sábado, 20 de noviembre de 2021

ESPECIAL CIEN PALABRAS

 


Identidad soñada - Joyce Barker

 

Decidió que era tiempo de cambiar, de ser normal y vivir como el resto; que debía usar colores y contrarrestar, así, sus sombrías sensaciones de vigilia.

Tiempo atrás, había caído en la cama, pero no por estar enferma o cansada: para dormir y despertar en lugares fascinantes, que no existían, pero que conocía muy bien, y encontrarse con sus amigos de aire, desdoblados o durmientes. Allá, su vida era brillante. Acá, solo un cenicero.

Se animó a salir vestida de rojo, amarillo, verde y rosado, pero cuando se miró al espejo, pensó: “Parezco un payaso”, y se volvió a acostar.

 

 

 

La alternativa Newton - Patricio G. Bazán

 

He tratado de deshacerme del pesado de Carlos por todos los medios posibles. Ya no le amo, y desespero por hacérselo entender. Tenazmente se empeña en ofrendarme flores, costosas alhajas y flamígeras declaraciones de amor, quizás creyendo que la Persistencia, por su propia naturaleza, debe ser recompensada. Necesito hallar una solución definitiva para terminar con este suplicio.

Y allí está, otra vez, entonando una deplorable serenata bajo mi ventana. Compara mi belleza con las exuberantes prímulas que engalanan el alféizar. “Pesadas macetas”, pienso, y lentamente mi dedo comienza a jugar con una de ellas, empujándola poco a poco hacia afuera.

 

 

El Final – Gustavo Bessolo


La noche desaparece, se apagan las estrellas, el cielo se despliega en rojos y rosas. Es el último día de un mundo destinado a perecer. Sabemos que sucederá, que no podemos evitarlo, que es un destino trazado por la mecánica celeste.

Sabemos, también,  que algunos, azar o astucia, permanecerán. En remotas regiones, en refugios, en ese lugar donde el fatídico visitante estelar los encuentre. Puede ser cualquiera de nosotros, puedes ser tú mismo. No importa.

Entonces suspiramos, nos levantamos de la cama y trabajamos. Como otro día cualquiera.

Sí, hoy vamos a morir, pero aún queda mucho por hacer y…

 

 

 

Dos soles - Rodrigo Emanuel Borrul

 

Se levanto y vio que había dos soles. Seguía ebrio todavía. Esto tiene que parar, no hay cerebro que aguante semejante castigo. Pensó. Repto hacía la máquina de café mientras veía el milagro de la multiplicación de los panes por obra de sus ojos cruzados. Hacía varios días que no se bañaba. Y su olfato atrofiado por el cigarrillo lo estaba notando.

—Esto tiene que parar —dijo en voz alta.

Busco el diario y lo dejo en la mesa para otro momento. Tenía que lavarse la cara. Tratar de seguir respirando sin vomitar, ni cagarse encima de la alfombra nueva.

 

 

 

Bajo el nuevo sol – Gastón Caglia

 

Con el lento despuntar del sol las gotas de rocío iluminan el césped que, crecido y poblado ahora en forma natural, domina todos los lugares posibles. Las grietas del asfalto también son carne de la naturaleza y esta hace su ejercicio de dominar lo que en otros tiempos fue territorio humano.

No hay humanos en la zona, sale a la ruta con tranquilidad resignada.

Revisa una trampa y encuentra un conejo muerto. Será una regia comida para Beatriz, piensa mientras camina y el sol abrasador lo acecha, pero lo hace sin cuidado, la capa de ozono ya se ha reparado.

 

 

Paciente – Ana Cherñak

 

Sueño confuso, círculos concéntricos. Unos pasos, picaporte, delantal blanco.

Una mosca en el aire.

Latidos acelerados. Pulgar en la carne y goma en el brazo. Aguja fina en la jeringa, líquido amarillento en la vena.

Los pasos vuelven hacia la puerta. Solo.

La mosca vuela del vaso a la venda, de la venda a una cucharita.

Mira hacia la mesa, un vaso de plástico, una carpeta y agua mineral.

Ojos blandos se dirigen hacia la carpeta azul, en sus páginas, lo que le queda de vida.

Y la mosca de la cucharita a la sangre.

 

 

Pregunta - Rosa Lía Cuello

 

No es fácil quedarse quieta esperando. A una chica como yo, le gustaría salir a pasear, sentarse a tomar sol, correr por el campo. Justo a mí me tocó esta historia. Con el tiempo me acostumbré, me gusta sentir que él llega, se para un momento a mi lado, me acaricia los cabellos y después procede al ritual.

