martes, 30 de agosto de 2022

LOS CUENTOS DEL CAN CERBERO - NUEVA SERIE - 028

Tres especies de invisible

Itzel Alejandra Flores García 

Javier López & Sergio Gaut vel Hartman




Cuando subí al ascensor, la doble puerta corredera comenzó a cerrarse tras unos instantes. Pero, cuando faltaban unos centímetros para que una hoja alcanzara a la otra, se volvió a abrir. El detector de célula parecía haber captado a una persona que trataba de entrar, aunque yo no veía a nadie.

—Buenas noches —me dijo una voz incorpórea que me sorprendió.

—Esto... buenas noches. ¿Es usted el hombre invisible? —pregunté, sin saber muy bien lo que estaba diciendo.

—¡Cállese, idiota, que pueden escucharnos! —volvió a decir la misma voz.

Y ya no hablé más hasta que llegué a mi planta del hotel. El cuarto piso.

Antes de dormir pensé en lo que había ocurrido. Pero, analizando bien la situación, yo venía de tomar unas copas y era tarde. Quizá eso pudo confundir mis sentidos. Así que decidí que, definitivamente, lo que había ocurrido era producto de mi imaginación.

A la mañana siguiente salí de la habitación y volví a entrar en el mismo ascensor, para ir a la planta baja a tomar el desayuno. Cuando la puerta estaba a punto de cerrarse, de nuevo se volvió a abrir.

—Buenos días —escuché; y otra vez nadie.

Esta vez no hice caso. Supuse que sería la resaca.

Tomé el desayuno y, cuando fui a pagar, el camarero me dijo:

—Ya está pagado. Invitó el caballero de la mesa junto a la ventana.

—Gracias, señor —comencé a decir, girándome hacia el lugar en el que teóricamente estaba el gentil desconocido.

Pero allí no había nadie. Me volví hacia el camarero, tratando de buscar una explicación.

El camarero tampoco estaba, ni el bar, ni el hotel, ni yo mismo.

Despierto en mi habitación. Me duele la cabeza, siento náuseas. Vaya forma de recibir el nuevo año. Aquel sueño extraño me hizo sentir algo enfermo, pero al ver mis deshechos en el inodoro me tranquilizo. Son completamente visibles y olorosas. Mis sentidos las pueden percibir. No hay peligro alguno.

Me meto a bañar para que el agua tibia desvanezca la jaqueca; mientras me lavo la cabeza, cierro los ojos como siempre para que no entre jabón en mis ojos. Termino y tomo la toalla para secarme, salgo al vestidor y me pongo la ropa interior, los calcetines y el resto de la ropa sin ninguna novedad. Me dirijo al lavabo para peinarme y enjuagarme la boca, pero el sonido del timbre de mi habitación me hace cambiar de dirección.

—¿Quién es? —pregunto poniéndome los zapatos.

Suena otra vez y me asomo por la mirilla pero no veo a nadie afuera, sin embargo, el timbre vuelve a sonar y ahora con mayor insistencia.

—¿Quién es? — digo alzando la voz.

—Disculpe que lo moleste, pero es preciso que hablemos.

La voz se escucha justo detrás de la puerta, así que abro y pregunto:

—¿Es usted el hombre invisible?

—Pronto, cierre usted que pueden darse cuenta los otros huéspedes. —La puerta se cierra sola y siento algo así como una palmada en el hombro. La voz continúa—. Sentémonos en el recibidor.

—¿Es usted el hombre invisible?

—Así es, ¿qué no ve usted?

—Qué tarado, justamente no lo veo.

—Jajajaja. Obviamente, de eso se trata. Vengo porque cuando lo vi en el Lobby me di cuenta de que usted comenzará con lo mismo.

—¿A qué se refiere?

—Estoy acá a su lado derecho. Me refiero a que así comencé yo: escuchando a los invisibles, teniendo sueños raros. Esto es progresivo. Le quiero explicar que existen tres especies de invisible y la de usted parece ser de las más severas.

—Espere —digo retrocediendo algunos pasos—. Escuche: no soy del tipo fantasioso, no leo novelas de ciencia ficción y los brujos, las hechiceras y los conjuros no calzan conmigo. Así que ahórrese toda esta sarta de artimañas y vayamos al grano. ¿Quiere dinero para dejarme en paz? No tengo mucho, pero algo puedo darle.

La voz resuena por toda la habitación. El sujeto está riendo a carcajadas y solo vuelve a hablar cuando logra contenerse.

—¿Usted se cree que me tomaría todas estas molestias por un poco de dinero. —De pronto el tono se hace grave, angustioso, lúgubre—. Es una condena. Una maldición. ¿Se cree que disfruto, que esto es un juego? ¡No sea imbécil!

—¡Un momento! Yo no lo he insultado…

—¿Recuerda cuando advirtió que el camarero había desaparecido, y también el bar, el hotel, usted mismo? —El tipo habla sin prestar atención a mis palabras. Y sigue—. Así empieza la segunda fase de la invisibilización…

—¿Y cuál es la primera? —puedo intercalar, irónico.

—La primera aconteció cuando lo dejó su mujer, cuando sus hijos dejaron de verlo, cuando el señor Ordóñez, su jefe, lo aisló en la oficina del entrepiso.

De pronto siento un nudo en la garganta. ¿Cómo sabe eso el hombre invisible?

—¿Y cómo sabré que estoy en la tercera fase?

—Hay dos indicios seguros: el primero es que no verá su imagen reflejada en el espejo.

—¿Y el otro?

—Empezará a verme a mí.


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