Desnudez
Luisa Madariaga Young
Guillermo Lamolle & Hernán Bortondello
Rodeada por la oscuridad de
la habitación me revuelvo en mi cama sobresaltada, tratando de razonar en medio
de la noche. ¿Estoy realmente despierta? ¿Es solo una pausa dentro del
recurrente sueño de casi todas las noches? Se ha repetido tantas veces que me
asombra lo fácil que se me hace saber lo que pasará, incluso puedo reconocerlo
en mi subconsciente ya que se inicia como un hermoso espejismo donde me veo
caminando junto a alguien que nunca identifico, pero que, inexplicablemente, sé
que amo mucho; el calor de su mano me trasmite una paz infinita, me siento como
flotando de bienestar. Paseamos entre la gente sin hablar, disfrutando la mutua
compañía; veo fuentes donde desbordan miles de peces de brillantes colores; se
destacan los azules y amarillos. ¡Todo tiene tanta belleza! Mi espíritu vuela
hermanado al de mi desconocido acompañante; esa conexión entre ambos es increíble,
no existen palabras para describirla, es tan grandiosa que deseo vivir por
siempre en ella. Pero entonces todo cambia, lo que hasta ahora era tan
maravilloso finaliza convertido en una pesadilla irreal, y es que de pronto
tomo conciencia de que me encuentro en medio de una multitud y estoy
completamente desnuda. ¿Cómo es que hasta ahora no lo había percibido? Hago lo
posible por buscar algo de ropa y no la encuentro, las personas me hablan y al
parecer no les importa o no ven mi desnudez; busco inútilmente a mi compañero y
lo veo entre la gente; ya no me tiene de su mano y mi vergonzosa desesperación
crece hasta despertar. Y así, cada tantas noches, regreso a mis curiosas,
locas, amadas, odiadas, irreales, ruborizadas y recurrentes ensoñaciones. ¿Será
cierto que los sueños tienen algún significado? Porque para muchos, ya sea
soñando o no, mostrarse desnudos puede ser algo fascinante y bastante
divertido. Repienso mi pregunta, y esta vez me suena un poco tonta. ¡Claro que
tienen que tener algún significado! Lo que varía, supongo (no soy ninguna
experta), es el criterio para interpretarlos, o traducirlos, si se quiere, al
lenguaje de las palabras; una tarea harto difícil, llena de limitaciones y
prejuicios. Pero volviendo a mi sueño, ¿por qué esa recurrencia? Seguramente
hay algo importante ahí. O podría ser, simplemente, falta de creatividad por mi
parte; pero supongamos que no. ¿Qué pueden significar esa persona de la que no
conozco ni el rostro y ese entorno estimulante y placentero, y por qué siempre
termino desnuda y avergonzada? ¿Acaso algo en mí está gritando que mi desnudez,
real o simbólica, también puede ser placentera, que lo que falta para poder
disfrutar de todas esas maravillas soy yo misma, en mi estado más «natural»?
Mmm... No sé, pero me gusta esa posibilidad. Si fuera psicóloga, y un paciente
me trajera ese sueño, tal vez le mencionaría eso mismo, llena de orgullo
profesional. Porque debe ser bravo, ¿no?, que te traigan un sueño y no tengas
la más mínima idea de por dónde agarrarlo. Bueno, para algo estudian... yo qué
sé, me acuerdo de esos peces de colores... siempre me fascinaron, pero en el
sueño tienen una especie de valor extra, siento como si hubiera encontrado un
tesoro ahí, disponible. Se me ocurre una idea. Voy a esperar un día lindo e ir
a un acuario, a ver si ver esos mismos peces, pero despierta, me dan alguna
pista. Es un delirio, ya sé, pero ahora que dispongo de cierto tiempo libre
puedo dedicarme a jugar un poco. Y, para hacerlo más real, podría invitar a
alguien... pero ¿a quién? No conozco a nadie que pueda sustituir a mi
acompañante onírico. ¿O sí? ¡Pues claro que no! Cuarenta
y cinco años y jamás una relación seria. ¿Para qué mentirme? Dos amigas casadas
y compañeros de trabajo no cuentan. Mejor averiguo en el smartphone a qué hora puedo visitar el Centro de Vida Subacuática
del que tanto me hablaron Marcela y Claudia. Creo que acerté cuando limité el
ejercicio de mi profesión a las mañanas: este lugar abre exclusivamente por la
tarde; sonrío satisfecha.
¡Al fin completé
las seis horas en la oficina! No pasaban más. ¡Carajo! Por querer llegar rápido
al coche casi me tuerzo el tobillo y rompo un taco; es que estoy tan
entusiasmada por dilucidar el acertijo de mis noches… Arranqué casi al dar
vuelta la llave, conduje como una loca y ahora me asombro de haber llegado en
apenas veinte minutos. ¡Pero si recién abren las puertas de la exhibición! Pago
la entrada, ansiosa, e ingreso a un verdadero laberinto cuyas gruesas paredes de
cristal permiten disfrutar de la maravillosa vida marina, lacustre y fluvial.
Como le pasa a la mayoría, me enamoro de los delfines y me cuesta un gran
esfuerzo abandonarlos para seguir recorriendo. ¿Pero que es aquel desértico estanque?
Apenas posee un lecho de grandes rocas, sin algas ni corales. Me acerco curiosa.
Una plaquita dice: Maylandia lombardoi -
Lago Malawi (Tanzania, Mozambique y Malawi). ¿Mozambique? De pronto me siento
descompuesta. Por el rabillo del ojo capto movimiento. Entre las grietas rocosas asoman tímidas parejas de pececitos…
¡Amarillos y azules! La vista se me obscurece y tambaleo, una luz estalla en mi
mente: ¡Mozambique! ¡Aldeia Lusefa! Una niñita y su papá, semidesnudos, vuelven
de nadar en el lago. ¡Los portugueses!, grita la gente huyendo. Él suelta mi
mano: corra para a floresta, minha menina!
Es mi padre y su piel morena enfrenta los fusiles. Mi verdadero padre.
Excelente, muy bien narrado y mantiene la tensión hasta el final. Me gustó mucho
ResponderEliminarYo veo una desconexión al final. Son tres los que escriben y la verdad es que solo se notan dos voces. es decir que mientras dos de los participantes sí se preocuparon por guardar la coherencia en el texto, el último no lo hizo y de allí que se note la diferencia.
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