miércoles, 1 de junio de 2022

LOS CUENTOS DEL CAN CERBERO - NUEVA SERIE - 020

Toca para mí

Marcela Iglesias

Dora Gómez Q & Débora Mayol Parodi

 


Un profundo silencio lo rodeó. Estaba ahí, de pie, frente a tanta gente. Un chorrito de sudor comenzó a deslizarse por su frente. Su cuerpo temblaba, como si de repente todo el frío del mundo le hubiera calado hasta los huesos. Su delgada figura se hacía más alta con aquel frac negro y ese corbatín, que ella había escogido y amenazaba con dejarlo sin respiración.

En esos instantes, que se hacían eternos, pensó en todo lo que había pasado para llegar hasta ahí: las largas noches sin dormir, los carnavales sin fiesta, los fines de semana sin salir y cómo ella siempre estuvo ahí, haciendo los mismos sacrificios.

Y de pronto, un estruendo rompió el silencio que comenzaba a hacerse aterrador, al principio fuerte y sonoro y con el paso de los segundos comenzó a escucharse como lluvia fresca de verano. ¿Qué era ese sonido? No podía pensar, hasta que se dio cuenta que eran ¿aplausos? ¡Sí! Aplausos para él, todo el público de pie ovacionando una interpretación perfecta. El solista del año.

No cabía en sí de la felicidad. Y quiso compartirlo con ella; con angustia comenzó a buscarla entre la gente que aplaudía. Escudriñó la sala buscando su sonrisa de orgullo, su mirada altiva, su pecho henchido de los más maravillosos sentimientos hacia él. Estaba arrepentido de no haberla buscado al salir al escenario. Habría mirado directamente hacia donde estaba, se habrían amado con los ojos como cada vez que ella asistía a los ensayos. Le habría murmurado “toca para mí” antes de empezar, y él habría leído sus labios entendiendo esas tres palabras… Pero no lo hizo, estaba tan abrumado por este concierto que olvidó lo más importante.

Y ahora, no la encontraba entre el público. Empezó a sentir angustia. Se preguntó ¿dónde estaba? acaso en medio la rigurosidad de los preparativos, de las corridas por los imprevistos se olvidó de ella. En medio del escenario, agradeció los aplausos y sonrío para el público que lo alentaba. Levantó las manos en señal de victoria cuando las luces lo cegaban y el telón comenzó a deslizarse. Se fue caminando despacio hacia el camarín, saboreando el éxito y esperando que ella estuviera esperándolo como siempre. Que su abnegada esposa lo felicitara.

Había mucha gente que quería abrazarlo, el productor del concierto y gente cuyos rostros no conocía. Entró al camarín que lucía tan vacío como su corazón. Las flores recibidas descansaban en un jarrón junto a una nota. Pensó que eran del público y le restó importancia. Tomo un vaso de agua que no pudo aliviar el nudo que sentía atorado en medio de su garganta. Salió a los pasillos y les preguntó a los de utilería si la habían visto, nadie sabía nada. Le preguntó a un sujeto que estaba limpiando el piso si había visto a una mujer salir de su camarín, pero tampoco obtuvo respuesta.

Con un sabor agridulce volvió sobre sus pasos, se sentó frente al espejo y en ese instante santo recordó sus inicios como una secuencia interminable de flashbacks que se sucedían en la mente: el recuerdo de su madre cuando lo llevaba al conservatorio, recordó el día que debió abandonarlo por empezar un trabajo para ayudar en su casa, el día de verano en que la conoció y le contó su sueño mientras disfrutaban un helado a la salida de un recital … Y lloró con amargura, porque su compañera no estaba. Luego de un buen rato, se secó las lágrimas y tomó la nota. Reconoció inmediatamente su letra, no tuvo dudas. Era una carta de despedida.

¿Recuerdas que siempre te pedí que toques para mí? Fui ingenua. Tú siempre has tocado para ti. Y estoy segura que hoy ni siquiera me habrás buscado entre el público para darte el apoyo de mi mirada, de mi pedido suplicante “toca para mí”. Porque hoy es tu noche. Pero no es solo tu triunfo, también lo siento mío. Sin mí no lo hubieras logrado. Así como las mujeres amas de casa mantienen el hogar, porque sin su trabajo nadie podría ir al colegio o al trabajo en tiempo y forma así, si yo no hubiera trabajado en tu autoestima seguirías con el pánico escénico y no te conocerían más que tu madre y yo. Disfruta tu éxito. Es efímero. Me voy a desintoxicar de ti y tus niñerías y a buscar mis propios sueños, esos que jamás te interesaron. Ahora empieza lo mejor para ti y para mí. Me fui con el director de la orquesta, que tampoco estará en tu fiesta. Y saludas a tu mamá de mi parte, ¿vale?

 

 

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