lunes, 29 de agosto de 2022

CUENTO AL CUADRADO - 012

Masacre

Irma Elvira Tamez Oscar De Los Ríos

Alejandro Bentivoglio & Sergio Gaut vel Hartman




 

Al llegar la noche, un hombre de baja estatura, poblada barba negra y largos cabellos, irrumpió en la tienda. Tenía los ojos en llamas y en sus labios afloraba una risa burlona que espantó a Ka­terina. Si el hombre hubiera empuñado una navaja ella habría sabido cómo defenderse. Pero la expresión del rostro del sujeto era más intimidante que un arma.

—Me encantaría comprarle una de estas —dijo el intruso señalando una MAC-11 que había quedado sobre el mostrador. Katerina intentó guardarla antes de que el hombre la pudiera arrebatar, pero no lo logró.

—¡No la toque! —exclamó a destiempo. Él se puso a examinar el compacto subfusil e hizo un comentario que indicaba a las claras que sabía de qué hablaba. Un arma como esa no es algo que se tome a la ligera, ni usarse para hacer bromas.

—Tengo intenciones de ingresar a algún colegio de negros y limpiar un poco el ambiente, ¿qué le parece? ¿Sabe cuántas balas por minuto dispara? No menos de mil doscientas. Claro que solo podría vaciar un cargador de treinta y dos balas cada diez o quince segundos, considerando el tiempo de recarga.

La palidez de Katerina había ido en aumento a medida que el tipo soltaba su amenazante discurso. Seguramente era un bufón que trataba de disfrutar con el terror que producían sus palabras. Pero ¿si no lo era? ¿Y si realmente se disponía a masacrar a medio centenar de niños de una escuela?

Katerina extendió la mano al tiempo que se preguntaba qué hacer; apenas si logró contener el miedo y la preocupación ante el tono amenazante de aquel hombre; con una gran seriedad en el rostro continuó con la mano extendida. Hasta que el tipo estalló en una carcajada que parecía que le tronaría el tímpano.

Le solicitó una gran cantidad de municiones, ella titubeó un poco pero no tenía más remedio que darle lo que le pedía. Dio la vuelta y se dirigió a la salida. Ella, valientemente, le recordó que no había pagado el importe; el sujeto giro la cabeza y la miró de reojo mientras abría la puerta para continuar su rumbo.

Katerina se dispuso a cerrar el local del que solo era la empleada; cerró la puerta, recargó la frente y echó a llorar como nunca lo había hecho. Sabía que lo correcto era informar primero que nada al señor Hoffman, el propietario de la armería, pues al entregar el corte de caja faltaría el importe del arma y de la municiones que el sujeto se había llevado, o tal vez hablar con el alguacil, pero más allá del robo… ¿qué pruebas había de la masacre que aquel hombre pensaba perpetrar? Procedió a cerrar el corte y llenar el acta de lo sucedido para luego depositar todo en la caja fuerte que en alguna hora de la madrugada, Hoffman iría a recoger.

Al salir del local observó a todas direcciones, presentía que el tipo estaba agazapado, esperando que ella saliera para atacarla. Se había hecho más tarde que de costumbre y no había nadie en la calle; solitario, en la vereda de enfrente, un perro callejero destrozaba una bolsa de basura en busca de comida. Un golpe, como un martillazo sobre metal, hizo eco en las paredes vecinas; la cortina metálica había llegado al final del recorrido. Confundiéndolo con el sonido seco que hace la MAC-11 al saltar el cerrojo para disparar, Katerina se arrojó al suelo esperando sentir los balazos en el cuerpo. Y ahí quedó, hasta que los lengüetazos del perro la hicieron reaccionar, mientras una mano la tomaba del brazo ayudándola a incorporarse.

Gracias alcanzó a balbucear, aún en estado de shock.

Desde el primer momento en que te vi supe que eras la indicada para entrar conmigo a la escuela y masacrar a todos esos negritos de mierda.

Las palabras le llegaron casi al mismo tiempo que el pinchazo en el hombro.

Despertó en una pequeña habitación hermética, solo una pesada puerta la separaba del exterior. Lo primero que hizo fue palpar su cuerpo en busca de heridas de bala y, al no encontrarlas, pensó que estaba muerta; hasta lo deseó con tal de no volver a escuchar la voz de ese hombre. De pronto, se abrió la puerta y el perro callejero se le echó encima moviendo la cola, arrancándole una sonrisa.

Lo traje para que te haga compañía, no quiero que te vuelvas loca, sino que aceptes, que lo que vamos a hacer es lo correcto.

—¡Nunca voy a aceptar un crimen como este!

—Es cuestión de perspectiva —dijo el perro—, lo haría yo mismo si pudiera, pero carezco de pulgares opuestos.

Katerina miró al animal. Lo había escuchado hablar. ¿El tipo la había drogado? ¿Estaba soñando?­

—El perro me reclutó —explicó el tipo, como si hubiese estado leyendo sus pensamientos—. Sabe ser persuasivo.

—¡Los perros no hablan!

—Noto mucha negatividad —dijo el perro—. No hay que matar negros, los perros no hablan. Todo es no. Quiero ser amable pero no te estás esforzando.

—¡Ustedes están locos!                                

—Creo que hay que tranquilizarnos un poco y…

—¿Escuchaste eso? —preguntó el perro.

El tipo sacudió la cabeza.

—Malditos humanos y su oído inútil.

La puerta estalló y un pulpo con un arma en cada uno de los brazos los apuntó.

—¡Están todos detenidos! —gritó el pulpo.

—Entiendo que puedas sostener las armas con las sopapas de tus brazos —dijo el perro—, pero no vas a poder dispararlas.

—Son armas modificadas a mi estructura corporal.

Para enfatizar hizo ocho disparos simultáneos en dirección al techo. Katerina fue incapaz de reaccionar. Un perro que hablaba, un pulpo justiciero. Aquello ya era demasiado. Así que decidió rendirse a lo inevitable.

Con cuidado se quitó la piel para dar lugar a su cuerpo verde y dejó que las antenas de su cabeza asomaran.

—Basta de surrealismo terrícola, yo me vuelvo a Kairos 5.

Haciendo un sonoro plop, desapareció del cuarto. Los otros se miraron, aquella historia se resolvería indefectiblemente en el silencio de lo imposible.

 

 

1 comentario: