jueves, 25 de agosto de 2022

CUENTO AL CUADRADO - 009

 

Contacto diferido

Guillermo Lamolle Víctor Lowenstein

Sergio Gaut vel Hartman & Hernán Bortondello




 

Dos seres semitransparentes se deslizaban por una planicie polvorienta salpicada aquí y allá con manchas de forma indefinida. Eran aglomeraciones de células autótrofas, de un color violáceo, que absorbían la luz de la estrella local en la banda correspondiente del espectro. La atmósfera era algo tenue, pero respirable para aquellos seres y la escasa gravedad facilitaba su marcha, contrarrestando de algún modo la respiración un tanto exigida.

Al pasar unos riscos tropezaron con un artefacto de cuatro ruedas que parecía estar desplegando algunos apéndices de función desconocida, muy lentamente. Los seres, posiblemente sorprendidos y turbados ante la inesperada presencia del dispositivo, si tales reacciones pueden ser atribuidas a criaturas sin ninguna similitud con lo humano, giraron alrededor del mismo, probablemente tratando de determinar su origen y propósito.

 

Cuatro años después, en el centro de control terrestre de la misión Próxima, iniciada medio siglo atrás, decenas de ojos expectantes veían cómo se formaban la pantalla las primeras imágenes que se recibían de un planeta ajeno a nuestro sistema solar. Cuando al fin se completó, hubo cierta perplejidad.

—Hay alguna falla en la transmisión —argumentó el supervisor a cargo de las comunicaciones—, o podría haber habido daños en el instrumental. Ha pasado tanto tiempo…

—Estamos revisando —respondió un técnico—. Supongo que se refiere usted a esas dos zonas borrosas.

—Sí, ¿tienen alguna hipótesis?

—Mmm… varias, pero esperemos a recibir más imágenes. Con lo que tenemos hasta ahora sería pura especulación.

Había sido una larguísima espera, pero por fin aparecían los primeros datos. Todos sabían que aquello había ocurrido hacía ya cuatro años, y costaba acostumbrarse al desfasaje. Pero a partir de ese momento la información llegaría en un flujo continuo y podrían dejar de pensar en los cuatro años de demora.

Las cámaras montadas en el fuselaje del vehículo tomaban primeros planos de la superficie desértica del planeta. No esperaban mucho más que llanuras polvorientas y cráteres. Y fue justamente por eso que, cuando vieron a los dos seres semitransparentes deslizándose en torno a la unidad autónoma de exploración, un grito unánime de sorpresa, casi un rugido, recorrió la amplia sala del centro de control.

—¿Qué diablos es eso? —lanzó el supervisor, ante la seguidilla de imágenes, cada vez más nítidas. Las zonas borrosas fueron concretándose y pronto no hubo ninguna duda: aquellas formas semihumanas, violáceas y atravesadas por una suerte de resplandores lumínicos eran criaturas alienígenas que estaba inspeccionando el artefacto autónomo.

—Podrían ser… —El técnico farfullaba, ajustando infructuosamente los controles de imagen—, podrían ser destellos perdidos, reflejos de luz diurna en alguna superficie reflectante…

—No —sentenció el exobiólogo, situado a espaldas de los demás, quienes inmediatamente se dieron vuelta para interrogarlo con sus miradas—. Son seres inteligentes, no lo duden. Aunque nos cueste creerlo, Próxima d está habitado.

—¿Cómo puede estar seguro? —se descargó el supervisor, fiel a su estilo desafiante.

Con parsimonia, el científico dejó el vaso del café que había estado bebiendo sobre una de las mesas y le habló al grupo.

—En primer lugar, no hay zonas borrosas, sino formas definidas de aspecto claramente humanoide. En segundo lugar, la luz que irradian, tal como se puede apreciar en el registro biométrico, corresponden al calor interno de esos seres, invisibles pero no incorpóreos. Y, en tercer lugar…

—¡Qué! —gritó, sin poder contenerse el iracundo supervisor.

—En tercer lugar, ¿cómo reaccionaríamos nosotros si de pronto, paseando por el Sahara o Gobi nos topáramos con un artefacto evidentemente extraterrestre?

—No han reaccionado de ninguna manera —objetó el psicólogo conductual que nunca hasta ese momento había intervenido. Nadie entendió nunca por qué un profesional de ese campo formaba parte del equipo; pero los que mantuvieron ese interrogante se podían dar por respondidos—. Están inspeccionando. Es decir, hace cuatro años que empezaron a preguntarse lo mismo que nosotros ahora. ¿Qué significa esto? ¿Hay otras criaturas evolucionadas, además de nosotros, en el universo?

—Eso no es lo más relevante, licenciado —dijo otro de los que hasta entonces nunca habían justificado su presencia en el centro de control, un coronel del ejército que, según algunos, era un experto estratega, además de campeón mundial de go—. Lo que necesitamos saber es qué han deducido estos seres en los últimos cuatro años.

—Tardamos cincuenta y dos años en llegar a Próxima d —dijo el director general de la misión.

—¿Y usted está seguro de que a ellos les tomaría el mismo tiempo llegar a la Tierra para aniquilarnos? Nosotros, haciendo un enorme esfuerzo, pusimos una sonda en Próxima d y estos bichos… —el militar empalideció e interrumpió sus especulaciones señalando el gigantesco monitor—. ¿Adónde diablos se fueron los muy malditos?

—¡Director! ¡Llegaron las lecturas del módulo orbitador! ¡No hay registros superficiales ni subterráneos de civilizaciones u otra vida que no sea esa especie de liquen violeta! —informó agitado, John Smith, el supervisor de comunicaciones.

—Pero ¿cómo es posible? Ordene que los técnicos corroboren la información y descarten fallas en nuestros receptores. ¡Rápido!

Pero el aludido no se movió, parecía haberse petrificado con la boca semiabierta.

—¿Qué ocurre, Smith? ¿Smith…? ¡Por Dios! ¿Acaso se ha quedado mudo? —entonces el jefe advirtió que la mirada del asistente se fijaba en algo a sus espaldas. Intrigado, se dio vuelta y no pudo entender lo que veían sus ojos. ¿Cómo hacerlo si en medio de la sala se erguían las dos criaturas vistas a cuatro años luz de donde estaban apenas unos minutos atrás?

—Disculpen la intrusión, vecinos —dijo en voz alta uno de los humanoides de piel morada que ya no era translúcida— pero encontramos algo de su propiedad y nos hicimos un viajecito para devolvérselos. Somos proyecciones somáticas de los musgos neuronales que habitamos el mundo que llaman Próxima d y ojalá hayamos adoptado una morfología amigable para ustedes. No los molestaremos más, pero, antes de abandonarlos, debemos advertirles que el consorcio galáctico reglamenta que seres con su nivel evolutivo no pueden abandonar la estrella de origen, ni explorar más allá de su sistema.  ¡Recuérdenlo! Las multas son dolorosas…

Desaparecieron. La sonda quedó sobre una mesa.

 

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