Toca para mí
Marcela Iglesias
Dora Gómez Q & Débora Mayol Parodi
Un profundo silencio lo rodeó. Estaba ahí, de pie, frente a tanta gente. Un chorrito de sudor comenzó a deslizarse por su frente. Su cuerpo temblaba, como si de repente todo el frío del mundo le hubiera calado hasta los huesos. Su delgada figura se hacía más alta con aquel frac negro y ese corbatín, que ella había escogido y amenazaba con dejarlo sin respiración.
En esos instantes, que se hacían eternos, pensó en todo lo que había pasado para llegar hasta ahí: las largas noches sin dormir, los carnavales sin fiesta, los fines de semana sin salir y cómo ella siempre estuvo ahí, haciendo los mismos sacrificios.
Y de pronto, un estruendo rompió el silencio que comenzaba a hacerse aterrador, al principio fuerte y sonoro y con el paso de los segundos comenzó a escucharse como lluvia fresca de verano. ¿Qué era ese sonido? No podía pensar, hasta que se dio cuenta que eran ¿aplausos? ¡Sí! Aplausos para él, todo el público de pie ovacionando una interpretación perfecta. El solista del año.
No cabía en sí de la felicidad. Y quiso compartirlo con ella; con angustia comenzó a buscarla entre la gente que aplaudía. Escudriñó la sala buscando su sonrisa de orgullo, su mirada altiva, su pecho henchido de los más maravillosos sentimientos hacia él. Estaba arrepentido de no haberla buscado al salir al escenario. Habría mirado directamente hacia donde estaba, se habrían amado con los ojos como cada vez que ella asistía a los ensayos. Le habría murmurado “toca para mí” antes de empezar, y él habría leído sus labios entendiendo esas tres palabras… Pero no lo hizo, estaba tan abrumado por este concierto que olvidó lo más importante.
Y ahora, no la
encontraba entre el público. Empezó a sentir angustia. Se preguntó ¿dónde
estaba? acaso en medio la rigurosidad de los preparativos, de las corridas por
los imprevistos se olvidó de ella. En medio del escenario, agradeció los
aplausos y sonrío para el público que lo alentaba. Levantó las manos en señal
de victoria cuando las luces lo cegaban y el telón comenzó a deslizarse. Se fue
caminando despacio hacia el camarín, saboreando el éxito y esperando que ella
estuviera esperándolo como siempre. Que su abnegada esposa lo felicitara.
Había mucha gente
que quería abrazarlo, el productor del concierto y gente cuyos rostros no
conocía. Entró al camarín que lucía tan vacío como su corazón. Las flores
recibidas descansaban en un jarrón junto a una nota. Pensó que eran del público
y le restó importancia. Tomo un vaso de agua que no pudo aliviar el nudo que
sentía atorado en medio de su garganta. Salió a los pasillos y les preguntó a
los de utilería si la habían visto, nadie sabía nada. Le preguntó a un sujeto que
estaba limpiando el piso si había visto a una mujer salir de su camarín, pero
tampoco obtuvo respuesta.
Con un sabor
agridulce volvió sobre sus pasos, se sentó frente al espejo y en
ese instante santo recordó sus inicios como una secuencia interminable de flashbacks que se sucedían en la mente:
el recuerdo de su madre cuando lo llevaba al conservatorio, recordó el día que debió
abandonarlo por empezar un trabajo para ayudar en su casa, el día de verano en
que la conoció y le contó su sueño mientras disfrutaban un helado a la salida
de un recital … Y lloró con amargura, porque su compañera no estaba. Luego de
un buen rato, se secó las lágrimas y tomó la nota. Reconoció inmediatamente su
letra, no tuvo dudas. Era una carta de despedida.
¿Recuerdas que siempre te pedí que toques para mí?
Fui ingenua. Tú siempre has tocado para ti. Y estoy segura que hoy ni siquiera
me habrás buscado entre el público para darte el apoyo de mi mirada, de mi
pedido suplicante “toca para mí”. Porque hoy es tu noche. Pero no es solo tu
triunfo, también lo siento mío. Sin mí no lo hubieras logrado. Así como las
mujeres amas de casa mantienen el hogar, porque sin su trabajo nadie podría ir
al colegio o al trabajo en tiempo y forma así, si yo no hubiera trabajado en tu
autoestima seguirías con el pánico escénico y no te conocerían más que tu madre
y yo. Disfruta tu éxito. Es efímero. Me voy a desintoxicar de ti y tus niñerías
y a buscar mis propios sueños, esos que jamás te interesaron. Ahora empieza lo
mejor para ti y para mí. Me fui con el director de la orquesta, que tampoco
estará en tu fiesta. Y saludas a tu mamá de mi parte, ¿vale?
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