Volver a empezar
Laura Irene Ludueña
Si esa afortunada circunstancia llegaba a producirse, se haría realidad lo que tanto había deseado, conocer la costa amalfitana. No pensaba en que era el viaje que habían soñado hacer con Marc. Lisa recién se estaba recuperando de la ruptura que había sido violenta y conflictiva. Nunca olvidaría cuando le confesó que todos los documentos eran falsos. Eran los documentos que hubieran asegurado su futuro, sus ahorros de toda una vida. Después de eso lo había insultado, había llorado, gritado, maldecido, jurado vengarse hasta que prefirió olvidarlo para no sentir otra vez la humillación que vivió al saber que todo había sido un engaño. Por eso, al enterarse que su querida tía Mary le había legado una pequeña fortuna, se propuso concretar el viaje a pesar de todo.
Mary había sido el sostén de su adolescencia, la que la había contenido cuando tuvo su primera decepción amorosa. Recodó que solía decirle con una sonrisa: “Lisa, recuerda que el amor no es nada más que un juego, algunos ganan y otros pierden”. Una explosión de triunfo ahogó su dolor al sentir que volvía a abrazarla, a consolarla desde otro lugar. Le estaba regalando la posibilidad del tan ansiado viaje.
Lisa había elegido pasar el invierno en medio de las montañas; quería descansar y cargar las baterías para enfrentar lo que venía. Había sufrido demasiado y era hora de reconstruirse. La luz cálida caía sobre los lejanos cipreses mientras los contemplaba reflexionando sobre su vida. Desde que buscó refugio en la vieja cabaña se dedicaba sólo a leer, caminar, alimentarse sanamente y dormir sin medicamentos que indujeran a ello. Cuando despertó esa mañana recordó que sobre la mesa de madera había varios documentos que debía leer y firmar para cerrar el trámite de la herencia. Levantó la mano para sujetarse los lentes y comenzó a pasar las hojas mientras tomaba el primer café del día. De pronto, escuchó ladrar al viejo ovejero que descansaba en la galería exterior. Alguien se acercaba, observó al intruso con una evidente desconfianza. ¿Quién era?
—¿Lisa Levit? Buenos días; soy Cristian White, el abogado del estudio legal Macchiario al que encargó los trámites de su divorcio. ¿Me permite pasar? Quisiera hablar con usted.
—En este momento estoy ocupada, si no le importa podemos encontrarnos más tarde, ¿le parece? —contestó sin pensar demasiado mientras, calmaba al perro que gruñía desde un rincón.
Acordaron que se reunirían esa noche en algún lugar del pueblo que confirmarían con un mensaje telefónico. Lisa prefería evitar el encuentro, pero sabía que ese momento llegaría inevitablemente. Arribaron al lugar de la cita casi al mismo tiempo; sentados en una mesa alejada de la entrada comenzaron hablando del tiempo, de la belleza del lugar y de cualquier nimiedad sin abordar todavía el tema que Lisa tanto temía.
—Como usted le solicitó al estudio, traje los papeles del divorcio —dijo White sin más preámbulos—. Marc quiere dejarle el departamento y aceptar cualquier propuesta que sugiera respecto del resto de los bienes.
—No hay duda de que está enfermo si es tan generoso conmigo. Sobre todo, después de lo violento que se puso cuando le dije que quería el divorcio —acotó Lisa con ironía.
—Le pide disculpas por esa reacción, pero trate de entenderlo, nunca pensó que usted lo haría —respondió el abogado.
Lisa firmó todos los papeles sin leerlos siquiera y se fue del lugar dejando que el letrado se hiciera cargo de pagar lo consumido. Decidió caminar un poco antes de subir a la camioneta; estaba triste. Entendía que, después de todo, las cosas se habían resuelto bien, sin la violencia de los primeros días. Habían logrado actuar como hacía la gente adulta. Sentía las lágrimas en sus mejillas mientras emprendía el regreso cuando llamó su atención un tumulto en la esquina de la calle. Un niño de unos cinco años lloraba desconsoladamente junto a su bicicleta mientras un hombre mayor intentaba consolarlo. Alguien les recordó el juramento que habían hecho cuando los autorizaron a usar la bicicleta en las calles. El acuerdo era entre el niño y el abuelo, por un lado, y quienes dirigían el asilo por el otro. El abuelo se veía avergonzado, como si lo hubieron encontrado cometiendo un delito. Lisa pensó que cuidar al pequeño era algo más complicado que mantenerse de pie a su lado mientras pedaleaba. Verlos así, al pequeño como un adulto y al viejo como un niño, le generó tanta ternura que la emocionó. En ese estado de sensibilidad regresó a la cabaña. Conducir la vieja camioneta la relajó lo suficiente como para tomar el camino más sinuoso. Lo condujo al borde del abismo y desde allí contempló la inmensidad del paisaje a sus pies.
El día siguiente amaneció caluroso y húmedo. Se levantó temprano y se preparó para anotar todo lo que necesitaría para el viaje. Reparó en que usaba la misma indumentaria que utilizó cuando dejó a Marc. Sólo que esta vez, su estado de ánimo era otro. Le vino a la memoria otra de las frases de su tía Mary: “Aprende de las olas, a veces vale la pena retirarse a tiempo para volver luego con más fuerza”.
Muy buen cuento. Me parece excelente el uso de las frases. Muy bien enlazado con las frases.Soy Deanna Albano
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