Guillermo Corte
—Comenzamos con un enorme corazón
carmesí —dijo Claudia, mientras exhibía la primera imagen de su presentación—;
evocamos así la idea tradicional del amor. Detrás sonaría una melodía
conmovedora y…
—Ya hablamos con el
compositor Hans Miller. Sería un dúo de violines. ¡Ideal! —interrumpió Miguel,
quien al otro lado del proyector intentaba evitar que su compañera acaparara
toda la atención.
Sentado frente a ellos,
y con una muesca inquisidora, se hallaba nada menos que Robert Sallow, el director
y representante en Latinoamérica de la poderosa farmacéutica “Neo-Health”.
—El personaje se dejaría
caer —continuó Claudia, mientras hacía un gesto
grandilocuente con sus brazos—. Y una voz susurraría: “¡Déjate llevar!”.
—Como una voz “en off”
—acotó su colega, nervioso, mientras observaba de reojo al impávido ejecutivo
que los examinaba—; una voz firme, pero seductora.
Claudia le lanzó una
mirada fulminante y continuó:
—En este punto comenzarían
los testimonios y…
—A mí me impactó uno en
especial —dijo Miguel ignorando a su compañera, mientras revolvía entre los
documentos impresos—Aquí está, escuche: Alejandra de Berazategui: “Al principio
tenía mis dudas, pero Jorge me explicó todo muy bien. La intervención es completamente
indolora. Hoy soy una mujer feliz y lo amo con todo mi corazón. Era el hombre
de mi vida.”
—Sí, sí, ese es bueno
—interrumpió Claudia—, pero yo empezaría con algo con más glamour. Vea este: Antonio de Palermo. Hombre de cuarenta años con
excelente presencia. Le transmitiría seriedad al producto. Además, va directo
al grano: “Antes de conocer a Amanda trabajaba diez horas por día en la
oficina. Nunca pude enamorarme realmente. Por suerte “Eros-9” llego a mi vida.
Hoy disfruto de una nueva pasión, la pintura. Y Amanda es...”
—No, no, ese no me
gusta —Miguel la cortó en seco—. Amanda tiene setenta y pico. Testimonios como
ese pueden generar un poco de temor. Van a decir que la señora le lavó el
cerebro. Tenemos que evitar esas cosas, Claudia.
Claudia contuvo la
rabia y asintió sin perder la sonrisa del rostro. Sabía que Miguel se salía de
eje cuando estaba nervioso, pero boicotearse a sí mismos era algo demasiado
estúpido hasta para él.
—¡Por favor, Miguel!
Pero si el marido de Alejandra tiene casi la misma edad... son sólo prejuicios
tuyos.
—Un momento —interrumpió
el ejecutivo mientras se acomodaba sus elegantes gafas—. Les recuerdo que nuestro
querido CEO no quiere que desvaloricemos el enamoramiento, sólo tenemos que
plantear Eros-9 como una opción válida, sobre todo desde un punto de vista
moral.
—Claro, claro, tiene usted
razón, toda la razón —respondió Miguel acomodándose frenéticamente el cabello—.
Tal vez si entonces empezamos con algo imperativo... ¿Qué tal: “dale valor a tu
amor”? O tal vez: “no regales tu amor.” No es definitivo por supuesto, tengo
otras ideas.
Claudia suspiró
mientras escuchaba a Miguel lanzar slogans. Su mirada se había perdido en el
panorama que ofrecía la ventana de enfrente: unas nubes hechas jirones sobre un
pálido azul era todo el paisaje que podía ofrecer el piso 39 del imponente
edificio Continental-IV, una de las centrales de Neo-Health en el hemisferio
sur.
El parloteo de Miguel
era señal que había entrado en pánico y probablemente tendría que ser ella la
que sacase a flote la entrevista.
—No lo sé —exclamó descontento
el ejecutivo, con un tosco español que denunciaba a las claras su origen
neoyorquino—. ¿No regales tu amor? Si simplemente te enamoras y no ganas nada, ¿estarías
regalándote? ¿Acaso oyeron lo que acabo de decir?
Claudia intervino para
salvar a su compañero.
—Lo moral hoy no vende,
señor Sallow. La gente no quiere algo “moral”, quiere algo mejor. Si lo que buscamos
es jerarquizar Eros-9 entonces el espectador debe pensar que amar de esta forma
es mejor que el anticuado amor “espontáneo”.
—Celebro su entusiasmo
señorita, pero estamos jugando con fuego aquí, no queremos generar una imagen
de rechazo público, ni que alguien que se haya enamorado naturalmente se sienta
excluido. Recuerden que los receptores de esta publicidad podrían ser clientes
de otras líneas de Neo-Health. No quiero generar una guerra entre sectores.
Miguel miro a Claudia con
resignación, su propuesta era evidentemente demasiado directa.
—Aguarden un momento
—dijo Sallow—, tengo que atender esta llamada. —El ejecutivo se levantó
súbitamente de la enorme mesa de Directorio, colocó rápidamente un auricular en
su oreja derecha, e inició una conversación.
—Lo estás arruinando
—murmuró Claudia mientras se mordía nerviosamente una uña.
—¡No, es tu culpa! ¿Qué
le vamos a decir ahora?
—No lo sé, ¿otros
testimonios?
Los publicistas buscaron
de nuevo entre los documentos, esta vez con creciente desesperación. Comenzaron
a releer los documentos de las entrevistas que habían preparado.
—Les quedan cinco
minutos —dijo Sallow que había terminado abruptamente su llamada y ahora los
observaba por encima de sus gafas.
—¡Escuche esto! Mariana
de Rosario, veinticinco años. Su pareja, veintiocho. —Miguel continuó leyendo—.
“Conocí a Mario en la secundaria, era el nerd
del curso. Estaba enamorado de mí, pero yo nunca lo había visto de ese modo. Hoy,
gracias a Eros-9, soy la persona más feliz a su lado y él estuvo dispuesto a
entregar todos sus ahorros por eso, ¿no es romántico?”
—No solo eso, —añadió
Claudia— estaríamos planteando además que Eros-9 es una ayuda, un medio... ¡Un
catalizador! Un medio para captar —hizo una señal con sus dedos que simbolizaba
un entrecomillado— la verdad que siempre estuvo allí. —Sallow hizo un gesto de
interés. Claudia envalentonada continuó—: El amor que se entrega al otro es una
forma de regalarse la vida que se desea y, por ende, una manera de amor propio…
Miguel la interrumpió
eufórico.
—¡Claro! El slogan podría
ser: “Ámate… amando”.
Al completar la frase
se felicitó a sí mismo en silencio, y sus músculos faciales se tensaron
evitando que alguna enunciación adicional arruinara el momento.
Sallow analizó la idea
por unos instantes y luego afirmó, aunque sin demasiada firmeza.
—Me gusta.
Se quitó las gafas y se
acomodó el cabello mientras contemplaba el techo de la habitación. Los
publicistas lo observaron expectantes, casi sin respirar.
—Creo que es una gran
idea. De hecho, creo que es exactamente lo que necesitamos.
Mientras Claudia
esbozaba una leve sonrisa de alegría, el directivo presionó un botón en un pequeño
panel adosado a la mesa, para comunicarse con su secretaria.
—Beatriz, vamos a
avanzar con estos candidatos. Cancela el resto de las entrevistas.
—¡Por supuesto señor
Sallow! —replicó la subordinada.
—Les dejaré para hacer
el papeleo. Bienvenidos a Neo-Health.
—Muchas… gracias… —respondieron
incrédulos, casi al unísono.
Claudia comenzó a
imaginar en qué gastaría los miles de dólares que les suponía iniciar este negocio.
Se imaginó abriendo una pequeña agencia publicitaria en Nueva York o Los
Ángeles y su corazón comenzó a palpitar de emoción. Mientras estrechaba la mano
de Sallow advirtió sus atractivos ojos claros antes ocultos detrás de las
enormes gafas y cómo estos maridaban perfectamente con su rubia cabellera y su
amplia sonrisa blanca. Atribuyó aquella observación fuera de lugar a la emoción
de cerrar el contrato.
Antes de salir de la habitación, el ejecutivo
agregó:
—Recuerden que no sólo
necesitamos publicidad. Tenemos que aplicar un enfoque amplio. Para empezar, busquen
uno o dos cineastas y piensen en alguna película que presente a Eros-9.
Podríamos buscar alguna estrella famosa aquí en Argentina, alguien que esté en
una mala racha y acepte someterse al tratamiento. También tendríamos que hacer lobby en el congreso para la
legalización en el país. Y no olvidemos las universidades, eso es muy
importante para forjar la idea en las nuevas generaciones. Estamos hablando de
un proyecto a largo plazo. Por eso el contrato estipula un tiempo mínimo de diez
años.
—¡¿Diez años?! —preguntó
Claudia, atónita.
—¡Como mínimo! Durante
ese tiempo deberán trabajar para nuestra firma de forma exclusiva. Vean los
papeles con Beatriz —agregó justo antes de marcharse, dando por finalizada la
conversación.
Ambos publicistas se
quedaron en silencio. No tenían en mente realizar semejante sacrificio, aun
cuando deseaban expandir su pequeña agencia. Sin embargo, la corporación
norteamericana representaba una oportunidad laboral única.
