miércoles, 7 de septiembre de 2022

LOS CUENTOS DEL CAN CERBERO - NUEVA SERIE - 029

Caótico

Sergio Gaut vel Hartman

Dora Gómez Q & Guillermo Lamolle




 

—Sé que no me vas a creer —dijo Mandy; hablaba entrecortadamente y concluyó con un fuerte suspiro—. Pero te lo debo contar de todos modos.

Yo accedí a su petición y ella relató lo que le había sucedido. La escuché respetuosamente, calmo y receptivo. Y cuando terminó sentí como si el orden del mundo, esa estructura articulada y sistemática en la que creí haber vivido siempre, se hubiera sumergido en el caos, como si una sustancia oscura, contraria toda lógica, ininteligible, cubriera lo real y lo empujara hacia un inevitable colapso

—Te creo —le dije finalmente; me sudaban las palmas de las manos y un incontrolable temblor me recorría el cuerpo—. Sé que tu imaginación jamás podría urdir algo tan extravagante y sinuoso.

Mandy echó el cuerpo hacia atrás y cambió la expresión de su rostro. Hacía un momento estaba hechizada, captada por una pulsión maníaca, y ahora, ante mi observación, había experimentado una completa metamorfosis.

—¿Estás diciendo que carezco de la agudeza necesaria para inventar una historia?

Tragué en seco. No había querido decir eso, pero en rigor a la verdad, lo había dicho. ¿Cómo corregir el error?

—Te pido que me perdones, pero tu historia es tan absurda —argumenté— que solo traté de plantear la posibilidad…

—Ya sé qué quisiste plantear. —Mandy había pasado a la más completa y total indignación—. No te queda más remedio que creerme porque no podría haberlo inventado. Es eso.

—Es que… —balbuceé—, es que todo eso junto, un gigante descendiendo de una nave espacial, campos de teletransportación, un nacimiento inducido unos minutos después de la concepción, transformaciones de seres minúsculos en humanos perfectos, todo eso al mismo tiempo es demasiado extraño, salvaje e impracticable. No puedo sentir otra cosa que un profundo desconcierto.

—Entonces, ¿no me crees?

Mandy no parecía ser una chica a la que le gustase fantasear o que consumiera historias de ciencia ficción. Era sencilla, frontal. Trabajaba de camarera en un bar de la ruta entre dos pueblos polvorientos. Ahí nos conocimos, en una de las paradas que yo hacía una vez al mes para entregar los productos de mi empresa.

Ya me había comentado estar extrañada por la cantidad de gente que venía al bar, demasiada, por no tratarse de un lugar turístico.

—Es gente rara —dijo, señalando al oeste—, no beben nada, ni van al baño, solo comen, y no hablan, aunque yo lo haga. Piden la comida y miran con ojos ausentes, todos tienen esa mirada, por eso empecé a tratar de averiguar de dónde venían o adónde se dirigían, y era de allí, en el lugar que te dije. Entonces me animé a ir, una noche en que divisé unas luces extrañas que se reflejaban en el cielo del Valle de las Cabras como si fuese una aurora. Podríamos ir ahora mismo y lo verás con tus propios ojos.

—Vayamos pues —dije, entre incrédulo y entusiasmado.

 Al costado de la ruta había animales muertos. Se veían como bultos en la proximidad de la noche.

—¿Qué cosa serán esos bultos? —preguntó Mandy

—Nada, solo fardos —mentí.

Seguimos la ruta de curvas y contracurvas ascendentes.

—Créeme, había una cabina transparente, no más grande que una de baño, de allí salían seres diminutos, que eran fosforescentes, pero esa fosforescencia duraba sólo unos minutos más, y después de salir de la cabina que un ser gigantesco sacó de una nave ovalada, plateada y llena de luces. En poco tiempo esos seres diminutos alcanzaban un tamaño normal como nosotros. Ya lo verás.

Era noche cerrada y estábamos llegando al valle, iluminado por luces tornasoladas en el cielo.

Empecé a percibir algo en el aire. Al intentar racionalizarlo, vi que todos los sonidos se habían ido apagando, al tiempo que no sentía el mínimo viento en la piel. Parpadeé con fuerza y me palmeé la cara, porque parecía que algo malo pasara conmigo (y no con el mundo circundante), pero nada cambió. Creo que fue entonces que noté que Mandy ya no caminaba a mi lado. Algo realmente raro sucedía porque, sin darme cuenta, había ingresado en una zona de luz ocre. Esa luz no parecía venir de ninguna parte; pero lo más increíble es que recién veía una serie de construcciones, habitáculos, cabinas, dispersas aquí y allá, incluso en la dirección de la que había venido.

Una voz dijo:

—Fuiste elegido porque creíste en lo que Mandy te contó. No por fe, sino por apertura.

—¿Quién me habla? Y… ¿elegido para qué? —balbuceé. Todo tenía algo de onírico, pero a la vez tenía la certeza de no estar soñando.

—Acá, adelante.

Levanté la vista y… ¡caramba! Allí estaba Mandy, flotando, aunque su aspecto había cambiado notoriamente; de hecho, no entiendo cómo la reconocí. Era un ser, digamos, humanoide, pero no mucho. Posición vertical, simetría bilateral, esas cosas. Pero era ella.

—¿Sorprendido?

—…

—No eres el único; ni siquiera el primero. Hay unos cuantos aquí, y muchos más en otros lugares como este. Serán todos, con el tiempo. Pero es un proceso lento. Al principio estarás con otros de los tuyos, y nos encargaremos de su alimentación. Estás a tiempo de arrepentirte, por ahora.

—No, no me arrepiento —dije, sin saber bien por qué.

Una puerta apareció a mi lado. Parecía común, de madera, incluso algo rústica y añosa, con un pestillo oxidado. La abrí, y entré.

“Un pequeño paso para un hombre”, fue lo último que pensé.

 

 

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