Muchas
personas creen que la fortaleza se encuentra en la musculatura física obtenida
en los gimnasios, pero puedo asegurarles que existe una superior, aquella que
sale a flote cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles o extremas; me
refiero a la fortaleza de espíritu para librar batallas que parecen imposibles.
Evelyn es mi hija menor; se mudó lejos y pocas veces nos veíamos en un año,
aunque siempre nos hemos comunicado a diario, esa es la razón por la cual quedé
devastada cuando ya desesperada por no saber de ella, recibí un correo que
fielmente transcribo aquí:
“Madre
querida, mientras lees mi carta yo estoy luchando por un sueño. Te conozco y se
cuánto vas a llorar, pero te ruego comprendas que no me despedí precisamente
para evitar ver toda la angustia reflejada en tu rostro al embarcarme en una
incierta travesía donde todo puede pasar.
Comienzo
diciéndote que el primero en irse, hace tres meses, fue Carlos (ahora querrás
desear que nunca nos hubiéramos casado) con la idea de trabajar duro para ir
pagando la deuda, ambos pensamos que si esa afortunada circunstancia llegaba a
producirse el niño y yo viajaríamos después para reunirnos en Estados Unidos (no
lo hicimos juntos por razones de dinero).
Llegamos a Nicaragua en la noche y estuvimos
viajando por varias horas. Cuando amaneció vi como la luz cálida caía sobre los
lejanos volcanes ¡Es increíble admirar esas cúpulas blancas! Y me preguntaba
¿Será la nieve? ¿Es posible que exista el invierno en medio de las montañas
aunque estemos finalizando el verano? Mientras marchábamos (hay tramos que
tenemos que hacerlos a pie), no dejaba de recordar tus enseñanzas cada vez que
teníamos que cruzar un río caminando por un estrecho y elevado puente colgante;
algo más complicado que mantenerse de pie luego de una pasada de copas.
En Honduras
formamos un grupo mayor con personas de otros países, entre ellos había un niño
de cinco años que lloraba asustado, el pobrecillo no encontraba a su padre, me
acerque y le ofrecí unas golosinas para consolarlo, casi inmediatamente llegó
su papá que con una explosión de triunfo ahogó el dolor de creerlo perdido en
medio de tantas gentes. Me dijo que eran venezolanos y que viajaban solos. A lo
largo del camino hicimos buena amistad y nos ayudábamos mutuamente. Me había
percatado que ellos poseían salvoconductos, pero él me confesó que todos los
documentos eran falsos, lo único verdadero eran nuestras identificaciones y
pasaportes.
Madre, es
cierto el peligro que se corre. En Guatemala un hombre se acercó a nuestro guía
que observó al intruso con evidente desconfianza, se notaba claramente que era
de las fuerzas policiales. Te confieso que hasta ese momento no había visto un
arma en ninguno de ellos, debían de tenerlas ocultas, pero sin yo saber cómo,
el guía ya lo tenía encañonado y lo condujo al abismo desde el borde del
angosto camino que estábamos cruzando. Todos estábamos paralizados, solo atiné
a cubrirle los ojos a Carlitos y susurrarle bajito ¡No es nada más que un
juego! No escuchamos disparos, pero tampoco quisimos averiguar qué sucedió…
Antes de
llegar a México nos separaron en grupos pequeños y nos volvieron a reagrupar, luego
de cinco días de viaje, en un rancho aislado, muy cerca de Tapachula. Ahí volví
a reencontrarme con el venezolano (Francisco es su nombre), lo reconocí porque usaba
la misma indumentaria que usó cuando nos vimos la primera vez, apenas era una
sombra de la persona vivaracha que me había ofrecido amistad unas semanas
antes. Le pregunté por su hijo y un rictus de amargura desfiguró su rostro,
llorando me dijo que en la selva algún insecto había picado a su niño
provocándole fiebres y sudoraciones extremas, que le había rogado al guía hacer
una parada cerca de algún pueblo para al menos comprar medicamentos, que el
guía vino, observó por unos minutos a su hijito y se volvió diciendo “No hay
duda de que está enfermo, pero no podemos parar, la vida de una sola persona no
puede poner en riesgo la de los demás ni el dinero que se está pagando,
negocios son negocios” ¡Perdió a su niño, madre, y yo quedé angustiada pensando
en el mío! Traté de encontrar palabras que lo reconfortaran y no pude ¡No
existen palabras de consuelo, los padres nunca deben ver morir a un hijo! Solo
atiné a ponerle una mano en su hombro y me susurró que ese horrible momento de sepultarlo
en medio de la selva, sin apenas unos minutos de despedida prefirió olvidarlo
para no sentir otra vez el vacío de la pérdida. Hasta ese momento yo no tenía
total conciencia de los verdaderos peligros a los cuales me estaba exponiendo,
pero me sobrepuse a la debilidad momentánea con voluntad de acero.
En México nos
quedamos estancados por muchos días; éramos más de doscientas personas
amontonadas en una casa con las mínimas condiciones higiénicas, ningún
mobiliario y sobre la mesa de madera había varios rollos de nylon para acumular
los desechos ya que no podíamos salir al exterior, todos dormíamos en el piso
sobre colchas que nos trajeron, eso sí, nunca nos faltó la buena comida
(demasiado picante pero hicimos de tripa corazón y ya nos acostumbramos).
Finalmente
sacaron al primer grupo y nos dijeron al resto que estuviéramos preparados para
salir en la madrugada. Esperamos por horas y nada. Luego vino uno de los guías
para informarnos que una de las camionetas del traslado se había volcado y tristemente
unas diez personas murieron, por lo que las fuerzas federales estaban en
operativos, en otras palabras, suspendidos los traslados hasta nuevo aviso. Un
colombiano les recordó el juramento que habían hecho de protegerlos hasta la
frontera por una suma de dinero bastante alta. El guía levantó la mano para
sujetarse los lentes antes de responder que se reunirían esa noche en algún
lugar cerca de Chiapas para coordinar con todos sus contactos un traslado
seguro; luego añadió: “Nosotros somos buenos, pero no quieran vernos molestos”.
Era evidente la amenaza ante tantos interrogantes que definitivamente no iban a
responder.
Madre amada,
a partir de este momento ya no podré comunicarme más. Voy a cruzar el puesto
fronterizo, pasaré un tiempo detenida en inmigración y luego esperar a que mi
hermana venga por nosotros. Por favor, no la culpes, es cierto que ella es la
que está financiando gran parte de esta travesía, pero fue nuestra la decisión.
Soy fuerte, madre, no te imaginas cuanto, he sobrepasado límites que yo misma
desconocía. Sé que estás desgarrada por dentro, que a partir de ahora apenas
podrás respirar esperando con angustia noticias mías ¡Ten fe y confianza en mí,
estaremos bien! ¡Mi decisión y fortaleza de espíritu es grande! Un beso enorme desde lo más profundo de mi corazón, los amo con locura por
siempre y para siempre”.
hum... siento que para ser un relato, ler falta un nudo. Pareciera más bien el fragmento de una historia que no se llega a contar aquí.
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