La continuidad
Laura Irene Ludueña
Hugo Cháves Rafael Martínez Liriano
& Sergio Gaut vel Hartman
Al despertar creí que me iba a encontrar el dormitorio cubierto por los escombros y residuos sembrados por las pesadillas nocturnas. Pero nada de eso estaba sucediendo. Todo era absolutamente normal. Los objetos estaban en su sitio, tal como los había dejado la noche anterior. No hay mejor modo de estar seguro de que uno ha despertado y de que todas las vivencias previas no fueron otra cosa que ilusiones, fantasías, los ladrillos que usan los oniros para construir las imágenes extravagantes y fatuas que pueblan los sueños.
Sin embargo, luego de desayunar, cuando salí a la calle, descubrí que había barro por todas partes. Las casas, los comercios, los automóviles estacionados estaban cubiertos de lodo. En los sótanos, en los desagües, en los zaguanes. ¿Cuándo se había deslizado esa materia para cubrir los objetos? De pronto, como si nunca antes hubieran estado ahí, vi que las personas se habían transformado en estatuas de fango, o más bien en una pasta pegajosa semejante a cera fundida. Solo yo permanecía intacto y podía caminar sin dificultad. La senda que transitaba estaba libre de ese sedimento y hasta se abría como el mar Rojo al paso de Moisés… ¿De qué estoy hablando? ¡Maldición! El sueño seguía, no había despertado. Y ni siquiera podía acariciar el consuelo de que me perseguían las tropas del faraón. ¡No! Un comando anfibio me seguía de cerca. Los tipos estaban armados hasta los dientes y los primeros disparos hicieron impacto en el muro, justo encima de mi cabeza.
Uno de ellos sacó de no sé dónde una ametralladora antiaérea portátil como las que usaba Rambo, esas que se abastecen con una tira de balas, cananas, así se llaman esas tiras de balas. Me apuntó, yo sentí el calor del infrarrojo de la mira láser en mi frente y me disparó, vi acercarse las balas como en cámara lenta, lo que me dio tiempo a cubrirme con las frazadas; por suerte las frazadas que eran de fibra de titanio, detuvieron todas las balas.
Salté de la cama pisando las vainas servidas de la ametralladora. Estaban calientes todavía, me quemaban los pies, me apure y de un empujón abrí la puerta y me metí en la cocina.
Ya tranquilo y despierto puse en el procesador nuclear los granos de café que me habían teletransportado desde la India, le di cinco milisegundos, lo apagué y bebí el líquido de un trago; cargué mi memoria interna con las noticias de la mañana y con una selección de los diez mejores temas del gran Rabito, elegí teñir mi pelo de color plateado y con rulos; programé mi corazón en modo tracking y salí a correr por el holoparque.
Pero algo extraño sucedió cuando abandoné mi burbuja habitacional. Todo el entorno se veía en formato real, no onírico, los vecinos eran reales, las calles, los autos y los bocinazos eran reales, las flores olían a flores y el césped era mullido.
¿En qué momento dejé de soñar? ¿O seguiría soñando aún? Realmente no lo sabía. Últimamente mi mente jugaba con un lenguaje simbólico propio que hubiera sorprendido hasta el mismo Hipnos. Tampoco me parecía demasiado raro que, bajo el abrigo de la oscuridad, fuerzas y pulsiones provenientes de un mundo alternativo al estilo de Overlord, se encuentren, y me confundan en una sombra de inmensa profundidad. ¿Quedé atrapado en un juego donde el mundo que conocí ya es una leyenda? ¿O simplemente estoy soñando otra vez? Soy responsable de lo que pasa por mi cabeza en mis pocas horas de reposo y las imágenes que me llegan son tan vívidas que las creo. En algunas ocasiones pienso que provienen de mis miedos más profundos y en otras que alguien las insertó allí. ¡Maldición! ¿Qué me está pasando? Necesito saber en qué mundo estoy o, si estoy en el mundo.
Trato de entender… ¿Qué revela esa imagen de lodo cubriéndolo todo? ¿Y las vainas que hacen cosquillas en mis pies cuando las piso en el suelo de mi dormitorio? Mi entendimiento se unifica con el universo existente y ya no sé si vivo en el pasado, el presente o el futuro. Navego en un tiempo sin tiempo, donde se anulan las fronteras del lenguaje y entro a un mundo de símbolos e imágenes que desconozco. Cada mañana es la continuidad de diferentes realidades intangibles que me atormentan. No puedo explicar de dónde provienen estas ideas, ni qué revelan. Solo sé que tienen un significado y que, por ahora, no sé cuál es.
Las horas se mezclan arbitrariamente con los días, al menos eso parece, y la línea entre realidad y ficción hace mucho que no existe, ahora solo soy un ser que lucha por mantener su cordura sin saber siquiera si es real o solo una idea difusa, un peón sujeto a la voluntad de una o más personas. Pero este ir y venir entre sueño y realidad al que mi mente me ha condenado, debe acabar.
Salgo de la cama y espero en el jardín a los soldados anfibios y sus armas entre las estatuas amorfas que alguna vez fueron parte de mi realidad. La legión de pesadilla no tarda en aparecer, como pensé. Ellos también están listos para poner fin a esta historia sin sentido, poco a poco se agolpan frente a mí con sus armas listas y sus ojos acuosos encima de mí. Levanto los brazos en silencio invitándoles a disparar, pero nada sucede, solo hay silencio. Todo ha terminado, sin mi miedo ellos no pueden vivir, así que simplemente se van a ese lugar de mi mente en donde aún queda algún espacio y allí permanecerán, esperando para atacar de nuevo a la mínima señal de flaqueza. Por mi parte me tiendo en la grama mientras el entorno se disipa envuelto en grandes nubes brillantes y blancas que lo cubren todo hasta que no queda nada más que la apacible sensación de sueño profundo y agradable del que no hay necesidad de despertar.
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