Cada vez que alguien lee sobre nosotros se produce el milagro. Él nunca pasa sin cumplir con lo que ya está escrito. Ahora yo me pregunto:

—¿No hay nadie que le diga, que no coma ajo antes de venir a besarme?

 

 

A dios - Anahi Duzevich Bezoz

 

Pensé hacerlo. Tenía nueve años. Fue cuando mamá supo que su papá no era el Nono Pedro, que en paz descansen. Abandonos...

Intenté a los trece, cuando tío Eustakio me amenazó si contaba lo que él hacía conmigo. Pensé: me evitaría el trabajo.

Busqué en Google: sogas, nudos perfectos, hay que buscar seguridad; parece simple, no lo es.

Avisé a la oficina. No iría. Me bañe, perfumé, me vestí impecable.

Papá entró; mira para arriba y gritó como loco. Leyó la nota. Pidió ayuda.

Esto es maravilloso, pura paz; lo hice. Acabo de atravesar las paredes junto al Nono Pedro.

 

 

La niña que fui – Graciela Enríquez

 

La niña aquella curó mis heridas y tal vez yo las suyas. Todo fue posible en el jardín de la casa de mi abuela. Esa bonita y humilde casa de mi infancia. Logramos juntarnos en un cruce de tiempo, y así hacer posible un diferente futuro ¿incierto?... ¡sí! es posible. Ese futuro estará cargado de titubeos y silencios, pero lleno de esperanzas, y también feliz, porque un nuevo amanecer llega. Nos encontramos a las puertas de otras oportunidades por experimentar.  Así comienza una etapa por andar, llevando en mi interior la niña que fui... y la que siempre me cuidará.

 

 

Ch’in Er Shi - Daniel Frini

 

Er Shi Huang Di, el segundo emperador de China, buscó la isla de Zhifu interesado en la inmortalidad; tal como lo hiciera su padre, el legendario Ch’in Shi Huang Di.

Demostrando, una vez más, que al destino lo hace la suerte; a pesar de ser notablemente menos capaz que su progenitor, Er Shi sí encontró la ansiada vida eterna. Pero no supo qué hacer con ella. Hoy atiende un puesto de comida china en Retiro. Los parroquianos se sonríen y le palmean condescendientemente la espalda cuando cuenta cómo escapó de la rebelión de Liu Bang, en el doscientos siete antes de Cristo.

 

 

Dehors - Sergio Gaut vel Hartman

 

—Me sentí liviano, una pluma —dijo Robustiano tras la primera clase en el estudio de Olga Bolshoikaya Kirova.

—El ballet no está para usted —respondió la profesora con su pedregoso acento de Kazán—, mejor la ópera, Aída…

—¿Aída es su amiga? —dijo Robustiano, ilusionado.

—No. —La rusa giró, y al exponer sus cuartos traseros desencadenó la tragedia.

Al día siguiente, de las gancheras del mercadito “Coppelia”, colgaban unas piezas que Robustiano ofrecía como “delicada carne del Volga”.

—¿Será tierna? —preguntó doña Eulalia.

—Al comerla —contestó el carnicero— le parecerá que una bailarina danza sobre la punta de su lengua.

 

 

El cumpleaños - Claudia Isabel Lonfat

 

Madrugada de sábado, bar La Paz. Cacho, Aníbal, Fatiga, y yo, bebiendo. El calor era tan inhumano como el aburrimiento. Por la ventana asomó Ángelo y nos invitó a su cumpleaños.
—El único problema —dijo—, es que tenemos que viajar hasta Tigre.

El viaje fue largo y el sol nos quemaba la cara. La borrachera pasó, pero los mosquitos nos estaban matando. Teníamos los pies mojados.

El gondolieri dijo “arrivato a destinazione”.

—¡Manga de borrachos! — gritó el gallego del bar mientras baldeaba sobre nuestros zapatos.

—Qué pasó —pregunté sobresaltado.

—Hoy cumpliría años Ángelo —lagrimeó Cacho—. Cuarenta años pasaron.

 

 

El pelotón – Alberto Macadar

 

—¡El siguiente! —gritaron.

Las botas lucieron su metal recién lustrado.

—Dice que tampoco sabe nada, mi Capitán.

—Hijos de puta, están todos mudos. Mátenlo. Destrípenlo. Y dejen alguna parte al exterior para que se la coman los gavilanes, como escarmiento para los otros.

La criatura estaba quieta detrás del cerro. Observaba la planicie. El ojo acompañaba el movimiento de los flancos alados apoyados por la caballería.

