martes, 24 de agosto de 2021

UN TESORO ESCONDIDO

Débora Mayol Parodi



Aquella tarde de domingo, quizás por ser la más fría de la semana, comencé revisando los estantes del ropero y separé aquello que no usaba más. Acomodé la ropa por estaciones, por colores y luego ordené los estantes de arriba donde estaban las cajas colmadas de recuerdos, de fotos, y tarjetas. Por simple curiosidad empecé abrirlas, hasta que me encontré con la cajita musical de mi madre. Con un poco de cuerda empezó a sonar la dulce melodía de “Para Elisa”, mientras escuchaba descubrí en su interior una pequeña nota. Estaba escrita de puño y letra, inconfundible: era suya. En plena debacle existencial apareció ese papel amarillento como una luz de esperanza. Necesité ese abrazo cálido que solo ella me sabía dar y me pareció escuchar su voz:

“Nunca guardes odio en tu corazón, debes perdonar y olvidar, para que la vida no te sea tan amarga. El dolor enseña sin importar la edad. Disfruta cada momento como si fuera el último, siempre hay errores y nuevos aprendizaje”. Me puse a lagrimear y no pude terminar de leer la nota.

En mi memoria atribulada recordé cada detalle que me hacía amarla tanto, desde sus comidas bien condimentadas, como las salsas, el locro o el mondongo. El mate calentito esperándome sin importar la hora en que llegaba y las charlas interminables antes de ir a dormir. Rememoré su típica forma de ser y cuando salía coqueta con su canasto de mimbre, donde llevaba al pekinés a pasear. Como olvidarme, por ejemplo, del pañuelo de tela con un alcanfor envuelto que llevaba en el bolsillo derecho para evitar que se le pegue algún mal de ojo. O cuando volvía contenta con varios chocolates para compartir, aunque se reservaba los bombones blancos rellenos con dulce de leche que eran su deleite. O el infaltable cafecito de las noches con un poco de licor. Costumbres muy arraigadas.

Sin embargo, había un misterio girando alrededor de esa nota: ¿cuándo la escribió? ¿A quién se la dirigió? Nunca me dijo nada. Llegó en el momento justo, como un acto de inspiración y era la respuesta que precisaba. Sentí que nuestra conexión continuaba más allá del plano temporal o físico. Era una señal ineludible.

Sus últimos días de vida fueron difíciles, la diabetes la torturó y desencadenó una gangrena generalizada que avanzó rápidamente pese a la atención del equipo médico del sanatorio y ni las altas dosis de morfina le podían calmar los dolores. Ella se mantuvo lúcida, quejándose de un hueco en el alma y pidió ver a sus hermanos.

 Habían pasado años sin que ellos se hablaran, desde la muerte de la madre. Nunca les perdonó que la abandonaran en un geriátrico, como quien se desprende de algo que no sirve. Lo hicieron sin consultar a la única hija mujer y se desentendieron. Mi abuela no resistió la crueldad de no ver a los hijos varones y al poco tiempo murió. Y los hermanos nunca más se vieron.

 El reencuentro fue muy emotivo, se abrazaron largo rato, recuerdo que les dijo:

—Hermanos: retuve mucho odio en todo este tiempo y no quería irme sin verlos, les pido perdón. No puedo llevarme esta mochila pesada donde voy.

Los tres lloraron y permanecieron juntos un buen tiempo. Reviviendo ese momento pude recordar su mirada tierna, la que se apagó como una luciérnaga en esa maldita cama del hospital.

Busqué su retrato en mi mesita de luz y lo besé delicadamente. Y luego me volví a esa cajita con forma de corazón, que seguía sonando. Quizás estuvo esperándome todo este tiempo con el objetivo de transportarme al pasado en un abrir y cerrar de ojos. Era magia, pensé.

Comprendí luego de un rato que era el momento justo para afrontar esa decisión que postergaba y poder terminar de una vez con la situación que me tenía deprimida. Me mire al espejo y vi un fantasma, no era yo, no pude reconocerme. Mi separación había sido inesperada, el hombre al que ame se fue sin decir adiós. Y a eso se sumó la muerte repentina de mi padre. Después sobrevinieron los distintos conflictos hereditarios y abrieron una nueva herida en mi corazón apestado de dolor.

Las sesiones de terapia no producían los efectos deseados, porque lejos de ayudarme me desgastaban recordando un pasado lleno de ausencias. Me recluía y acostada veía pasar las horas, los días sin un estímulo. Las plantas comenzaron a marchitarse como mis ganas de vivir sin poder encontrar una salida.

Las cuestiones judiciales siguieron su curso, el papeleo me agobiaba y mi hermano no se presentaba a las audiencias de conciliación; enviaba un apoderado que escuchaba los fundamentos e insistía solicitando la venta de nuestra casa.

Pensé en esa pesada mochila llamada rencor, en nuestra madre y en su acto de grandeza. Era como una maldición generacional que no terminaba jamás.

La melodía de la caja musical seguía sonando y conjugó los tiempos, transportándome en una forma fantástica al tiempo pasado, cuando mis padres estaban vivos y los sentí cerca. No creo en las casualidades, nunca creí en ellas.

Pude ver una pequeña lucecita de amor y quise hacer las cosas bien, obedecer a ese mandato heredado. Así que lo decidí, mientras terminaba de acomodar las cosas desparramadas en el suelo. Mandé un mail a los abogados notificando mi decisión de vender todo. Sentí que era necesario cerrar un ciclo y comenzar de cero.

Se llegó a un acuerdo conciliatorio, la inmobiliaria actuó con diligencia y como si fuera un milagro, apareció un comprador a los pocos días para destrabar el conflicto. El día que fui a firmar la escritura, le imploré al escribano actuante que le entregue un sobre cerrado a mi hermano. Era esa bendita carta de mamá. Sin esperar ningún acto de bondad y mucho menos afecto, dejé el sobre y salí de la oficina.

Al mes, mientras acomodaba los libros en la biblioteca de mi nuevo departamento sonó el teléfono. Entre sollozos y titubeando una voz lejana, me dijo “Gracias por entregarme este tesoro” y cortó. Pensé en la sonrisa de mamá y le di cuerda a la antigua cajita musical. 


4 comentarios:

  1. Es un relato de vida atrapante, triste y esperanzador al mismo tiempo. Lo leí de un tirón.
    Excelente Deby, un placer leerte :)

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  2. Lo leí también de un tirón con algunas pequeñas pausas porque había que darle tiempo al corazón; algunas identificaciones son inevitables. Y la razón queda desplazada como para hacer otro tipo de análisis. Gracias!

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