sábado, 21 de agosto de 2021

EL PAPEL

 Joyce Barker Bucat


Se reunieron, como siempre, en la casa de María. Esta vez fueron Josefa, Jorge y Juana. La reunión consistía en llevar un invento de ellos, u otra persona, y mostrarlo a los compañeros en una disertación, haciendo funcionar el objeto y contestando las preguntas de sus amigos. Ese día fue el turno de Josefa. Se paró en la mitad de la sala, abrió su cartera y sacó un teléfono móvil. Lo puso sobre la mesa y dijo que eso no era un celular.

Un año antes de la reunión, Josefa había enviado por correo, una pregunta a sus amigos: “¿Cuál es el nombre de la última película que vieron?”. No se preguntaba nada más.

El aparato comenzó a girar sobre la mesa. Después de un rato, salió una luz blanca; el aparato subió la velocidad del giro y la luz blanca se transformó en amarilla. Subió aún más la velocidad y la luz se transformó en azul, siendo esta de una intensidad tan aguda, que costaba mirarla fijamente, a diferencia de las dos anteriores. María mantuvo la vista, al igual que Josefa, y soportaron como se soporta un sabor extremadamente ácido. Jorge y Juana no pudieron mirar más.

“El papel está en la azotea, creo que en el tercer cajón de la izquierda”, pensó María, mientras subía la escalera con la única intención de encontrar un papel que contenía la información de “algo importante”, según ella, pero que no conocía. Al segundo piso iba muy poco, una vez al mes o menos, solo para limpiar y guardar cosas en desuso. María se sorprendió al ver que había otros muebles, puestos en lugares diversos y una cantidad excesiva de polvo, como si el lugar no se hubiera usado en décadas. Pero no estaba asustada, ni siquiera por las arañas enormes ubicadas cerca de donde ella se encontraba. Se acercó a una cajonera vieja que, junto a una mesa de trabajo, eran los únicos muebles que estaban donde mismo y que tampoco cambiaron su forma o color. Abrió el tercer cajón y sacó un papel doblado por la mitad. Lo guardó en el bolsillo del pantalón, que era otro cuando se inició la reunión, y se apresuró en salir de ahí y llevar el papel donde sus amigos, a la sala. Pero no pudo salir, alguien estaba parado en el umbral de la puerta, María sabía perfectamente quién era: Antón Chigurh de No country for old men de los hermanos Coen, la película que respondió en el mail, vestido de azul oscuro, con botas vaqueras y el pelo hasta los hombros. María le miró las manos, estaban desocupadas, no traía consigo el tubo de aire comprimido y eso la relajó un poco; solo estaba parado en la puerta, bloqueándole el paso.

Al cumplirse un minuto desde que el celular empezó a girar, Josefa hizo un gesto con sus manos y el aparato se apagó, bajando rápido la velocidad y quedando absolutamente quieto.

—¿Qué les pareció? —preguntó Josefa, expectante de las respuestas, porque creía que todo había sido un éxito. Jorge aplaudió y dijo:

 —Te compraré uno para regalárselo a mi hija; a los niños les encantan estas cosas —rió.

Juana lo miró e hizo un gesto para irse, él asintió con la cabeza. María se paró frente a la puerta.

—Jorge, debí haber intuido que esto iba a pasar —dijo, desencantada por su reacción—. No eres el tipo de persona para estas experiencias, no te sabes concentrar; y tú, Juana, me has desilusionado también.

—¿Estas experiencias? ¿Cuáles? —respondió Jorge, tratando de mantener la sonrisa que ya empezaba a fingir. Hubo un silencio, Josefa miró a María y la notó algo extraña.

—Esperen —les pidió Josefa, pero la puerta de salida acababa de cerrarse por fuera.

—María, ¿estás bien? —preguntó sin respuesta—. ¡María! —Estaba con la miraba perdida, y había pasado un buen rato desde que el aparato fue apagado.

En la azotea, María estaba frente a Antón, que no se movía de la puerta.

—Hola, ¿cómo estás? —preguntó María. El hombre la miró sin responder, pero luego dijo:

—¿Cómo se llama este lugar?

—Estás en mi casa, en la azotea —respondió María. Hubo un largo silencio.

—¿Qué tienes en la mano? —preguntó Antón, súbitamente.

—Información relevante.

—¿Relevante por qué?

—No lo sé, solo sé que tengo que llevar esto donde mis amigos, van a necesitarlo.

—Quiero leerlo.

—Claro, lo veré contigo, yo también tengo curiosidad.

Antón se puso a su lado. María podía olerlo, tenía olor a vainilla.

—¿Qué perfume estás usando? —preguntó María, queriendo tener una conversación liviana con Antón que, a pesar de estar tranquilo y desarmado, la intimidaba profundamente.

—¿Por qué quieres saber eso? —dijo Antón, esta vez con algo de entonación en la pregunta, pero casi imperceptible.

—Porque quiero saber —dijo María.

—¿Por qué?

—Realmente no lo sé.

—¿Por qué?

—No sé —dijo ella, fingiendo no estar asustada.

—Dime por qué —insistió Antón tranquilamente.

—Te pregunté porque me gustó tu olor, hueles a vainilla —respondió, al fin.

—¿Por qué pensaste que a mí me iba a interesar si te gustó o no mi perfume? —volvió a preguntar Antón.

—No pensé en eso, es más, no debí preguntarte, lo siento —dijo sumisa.

—Lo sientes…

—Sí—contestó María, tratando de mostrarse impávida.

—Sientes haber preguntado.

—Sí —respondió temblando.

—No tengo puesto ningún perfume, es el olor de mi pelo cuando me lo corto.