—¿Qué demonios fue eso?
—preguntó Claudia.
—Es una corporación
multinacional de primer nivel, es lógico que pidan exclusividad.
—¿Podríamos decir que no?
—Supongo, pero sería
una locura. ¡Estamos hablando de Neo-Health!
En ese momento se hizo
presente la secretaria de Sallow, trayendo consigo dos abultadas carpetas.
—¡Felicitaciones! —dijo
esbozando una amplia sonrisa—. Aquí tienen sus contratos. Voy a necesitar sus
firmas en la hoja final y también recabar algunos datos personales.
Miguel tomó una pluma
del escritorio y comenzó a garabatear sobre la hoja de papel. Claudia, por el
contrario, se detuvo. Comenzó a sentirse extraña, una parte de sí le decía que
estaba cometiendo un grave error. Se obligó a sí misma a leer todas las cláusulas.
—No es necesario… —acotó
Beatriz con una risita nerviosa al advertir que Claudia pretendía revisar el
documento entero—. ¡Es pura jerga legal! Puede ir directo a la última página y...
Claudia no la escuchó,
su atención se había desviado a una cámara de seguridad que los enfocaba desde
la esquina de la habitación y parecía haberse encendido súbitamente.
En la oficina aledaña,
Sallow sorbía lentamente café junto a Francisco Velazco, principal accionista
de Neo-Health Latinoamérica. La empresa tenía como política la apertura total
de sus operaciones a los inversionistas. Según su CEO, era la mejor manera de
generar confianza en sus productos. Sallow sabía esto perfectamente, aunque no
se acostumbraba del todo a recibir este tipo de visitas que veía como una
suerte de fastidiosa auditoría por parte de su jefe.
—¿Que le parecieron?
—preguntó Velazco.
—La mujer es mediocre,
y su socio, un pelele —afirmó sincero—, pero hay algo positivo: no tienen
escrúpulos. Sin duda trabajarán duro una vez que las feromonas hagan su efecto.
—¿Están seguros de que es
legal aplicar Eros-9?
—Por supuesto. En estos
contratos Neo-Health impone regirse por las normas legales de Myanmar, primer
país en legalizar el compuesto Eros. El contrato que están firmando en este
momento contiene una cláusula por la que aceptan someterse al tratamiento.
—¿Y cómo estás seguro
que darán su consentimiento?
Sallow lanzó una
pequeña risa.
—Muy simple, nadie lee
los contratos —se encogió de hombros—. Aun si lo hacen, para cuando lleguen a esa
cláusula ya habrán respirado tanto gas que acabarán firmando sin dudar. Además,
es imposible demostrar que la firma tuvo lugar luego de que se produjeran los efectos
químicos.
—Veo que han pensado en
todo —dijo Velazco fingiendo humildad.
—En todos los detalles,
sí. Eso me recuerda… tengo que tomar la contramedida, yo también estuve en la
habitación. —Y mientras decía esto sacó un pequeño inhalador del bolsillo y
rápidamente aspiró una bocanada.
—¿Y cuál es el plan,
enamorarlos de ti? —prosiguió Velazco con una sonrisa socarrona.
—¡Oh, no! Por supuesto
que no —rio Robert—, al principio probamos eso. De hecho, todos en el sector
administrativo están jodidamente enamorados de mí. ¡No sabes lo difícil que es
sostener las insinuaciones grotescas del gerente financiero! Ciertamente fue
una mala idea. Ahora optamos por otra vía, más pragmática.
—¿Cual?
—Fácil —dijo ufanándose—:
los hacemos amar a la Corporación.
Francisco comenzó a
sentirse incómodo. Todo aquello no se distanciaba demasiado de una suerte de
extraño culto con fachada de empresa. Sallow lo notó, no era una reacción infrecuente.
Intentó tentar a su interlocutor:
—Piense en el negocio a
futuro, Francisco. Antes, si quería explotar a alguien con talento era
necesario inventarle un plan de carrera, ponerle la zanahoria delante y todas
esas estupideces. Y si advertía el truco, había que convencerlo con un buen
salario o beneficios. Era desgastante. En cambio, los empleados de Neo-Health, jamás
piden mejoras en sus condiciones de trabajo. Harían literalmente cualquier cosa
por la empresa...
La puerta se abrió
súbitamente.
—¡Mi amor! —Beatriz se acercó a ellos
gesticulando.
—Ahora no, Beatriz —ordenó Sallow,
molesto.
—Mi amor, tenemos un problema —exclamó ella,
ignorando a Velazco.
—¿Qué sucede? —Al parecer no tenía
opción más que atenderla.
