en la ciencia. Esta paz pronto se revela como lo que es; una dictadura, bien de los políticos corruptos o bien de los militares seducidos por la hija bastarda de la ciencia, la tecnología. Tal dictadura, fruto del mal, tiene un único nombre: colectivismo, sea que se disfrace de socialista, nazi o comunista. Por ello, luchar por la verdadera forma de la Tierra, cualquiera sea esta, es luchar por la Libertad.
No estamos solos, por ello, saludamos a quienes nos acompañan en la cruzada.
A los creacionistas, porque no dudan, de ellos será el mundo que anhelamos.
A los que descubren una conspiración tras otra, porque iluminan a nuestros seguidores en la única cuestión que importa, negar la dictadura de la razón.
A los que usan la duda que inventó la ciencia, esa maldición, para que los demás duden de todo lo que ella afirme, porque de ellos es el reino de la certeza revelada.
A los que predican la palabra del Señor, cualquiera sea, porque enseñan el odio al mal, que es siempre ajeno.
A los que se oponen a las vacunas, transfusiones, ingeniería genética, inteligencia artificial, máquinas, fertilización asistida y todo lo que no se pueda comprender, porque el miedo reúne a las ovejas en el redil.
A la industria farmacéutica, a los médicos vendidos a ella, a los ejecutivos de las corporaciones, a los gobiernos en las sombras, porque sin sus miserias, nos sería difícil probar que todo está mal y que la ciencia es la culpable.
A nuestros enemigos, defensores de (supuestos) derechos, luchadores por la (falsa) libertad, partidarios de la cultura de la cancelación, organizadores de provocaciones y escándalos, beneficiarios de la moda de lo políticamente (in)correcto y furibundos opositores a la Tradición. Son nuestros rivales, pero trabajan para nosotros cada vez que sus actos, que solamente convencen a sus acólitos, provocan disgustos en nuestros prosélitos. Su imbecilidad, que no es sino narcisismo, y su falta de tacto nos encantan, sigan así para que podamos sepultarlos con una carcajada.
A todos ustedes, usuarios de las redes sociales, por su patológica necesidad de aprobación, de mostrar que saben, de no callar un comentario a pesar de su ignorancia, que suele ser osada, su cacofonía asustará a las gentes que, corriendo, volverán a creer en la palabra monocorde y unánime de la obediencia, la certeza, la tranquilidad.
Sin embargo, nuestros mayores benefactores son quienes se quejan, se enojan, añoran un tiempo pasado, cualquiera sea, y desconfían siempre, de lo que sea. Gracias por difundir nuestro mensaje más arcano: la desesperanza, porque nosotros tendremos lista la única respuesta cuando todos sean como ustedes.
Hace pocos años éramos un puñado; quienes sabían de nuestra existencia se reían y nos describían en monografías de reducida circulación.
Hoy somos conocidos, no importa si creen o no en nosotros (eso es irrelevante) y nuestro nombre aparece en estudios y canales de video, en memes y refutaciones, en artículos de enciclopedia y charlas de sobremesa. Estamos, es lo que cuenta.
Mañana, nos apoyen o nos combatan, seremos más que ustedes, dictaremos las normas, seremos libres y volveremos al redil que nunca debimos haber abandonado.
Entonces, por fin, a nadie le importará la verdadera forma de la Tierra.
Excelente.
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