—¡Ah!, ¿te lo cortaste hace poco? —dijo María, esforzándose en no decir algo que active el morbo de Anton.

—Ayer —respondió, inclinando levemente su cabeza hacia la izquierda.

María respiró hondo y se cruzó de brazos. Se tranquilizó, aunque sabía que estaba frente a un enfermo, un sicópata, alguien extremo e impávido y muy detallista. Y aunque quería preguntar por qué le salía olor a vainilla cuando se cortaba el pelo, prefirió no seguir.

—¿Te gusta mi corte de pelo? —preguntó pausado.

—No —dijo María, sorprendida por el interés que Antón tenía en saber eso. De pronto se escucharon gritos, y María reconoció la voz de Josefa, que corría por las escaleras.

—¡María! Hace más de media hora que estoy esperando a que regreses —criticó Josefa, entrando en la habitación—. Tuve que meterme en tu experiencia para encontrarte. Este es un caso extremo, la última de las tres veces que se hizo este experimento, un hombre no despertó más. Debí preguntar por películas que no contengan asesinatos: las experiencias pueden ser terribles. Ven conmigo, la reunión ya terminó y todos se fueron hace rato.

—Josefa, ¡qué mal educada! ¿No ves que estoy con alguien?

—Sí, lo veo perfectamente, es el personaje de No country for old men, el sicópata. Por eso estoy aquí, se suponía que ibas a bajar las escaleras y volverías a tu lugar, pero ¡nunca bajaste! —exclamó Josefa, un poco más calmada al encontrar a María aún consciente, pero sintiéndose culpable por haber expuesto a sus amigos a algo tan peligroso. En un caso anterior, un hombre había quedado en coma, por eso estaba absolutamente prohibido usar ese aparato, que ni siquiera alcanzó a tener un nombre. Josefa se esforzó en calmarse y continuó:

—Los personajes te ven como si fueras uno; no tienen consciencia de lo que son, pero tienen personalidad que, en este caso, es mejor no poner a prueba. Debí ser más precavida contigo. Por suerte, los otros no pudieron concentrarse en la luz azul, eso sí que hubiera sido desastroso —terminó de hablar, agarrando con fuerza el brazo de María para volver a la sala. Estaban por sobre el margen de tiempo probado hasta ese minuto.

—Se llama Antón —contestó María, quitando bruscamente su brazo de la mano de Josefa.

Antón estaba parado entre las dos mujeres y casi no se movía. Luego de un rato, giró hacia María y le preguntó:

—¿Por qué sabes mi nombre?

—Porque te vi en una película.

—No he salido en ninguna película.

—María —interrumpió Josefa— ¡Es suficiente! Si sigues acá vas a perder la consciencia, y vivirás esto como tu única realidad —y mirando a Antón, continuó—. Les quitamos las armas al programarlos.

Antón caminó hacia la mesa donde María hizo manualidades alguna vez. Tomó un pequeño cuchillo de mango amarillo, muy filoso y comenzó a apuñalarse la cara, en distintos lugares.

—¡No! —gritó María intentando quitarle el cuchillo, pero no pudo, tenía una fuerza descomunal.

—¡Déjalo, y vámonos ahora! —exclamó Josefa.

—¡Se va a matar! —gritó, cortándose ella también, al tratar de frenarlo.

—Claro que no, él no existe, pero tus cortes son reales acá y dónde iremos también.

Los cortes que se propinaba Antón, se cerraban inmediatamente, pero él los volvía a abrir.

—¡Para, aún nos falta leer el papel! —insistió María, pero Antón parecía no escucharla.

—¿Qué papel? —preguntó Josefa.

—Este, lo iba a leer con Antón y ¡mira lo que hiciste! —gritó enojada María; pero Josefa le quitó el papel de la mano y comenzó a leerlo. Empalideció súbitamente.

—¿Estás bien, Josefa?

—¿Por qué quieres saber? —respondió, mirando a María fijamente.

—Porque te noto extraña…

—Define extraña.

—¿Qué?

—Que definas esa palabra.

—¡No!

—¿Por qué no? Define extraña.

—Josefa, no sé qué decirte. ¡Para!

Antón seguía apuñalándose la cara, y Josefa insistía en lo mismo. María necesitaba descansar y bajar a la sala donde estaba el aparato. Pero bajar era imposible, la puerta de la habitación ahora estaba repleta de arañas, y supo que no iba a salir fácilmente de ahí. Se sentó en una silla y miró por la ventana. Afuera estaba oscuro, tanto, como si su casa estuviera dentro de una caja, y flotaban papeles pero solo uno resplandecía: "Ese es mi papel", suspiró.

8 comentarios:

  1. Me gustó mucho el ritmo de la historia, es original y está bien narrada. No se entendió "La crisis", pero entiendo que no hay límites en la manera de abordar el tema
    Buen trabajo!

    ResponderEliminar
  2. ¡Felicitaciones Joyce!
    Celebro este cuento porque no es un diálogo como nos tenés acostumbrados. Hiciste saltos de tiempo y espacio (eso me gusta mucho) le dan agilidad al relato y te jugaste más. Pero noto una reiterada temática del amigo invisible en todos tus textos. La trama es muy interesante. Muy buen trabajo. Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Deby, en el género de terror o fantasía, los "invisibles" viven felices. En cuanto a los diálogos, me parece que son un buen recurso para "escucharlos".

      Eliminar
  3. LO LEÍ, ME ASUSTÓ Y LO DEJÉ.LUEGO VOLVÍ A LEER Y ESTOY CON EL PAPEL EN LA MANO . ¿ALGUIEN PUEDE APAGARME? . EXCELENTE TEXTO. FELICITACIONES.

    ResponderEliminar