Inmortalidad
Juan Orozco Luisa Madariaga Young
Laura Irene Ludueña & Sergio Gaut vel Hartman
Herbie hizo una pausa y me miró con atención. Y mientras nos contemplábamos mutuamente lo vi tal como era antes de haberse convertido en uno de los hombres más ricos del planeta. Tuve una imagen nítida del joven agudo y comunicativo de otros tiempos, cuando nuestro principal interés era perseguir a las muchachas, ver viejas películas en blanco y negro, preferentemente polacas o japonesas, y permanecer en los bares discutiendo sobre Fellini, Resnais y Kurosawa hasta que un mesero fastidiado por el escaso consumo nos sacaba del lugar a los empujones.
—Estás pensando que todo tiempo pasado fue mejor, ¿verdad? —Hice un gesto bastante críptico, a través del cual no se podía deducir si estaba o no de acuerdo con él Pero la pregunta exigía una respuesta.
—No exactamente —dije—. “Mejor” es una palabra escasa, restringida. En cierto modo añoro aquellos momentos, cuando profesábamos ideales y no estábamos tan preocupados por tener el pene más largo del barrio.
—¿Ese es el juicio final sobre mi ascenso?
—¿Tu ascenso? ¿Acaso diste un salto para llegar a la Luna?
Una negra nube ensombreció el rostro de mi amigo. Solo yo podía ponerlo frente a la frivolidad del dinero, de la acumulación de dinero. Pero se rehízo de inmediato.
—¿Descartamos la envidia que te produce?
—¡Por supuesto! Te vas a morir, lo mismo el más desgraciado de los indigentes.
Otra pausa significativa y a continuación un disparo certero, que impactó en el medio de mi frente.
—Estoy trabajando para resolver ese tema —dijo Herbie. Esa media docena de palabras sacudieron todas mis ideas preconcebidas sobre la vida… Pero el disparo no fue más que en el sueño que estaba teniendo en aquellos instantes. Desperté sobresaltado.
—Es verdad que todos venimos desnudos y terminamos muriendo, ¿no?
—Sí, en principio, sí —respondió Herbie—. Por lo tanto los humanos debemos encontrar la solución que nos permita vivir más, ¿de acuerdo? Para eso voy a empeñar la mayor parte de mi fortuna, para que se investigue y se avance en cuestiones relacionadas con la longevidad.
—Sería una posibilidad —repliqué—, un buen esfuerzo de la ciencia. Sé de personajes relevantes que estarán congelados hasta que se encuentre la forma de revivirlos… a la espera de que podamos conseguir una tecnología suficiente que los devuelva a la vida, o mejor, una técnica que alargue la existencia del ser humano y se tarde mucho más en fenecer.
—¿Tan malos somos los humanos, que dice el refrán “dentro de cien años, todos calvos”, aunque esta regla, confirme las excepciones? Dice el mito que Sisifo nunca alcanza la cumbre, que siempre debe volver a empezar, una y otra vez. Habría que superar esas desavenencias, ¿verdad? Ya es hora de que avancemos y no se destruyan nuestros logros… ni ocurran cataclismos como el Diluvio Universal.
—No creo que todos los humanos seamos como Sisifo —protesté—, pues no todos somos iguales, por lo que todavía hay esperanza.
—En eso te asiste la razón: no somos todos iguales, pero algunos tienen la capacidad mental para inventar, usar la lógica, la ciencia, la tecnología, y podría nombrarte muchísimas cualidades más. Aunque no cualquiera sabe cómo hacerlo. Y no olvides que, como el resto de los animales, somos capaces de procrear para perpetuar la especie, que mala o buena, es la nuestra. Sin embargo, como no he tenido tu suerte de poseer una inteligencia superior quiero legar algo al futuro y me parece buena idea usar mi dinero para que el ser humano viva más y mejor.
—¿Acaso te convertiste en el hedonista que recién descubre la brevedad de la juventud? Quizás necesites que alguien te perpetúe en un lienzo, así como estás hoy, aún joven, bello, rico y poderoso. “El intelecto es en sí mismo una forma de exageración y destruye la armonía de cualquier rostro. En el momento en que te sientas a pensar, te vuelves todo nariz, todo frente, o cualquier otra cosa horrible” —acoté con ironía—. Cuando éramos jóvenes habíamos pasado horas filosofando sobre el sentido de la obra de Wilde.
—El hedonismo no necesariamente trata de buscar placeres físicos o sexuales, sino que también involucra placeres del espíritu —dijo Herbie—. ¿Ya te olvidaste de nuestra juventud? Acabas de mencionar nuestras prioridades. Creo que el tiempo pasa demasiado rápido para dejarlo escapar así, como si nada.
Herbie sabía cómo ponerme en mi lugar, esta vez el disparo certero había dado en el centro de mi corazón.
―¿Qué dirección tomará tu línea de investigación que difiera o desarrolle todo lo que conocemos hasta el momento? ―dije a modo conciliador. Sonrió satisfecho.
―Lograr la inmortalidad, paralizar el envejecimiento. ¿Qué sentido tiene vivir muchos años si se pierden las facultades juveniles? —Lo observé entre asombrado e incrédulo y una duda cercana a la certeza comenzó a tomar forma dentro de mí. ¿Durante estos últimos años el rostro y figura atlética de mi amigo no eran solo el producto de un tratamiento sofisticado? ¿Estaba experimentando con algo diferente y quizás no tan inofensivo? Comencé a sentirme horrorizado―. El secreto está en la sangre humana —continuó argumentando con pasmosa tranquilidad—. El procedimiento consiste en extraer cierta cantidad de sangre, se separa el plasma y luego se lo inyecta en varios puntos del rostro y cuello, la regeneración de los tejidos es inmediata, pero tiene un primer inconveniente: se debe repetir el tratamiento cada tanto tiempo porque las dosis y el área a tratar son pequeñas por razones obvias. ¡Es tu propia sangre! —Herbie estaba excitado, fuera de sí—. Pero utilizando mayor cantidad de plasma y modificando pequeños detalles el efecto rejuvenecedor es irreversible. ¿Dónde obtener sangre suficiente? No es posible lograrlo con donantes voluntarios. La solución es sencilla, ¡perfecta! Se utiliza la sangre de los humanos inferiores, de aquellos declarados no aptos; existen millones en todo el mundo y de paso la nueva sociedad humana quedará limpia de toda lacra, enfermedades y miseria, resurgiendo como el ave Fénix hacia la eternidad. ¡Soy el primer inmortal! ¡No estoy financiando una quimera!
Hay incoherencias. dice que está soñando que le dispara en la frente y que despierta sobresaltado... y sin embargo sigue la conversación. Por otro lado algunos párrafos extremadamente explicativos son densos y aburridos. Este relato necesita más limpieza.
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