martes, 16 de noviembre de 2021

INFIERNO CHICO

 Sergio Gaut vel Hartman



Tras asesinar de diecinueve puñaladas a su esposo, Victimino Delbalazo, la inefable Incurata Varicela se entregó al comisario de Ornitorrinco Muerto, Justo Relatibo.

—Lo maté porque era mío —dijo la asesina parafraseando en cierto modo el título de una famosa película francesa, aunque eso fue pura casualidad, ya que en el pueblo no hay cine ni conexión a Netflix—. Y el universo conspiró para que el disparo llegara a destino. —No estamos ante un comentario menor, si se tiene en cuenta que Varicela padecía de una retinopatía severa, la amaurosis congénita de Leber, lo que en buen romance significa que no veía un carajo.

—¿Y cuál fue el móvil del crimen, si se puede saber? —dijo Justiciero, que además de comisario estaba a cargo de la fiscalía.

—Victimino me engañaba con mi imagen reflejada en el espejo —aseveró la señora Varicela—. Y como todo el mundo sabe, yo a esa nunca la pude ver.

—Es motivo suficiente; queda absuelta —dijo Justo, que además de comisario y fiscal era juez. Los pueblos chicos tienen esas cosas—. Y perdonada —agregó, porque además de comisario, fiscal y juez también era el cura de Ornitorrinco Muerto—. Vaya a su casa y tómese un comprimido de Hidrocondona forte cada seis horas, así no sufre por la pérdida de su amado marido —concluyó, porque al mismo tiempo que todo lo demás era el único médico de Ornitorrinco Muerto.

—Gracias, Justo. —Varicela se disponía a retirarse la comisaría-fiscalía-juzgado-iglesia-hospital cuando un inesperado y turbio pensamiento la detuvo en seco—. ¿Puedo preparar un buen guiso con el cuerpo del Victimino?

—Después de la autopsia —respondió Justo en su calidad de forense—; y siempre y cuando me invite. —Le guiñó un ojo a la asesina impune, sugiriendo vaya uno a saber qué chanchadas, pero ella no lo vio.

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