Puertos
Yaya Madrigal Oscar De Los Ríos
Joyce Barker & Sergio Gaut vel Hartman
La capacidad de Ingmar para ganar dinero era tan limitada que no podía aspirar a vivir en una casa decente o darse algún mínimo lujo, y aunque a Noelia eso parecía no importarle demasiado, ya que era el tipo de persona que jamás se queja, que todo le parece fantástico y está dispuesta a experimentar cualquier cosa, él sentía que podía perderla en cualquier momento. Gracias a esa capacidad de su amada para unirse a cualquier aventura, Ingmar vivía aterrado y sin esperanzas.
Los
hechos se precipitaron el día que fueron juntos al puerto. Noelia preguntó con vehemencia
cómo se desempeñaban los pescadores y uno de ellos la invitó a embarcarse y
comprobar por sí misma en qué consistía la faena de plantar las redes,
arrastrarlas y recoger el producto que el mar ofrecía. No le pidió permiso a
Ingmar para ir, por cierto, jamás se hubiera permitido algo como eso. Ingmar
sintió que algo se rompía en su interior, pero no dijo nada. Supo que si lo
deseaba, regresaría, y que si uno de los pescadores la llevaba al otro extremo
del mundo aceptaría el convite sin vacilar. Era tan intenso estar con ella,
pensó, Ingmar, y tan fácil perderla... Por un momento se imaginó tomando el
cuchillo que uno de los pescadores había dejado sobre la tabla que se usaba
para limpiar las corvinas y bonitos y destripar al sujeto que iba a robarle a
Noelia y a Noelia misma.
Los
celos lo carcomían, se odiaba a si mismo por sentirse tan poca cosa y dudar de
su amor. No sabía qué había visto Noelia en él para elegirlo como amante, era
tan desabrido y predecible que a la mayoría de las mujeres les parecía
aburrido. Se quedó contemplando el mar con la mirada perdida, y mientras
admiraba la inmensidad sintió que algo le ardía por dentro; era el corazón que
le latía implorando un cambio, ya no podía seguir con esa media vida, siendo un
don nadie.
Ingmar
dirigió la mirada al muelle y alcanzó a ver una pequeña lancha con su nombre
rotulado en la proa: “Aventurero”. Sabía que esa era la señal; no preguntó de
quién era la embarcación, quería ir tras Noelia para impresionarla. Nunca había
hecho nada atrevido en su vida, su mismo cuerpo desconocía esa emoción, pero se
sentía tan bien que la sonrisa le desbordó el rostro mientras ponía en marcha
al motor.
—Pero
si ese tipo no sabe pescar ni un resfriado —dijeron los pescadores que estaban
en el muelle—. ¿Qué hace, está loco?
—Déjalo,
es algo peor. ¡Está enamorado de esa loca! —Entre murmullos y risas vieron que
la lancha se adentraba en el mar. Parecía como si la embarcación lo hubiera
elegido a él; era grande, veloz, tenía una gran red, casi nueva, víveres, una
lámpara y una maleta negra que no alcanzó a abrir porque vislumbró a lo lejos
la lancha en la que Noelia y el pescador se habían marchado; estaba varada en
la playa de un islote.
Al
llegar a la orilla, Ingmar encalló la lancha, divisó al pescador y a su esposa
y salió corriendo hacia ellos quienes, al verlo, agarraron sus ropas y se
escondieron en el pequeño bosque interior. No podía creer lo que estaba
pasando. ¿Acaso suponen que les haré daño?, reflexionó. ¡Claro que sí! ¿Con
quién cree que se casó? ¿Con un pelagatos? Mientras corría tras ellos,
visualizó su vida junto a Noelia. Todo el amor que le había dado durante tantos
años. Ella nunca dijo que me ama. ¿Y por qué está conmigo? ¿Está? ¿Estuvo
alguna vez? Se recordó junto a su mujer mientras ella miraba para otro lado;
era una imagen recurrente. Noelia, incluso, lo insultó en público, varias veces.
¿Qué quería de él? Ni siquiera era buen mozo. En una oportunidad se encontró en
un bar con Augusto, el ex marido de su mujer.
—No
dejes que te consuma —le dijo el hombre—; ella no quiere a nadie y quiere a
todos al mismo tiempo. Por eso
no le importa quién o cómo eres, simplemente, no le importa. Solo desea
entretenerse. No te engañes, amigo. Te consumirá —terminó diciendo ese hombre
de no más de cincuenta años, pero con la apariencia de alguien mucho mayor.
¿Qué
estoy haciendo?, pensó Ingmar. ¿Acaso no tengo amor propio? No, no tengo. Y era
verdad: no tenía porque no lo conocía; había crecido en el seno de una familia
apática. Un muerto en vida.
No entendía qué le había querido decir
Augusto, y tampoco perdería tiempo en averiguarlo. Si había llegado hasta allí,
no podía regresar sin confrontarlos. Conocía bien el islote y sabía que, para salir,
debían volver por la embarcación.
Los esperaría oculto en la lancha del
pescador.
Solo una duda lo asaltaba: si el sueño lo
vencía antes de que volvieran, el muerto sería él. Tendría que elegir el
momento en que abandonaran el bosque. Solo saldrán si creen que me he ido, se
dijo. Además, estaba desarmado y nunca había peleado con nadie. El pescador
seguro llevaría un puñal.
—¡El destripado como un arenque seré yo! —gritó
a los cuatro vientos, con bronca y frustración.
Pero, al mismo tiempo, esta descarga lo
serenó. Debía pensar qué hacer. Fue entonces que recordó la lancha en la que
había llegado. Con la idea de encontrar un arma regresó a la embarcación y la
registró de arriba abajo; no había nada que le pudiera servir. Solo quedaba la maleta
negra. Forzó la cerradura haciendo saltar la tapa con un destornillador. Estaba
llena de billetes hasta el borde, más dinero de lo que nunca había soñado. Levantó
la vista, como si el dinero lo hubiera cegado, y el agua le devolvió el reflejo
del nombre de la embarcación: Aventurero, en letras negras y
doradas. Entonces rompió a reír, pensando en la cara que pondrían Noelia y el
pescador cuando descubrieran que no estaba.
Nunca más lo volvieron a ver en ese puerto,
pero sí en casi todos los demás.
Buena historia. no me esperaba la vuelta de tuerca. Es el medio el que no funciona muy bien. No aporta nada a la historia lo que le cuenta el ex marido. Por lo demás, bien.
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