Claro de Luna
Jorge Zarco Gabriela Vilardo
Itzel Alejandra Flores García & Joyce Barker
Era
la melancólica visión de dos amantes frustrados, Carmen y Ramón, perdidos en
medio de la noche, una postal digna de aquel instante, un lienzo pintado con
una rica gama de azules e iluminado por el claro de luna.
En
algún punto de aquella calle, había un balcón con una ventana abierta. En el
interior de la casa una radio emitía una canción de los Velvet underground. Aquel había sido el primer grupo profesional en
el que cantó un joven Lou Reed, y que había producido Andy Warhol, el gran
oportunista del arte moderno. Lo había hecho para promocionarse a sí mismo,
como siempre, aunque aquí el resultado fuese pura magia. La canción era “Pale blue eyes”, quizá no tan conocida
como la mítica “All tomorrow parties”
cantada por Christa Päffgen, Nico, cuando empezaba a tontear peligrosamente con
la heroína. Ramón pensó que tarde o temprano, todas las historias de amor se
acababan frustrando; que la pasión desaparece y que tal como decía Burt
Lancaster en Il gatopardo de
Visconti: “Un matrimonio acababa siendo un año de fuego y veinte de cenizas”.
Era la implacable verdad nunca asumida de que la pasión se vuelve rutina, tarde
o temprano. Aquello era lo que a ellos les había ocurrido: cuando las pasiones
de la juventud se apagan y todos los días parecen iguales... Ellos no habían
sido la excepción. Empezaron a caminar calle abajo mientras desde el interior
de aquella casa comenzaba otra canción entonada por un Lou Reed que ya criaba
malvas desde hacía mucho tiempo. Lo que sonaba ahora era “White light/White heat”. Sus ánimos comenzaron a subir de a poco: esa
canción la escuchaban en las reuniones con amigos que hacían en la casa. Carmen,
que ya comenzaba a aburrirse de la eterna melancolía que los mantenía juntos, esa
magia muerta que persistía en ellos, habló después de mucho rato.
—Me
gusta más como canta Nico. Qué buena idea tuvo Warhol de invitar a los Velvet Underground a tocar en su Factory. Sin eso, quizás Lou…
—¡No
te atrevas a decir eso!
—¿Qué?
¿Dices que la decisión de Warhol, al querer ser el manager e incorporar a Nico,
no fue acertado para la banda?
—Duraron
un solo disco. Lou Reed los despidió después.
—Sí.
Qué pena que haya sacado a Nico. Su voz era única. —La mujer, que conocía la profunda
admiración de su marido hacia Lou Reed, continuó—: White light la cantaba Bowie también.
—¿Y?
—La
cantaba mejor.
—¡No!
—gritó sin darse cuenta—. Son diferentes…
—Te
delataste solo. Eres como un fanático adolescente. ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Drogarte
con heroína? ¿Patear un basurero? Eres tan…
—Estás
tratando de dejar mal a Lou.
—¡No!
Me encanta Lou Reed. Sobretodo esa otra canción, Stupid Man… —Ramón no quiso contestar; sabía que si empezaban con sarcasmos,
nada bueno resultaría de ese paseo lánguido. La pareja siguió su camino,
mientras White light se desvanecía tras
ellos—. Creo que debemos conversar —dijo ella, sacándose la argolla del dedo
anular.
—De
qué quieres hablar. ¿De terminar? Porque si es eso, dale,adelante.
—¡Cuánta
valentía tienes esta noche! —la contundencia de Ramón indignó a Carmen—. Pues,
hablemos. ¿Entraremos, luego, sin esta claro de luna, en un Perfect day? —gritó ella mientras se detenía
a prender un cigarrillo. El sarcasmo volvió a aparecer, y Ramón supo que la provocación
se reiniciaba cuando su mujer nombró, otra vez, una canción de Reed. Supo que
la relacionaría con ese letargo del cual ella también era responsable. “Una
cobarde manipulación”, pensó.
La
mujer tropezó con un adoquín. Largó una bocanada
de humo y cantó: Oh,
it's such a perfect day I'm glad I spent it with you Oh, such a perfect day.
—No
puedes ponerte tan desagradable. —Ramón apretó los dientes, bajó la cabeza y
trató de tranquilizarse. ¡Cómo decirle que la responsabilidad había sido
compartida! Y se debatía entre defender la canción de su ídolo y el perverso
significado que ella le daría para no reconocer que hablaban de algo que los
dos habían sostenido.
—Me
pregunto si al amanecer iremos al parque y haremos honor a Perfect day, de tu querido Lou, pero ignoro a cuál de todas sus interpretaciones
nos acercaremos.
—Escúchame…
—¿Se
te ha dado por destronar nuestra sexualidad? ¿O querrás convertirla en un
carnaval, más de lo que ya ha sido? ¿Me cargarás de culpas o iremos al zoo y
luego a ver una película? —Tiró el pucho y rio con sorna—. ¡A perfect day tendremos! No quiero ser
la Kronstad de esta canción.
—Escúchame…
—Qué
quieres que escuche. ¿Tus palabras de siempre, tu aburrido parloteo defendiendo
causas perdidas, tu costumbre de no tomar en cuenta mis opiniones?
—¡Déjame
hablar!
La
discusión tomó aires incandescentes por la tensión acumulada durante tanto
tiempo, y ninguno de los dos se sorprendió de que hubiera un estallido.
El
paseo concluyó; era tarde y seguía escuchándose la voz melancólica de Lou desde
el balcón abierto: Caroline says…
—Ramón,
¿qué estás haciendo? No me jales.
—Ya
estuvo bueno de que me interrumpas y te subas en una retahíla de reclamos.
Sugeriste que te convertirías en la Kronstad; lamento mucho decirte que estás
muy lejos de llegarle a los talones.
El
exabrupto se había convertido en furia. Una furia incontenible que se apoderó
de Ramón. Él empujaba y tironeaba a su mujer, quien profería grititos y
reclamos.
The
things she does, the things she says People shouldn’t treat others that way. Se
oía cantar a Reed. Oh Caroline, says, yeah Caroline says She treats me
like a fool…
—Me
estás lastimando, Ramón. ¡Suéltame!
La
mujer logró zafarse del marido y corrió calle abajo pero sus zapatos de tacón
alto le jugaron una mala pasada. Un adoquín y una banca de concreto terminaron
el pleito marital.
Ramón
la miró caída en el suelo. No habría comenzado de saber que aquello terminaría así,
pensó, pero es gracioso; no estoy para nada triste.
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