Contacto diferido
Guillermo Lamolle Víctor Lowenstein
Sergio Gaut vel Hartman &
Hernán Bortondello
Dos
seres semitransparentes se deslizaban por una planicie polvorienta salpicada
aquí y allá con manchas de forma indefinida. Eran aglomeraciones de células
autótrofas, de un color violáceo, que absorbían la luz de la estrella local en
la banda correspondiente del espectro. La atmósfera era algo tenue, pero
respirable para aquellos seres y la escasa gravedad facilitaba su marcha,
contrarrestando de algún modo la respiración un tanto exigida.
Al
pasar unos riscos tropezaron con un artefacto de cuatro ruedas que parecía
estar desplegando algunos apéndices de función desconocida, muy lentamente. Los
seres, posiblemente sorprendidos y turbados ante la inesperada presencia del
dispositivo, si tales reacciones pueden ser atribuidas a criaturas sin ninguna
similitud con lo humano, giraron alrededor del mismo, probablemente tratando de
determinar su origen y propósito.
Cuatro
años después, en el centro de control terrestre de la misión Próxima, iniciada
medio siglo atrás, decenas de ojos expectantes veían cómo se formaban la
pantalla las primeras imágenes que se recibían de un planeta ajeno a nuestro
sistema solar. Cuando al fin se completó, hubo cierta perplejidad.
—Hay
alguna falla en la transmisión —argumentó el supervisor a cargo de las
comunicaciones—, o podría haber habido daños en el instrumental. Ha pasado
tanto tiempo…
—Estamos
revisando —respondió un técnico—. Supongo que se refiere usted a esas dos zonas
borrosas.
—Sí,
¿tienen alguna hipótesis?
—Mmm…
varias, pero esperemos a recibir más imágenes. Con lo que tenemos hasta ahora
sería pura especulación.
Había
sido una larguísima espera, pero por fin aparecían los primeros datos. Todos sabían
que aquello había ocurrido hacía ya cuatro años, y costaba acostumbrarse al
desfasaje. Pero a partir de ese momento la información llegaría en un flujo
continuo y podrían dejar de pensar en los cuatro años de demora.
Las
cámaras montadas en el fuselaje del vehículo tomaban primeros planos de la
superficie desértica del planeta. No esperaban mucho más que llanuras
polvorientas y cráteres. Y fue justamente por eso que, cuando vieron a los dos
seres semitransparentes deslizándose en torno a la unidad autónoma de exploración,
un grito unánime de sorpresa, casi un rugido, recorrió la amplia sala del
centro de control.
—¿Qué
diablos es eso? —lanzó el supervisor, ante la seguidilla de imágenes, cada vez
más nítidas. Las zonas borrosas fueron concretándose y pronto no hubo ninguna
duda: aquellas formas semihumanas, violáceas y atravesadas por una suerte de
resplandores lumínicos eran criaturas alienígenas que estaba inspeccionando el
artefacto autónomo.
—Podrían
ser… —El técnico farfullaba, ajustando infructuosamente los controles de
imagen—, podrían ser destellos perdidos, reflejos de luz diurna en alguna
superficie reflectante…
—No
—sentenció el exobiólogo, situado a espaldas de los demás, quienes
inmediatamente se dieron vuelta para interrogarlo con sus miradas—. Son seres
inteligentes, no lo duden. Aunque nos cueste creerlo, Próxima d está habitado.
—¿Cómo
puede estar seguro? —se descargó el supervisor, fiel a su estilo desafiante.
Con
parsimonia, el científico dejó el vaso del café que había estado bebiendo sobre
una de las mesas y le habló al grupo.
—En
primer lugar, no hay zonas borrosas, sino formas definidas de aspecto
claramente humanoide. En segundo lugar, la luz que irradian, tal como se puede
apreciar en el registro biométrico, corresponden al calor interno de esos seres,
invisibles pero no incorpóreos. Y, en tercer lugar…
—¡Qué!
—gritó, sin poder contenerse el iracundo supervisor.
—En
tercer lugar, ¿cómo reaccionaríamos nosotros si de pronto, paseando por el
Sahara o Gobi nos topáramos con un artefacto evidentemente extraterrestre?
—No
han reaccionado de ninguna manera —objetó el psicólogo conductual que nunca
hasta ese momento había intervenido. Nadie entendió nunca por qué un
profesional de ese campo formaba parte del equipo; pero los que mantuvieron ese
interrogante se podían dar por respondidos—. Están inspeccionando. Es decir,
hace cuatro años que empezaron a preguntarse lo mismo que nosotros ahora. ¿Qué
significa esto? ¿Hay otras criaturas evolucionadas, además de nosotros, en el
universo?
—Eso
no es lo más relevante, licenciado —dijo otro de los que hasta entonces nunca
habían justificado su presencia en el centro de control, un coronel del
ejército que, según algunos, era un experto estratega, además de campeón
mundial de go—. Lo que necesitamos saber es qué han deducido estos seres en los
últimos cuatro años.
—Tardamos
cincuenta y dos años en llegar a Próxima d —dijo el director general de la
misión.
—¿Y
usted está seguro de que a ellos les tomaría el mismo tiempo llegar a la Tierra
para aniquilarnos? Nosotros, haciendo un enorme esfuerzo, pusimos una sonda en
Próxima d y estos bichos… —el
militar empalideció e interrumpió sus especulaciones señalando el gigantesco
monitor—. ¿Adónde diablos se fueron los muy malditos?
—¡Director!
¡Llegaron las lecturas del módulo orbitador! ¡No hay registros superficiales ni
subterráneos de civilizaciones u otra vida que no sea esa especie de liquen
violeta! —informó agitado, John Smith, el supervisor de comunicaciones.
—Pero
¿cómo es posible? Ordene que los técnicos corroboren la información y descarten
fallas en nuestros receptores. ¡Rápido!
Pero
el aludido no se movió, parecía haberse petrificado con la boca semiabierta.
—¿Qué
ocurre, Smith? ¿Smith…? ¡Por Dios! ¿Acaso se ha quedado mudo? —entonces el
jefe advirtió que la mirada del asistente se fijaba en algo a sus espaldas. Intrigado,
se dio vuelta y no pudo entender lo que veían sus ojos. ¿Cómo hacerlo si en
medio de la sala se erguían las dos criaturas vistas a cuatro años luz de donde
estaban apenas unos minutos atrás?
—Disculpen
la intrusión, vecinos —dijo en voz alta uno de los humanoides de piel morada
que ya no era translúcida— pero encontramos algo de su propiedad y nos hicimos
un viajecito para devolvérselos. Somos proyecciones somáticas de los musgos neuronales
que habitamos el mundo que llaman Próxima d y ojalá hayamos adoptado una
morfología amigable para ustedes. No los molestaremos más, pero, antes de
abandonarlos, debemos advertirles que el consorcio galáctico reglamenta que
seres con su nivel evolutivo no pueden abandonar la estrella de origen, ni
explorar más allá de su sistema.
¡Recuérdenlo! Las multas son dolorosas…
Desaparecieron.
La sonda quedó sobre una mesa.
Mui bueno. Los humanos relembrados de su insignificância .
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