—La mujer. Leyó el contrato y no quiere firmar.
Robert exhaló, cansado.
—Bien, tú sólo vuelve allí, yo lo
arreglo.
—De acuerdo, cariño —dijo Beatriz
desapareciendo rápidamente tras las puertas dobles de la oficina.
Sallow se acercó al intercomunicador de
la pared y presionó un interruptor.
—Necesito elevar la dosis en la sala
4-B. Tengo una situación de resistencia.
—Lo estoy viendo, corazón… pero no
podemos hacer nada —respondió una voz del otro lado—. Sabes que hay sujetos que
rechazan la droga.
—Con más razón, aumente la dosis,
doctor.
—¡Pero mi vida! —replicó la voz— si lo
hago podríamos causarles un desbalance mental irreparable…
—Como si eso importara… ¡aumenta la
maldita dosis!
—Pero es una locura, bebé… —respondió el
médico preocupado. El amor que sentía no le impedía tener aún algunas
consideraciones éticas.
—¡Sólo hazlo!
—De acuerdo, de acuerdo… sabes que haría
cualquier cosa por ti.
Casi de inmediato, en la sala contigua, se oyó
el sonido tenue pero inconfundible del gas diseminándose.
Velazco, habiendo sido
testigo privilegiado de la grotesca escena, se debatía entre el deleite que le
producía ver la cara enfurecida de Sallow y el temor de que todo ese negocio
turbio manchase de alguna forma su apellido. Después de todo había invertido
unos cientos de millones en la producción y distribución del compuesto Eros.
—Te ruego que me
disculpes —dijo Robert retomando su compostura habitual—, podríamos almorzar
juntos, si estás de acuerdo.
—No es necesario —dijo
Velazco sonriendo— me queda claro que tienes todo bajo control…
En ese momento se oyó
un grito en la oficina contigua, seguido de un golpe sordo.
Ambos hombres se
apresuraron a abrir la puerta. La escena que apareció ante ellos era
estremecedora.
En el suelo se
encontraba el cuerpo sin vida de Claudia, tenía el rostro totalmente
destrozado. Agachada junto a ella estaba Beatriz, quien blandía en sus manos el
arma homicida: un brillante y enorme pisapapeles con el logo de Neo-Health,
ahora cubierto de sangre. Acurrucado en la esquina opuesta de la habitación,
Miguel, que se cubría el rostro con las manos, sollozaba profusamente.
—Beatriz… ¡¿Qué
demonios hiciste?! —Sallow estaba desencajado.
—¿Qué hice? —replicó la
secretaria— ¡Lo que cualquier empleado de Neo-Health haría! Hace quince años
que trabajo en esta compañía Robert. ¡La amo con toda mi alma! Y esta infeliz
se creía demasiado buena para ella ¡Ja! Se atrevió a rechazarla. ¿Puedes
entenderlo? —Su voz se tornó una risa burlona.
—Beatriz, cálmese… baje
eso por favor —imploró Velazco, sin éxito.
—¿Cómo pudiste, Robert?
¿Cómo osaste traer a esta escoria aquí? ¡Al sagrado suelo de nuestras oficinas…!
—Beatriz se había puesto de pie, su rostro era una mueca desfigurada de odio.
—Beatriz, escúchame
—intervino Robert hurgando frenéticamente en su bolsillo — voy a darte algo, te
sentirás mejor de inmediato.
—Amo tanto a Neo-Health
que haría cualquier cosa por esta compañía. ¿Lo sabes? ¡Cualquier cosa! —De
repente miró sus manos cubiertas de sangre y exclamó: —¡Oh Robert! ¿Cómo puedo
trabajar aquí así? ¡Es una falta de respeto! ¡Soy indigna para esta
corporación!
Y corriendo hacia la
ventana, de un salto, atravesó el cristal, arrojándose al vacío en un estallido
de vidrios rotos.
—¡Mierda! —exclamó
Velazco, aterrado. Miró a su alrededor y luego echó a correr por el pasillo, en
dirección a los ascensores.
Sallow se acercó
lentamente al escritorio, tomó el teléfono y marcó el interno del CEO de la
compañía. Carraspeó, mientras observaba
a Miguel, que aun seguía en el rincón, llorando cabizbajo.
—Lo escucho —dijo una
voz del otro lado del tubo.
—¿Charles? Cariño...
—Volvió a pasar.
AMOR es una palabra tan en vano utilizada hoy en día, que no es extraño que las corporaciones que manejan el mundo la usufructúen en su beneficio. La sátira está brillantemente plasmada en esta ficción tan cercana a una realidad que no queremos ver.
ResponderEliminarGracias victor!
ResponderEliminar