Enfrente, el pelotón de fusilamiento del gobierno preparó el ritual.

—¡Preparados! ¡Presenten! ¡Apunten!

En la montaña retumbó un trueno que parecía una voz:

—Bajen y coman hasta hartarse, pero solo a los de uniforme.

 

 

¡Despierta ya! - Luisa Madariaga Young

 

Amaneció, una llovizna fina invitaba a quedarse un poco más, pero tiene dos despertadores para sacudir el sueño, uno, con solo extender la mano, puede cancelarlo.

Ah, pero existe el otro, inteligente, terco e insistente, que con la primera nota ya está tirando de la sábana, pegando su naricita suave y ligeramente fría en su rostro y ¡cómo no!, maullando a todo volumen: ¡Despierta, ya es hora! Necesito mis caricias, mi desayuno y es tiempo de que vayas a trabajar.

Y pensó: puedo cada noche dormir relajado.

 Su fiel despertador deja cualquier asunto gatuno a la hora exacta cada mañana.

 

 

Un día de mala suerte – Debora Mayol Parodi

 

El ascensor se frenó de golpe y en ese preciso instante, comenzó a sonar la chicharra. Odio las putas alarmas porque me ponen nervioso. Me toqué el bolsillo del pantalón para asegurarme de que tenía el dinero encima.

Una vieja metida comenzó hablarme sin parar.

—¿Es usted nuevo en el edificio?

—No, vine de visita —respondí.

 La vieja se quejó del calor, luego se puso pálida y se desplomó en el piso antes de llegar a la planta baja. Cuando las puertas se abrieron, tenía tanto julepe que huí sin darme cuenta que había perdido el fajo de dólares robados.

 

 

Reina y clocharde - Gabriela Vilardo

Se sintió alfombra, se antojó almohadón y estatua. Descansó en el tercer estante sin baldaquino de un ropero francés, de alguna tía Antonia. No dudó ni un segundo por la siesta de tardecita hasta que escuchó la voz del cliente que se despedía. Empezó su tránsito hacia otro estado, desperezándose detrás de las paletas del viejo ventilador.

Entré el cartel de compraventa. Sentí fatiga cuando la vi huir a los tapiales, ahora cornisas para el desafío. Puse el candado y odié su soberbia de reina. Me topé con voces ajenas a mi mundo. Y deseé la libertad de mi gata.


Cien palabras - Adriana Wirth


Un buen día, o quizás un mal día, "ella" comenzó a apagarse; pero los vientos implacables de la vida no pudieron arrasar con la fuerza atómica de una "palabra" que repetía incansablemente como si fuese un mandato divino; como si existiese la urgencia de alfabetizar el espíritu con vertientes de sonidos, de pausas, de sentido, de sentires...

Mañana... mañana... mañana... mañana... mañana…

Y así, una y mil veces con una sola nota del pentagrama, componía un eco eterno, en el universo silencioso de otros mundos.

"Ella" ya no está; hoy es el mañana de ayer... y ella ya no está.

 

 

Sediento – Jorge Zarco

 

El agua se le había acabado y ningún compañero quiso socorrerle. Ni siquiera los monitores. Cayó en coma y tardaron media hora en acudir en su ayuda tras dejarlo atrás. Hizo falta una semana para lograr estabilizarle y su padre no cabía en sí de ira.

—¡Quien lo abandonó a su suerte! —le gritó al comisario.

—¿Y qué hará usted, matar a todos los monitores del campamento tras empezar con sus compañeros?; su hijo no ha muerto todavía. Así que tranquilícese. 

Pasó una semana y uno de los monitores; el más irascible, apareció muerto y a nadie le extrañó. Rutina.

 

 

BONUS HOMENAJE A HÉCTOR RANEA,

QUE NOS DEJÓ DEMASIADO PRONTO

 

 

Fantasmas en el jardín

Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman

 

Desde 1714, los alemanes con inquietudes espirituales estudiaban en el seminario Joseph Ratzius Aloisinger de Dresde. Llegó el nazismo y el lugar se transformó en liceo, el sitio ideal para que los jóvenes de la Neue Deutschland se prepararan para perpetuar la raza aria. En nuestros días, convertido en escuela de primeras letras, los maestros evitan que los niños se asomen a las ventanas y vean a los fantasmas de los prisioneros de Auschwitz deambulando por el jardín, enfundados en sus trajes a rayas. Una buena sexualidad en la infancia, asegura el director, Arnold Negger-Schwartz, asegura una vida adulta feliz.


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