martes, 9 de noviembre de 2021

SERENA EN EL CIELO CON MARGARITAS

 Claudia Isabel Lonfat


Te encontré mientras desenvolvía la verdurita de una hoja de la revista Esto. Algunos pedazos de perejil quedaron pegados en tu cuerpo. Los retiré delicadamente, como si fueras vos, y no tu imagen impresa en una revista amarillista que chorreaba sangre, y que la verdulera había usado para envolver mi compra.

Recuerdo a mi abuela leyéndolas a escondidas. Había algo retorcido en ella, y lo sabía, por eso las revistas venían dentro del diario. Le pedía al diarero que las ocultara de nosotras, y las leía durante la noche, para no ser interrumpida o criticada.

En una oportunidad saqué una debajo de su cama: “La sirena del stud”, tapa a todo color. Una mujer niña con el torso desnudo, pelo largo enmarañado entre la paja, y el pantalón puesto al revés, le daban el aspecto de una sirena pudriéndose fuera de su elemento. Solo una gota de sangre coagulada en la oreja, y el color anormal de la piel, daban cuenta de su estado y del tiempo que llevaba en el lugar.

En esos años estaba muy de moda el relato morboso, cargado de detalles horrendos que atrapaban al lector, y se filtraban fotos que eran tomadas por la policía y que no deberían haber salido jamás de sus expedientes. Era la época de los secuestros a empresarios, que igual terminaban siendo asesinados después de que sus familiares pagaran rescates millonarios. Uno se alimentaba desde la TV de aquellos casos lúgubres, con gente oscura detrás, que nos llevaba a ese tiempo infame de nuestra historia.

 

Primero, tu muerte fue puro asombro. A esa edad, nada de todo lo terrible del mundo podía alcanzarnos. Pero después de la impresión inicial, me interesé por los detalles. Quería saber cómo terminaste en la tapa, donde solo había un título insignificante y una pobre descripción: orificio de bala en la nuca. Y un trapo sucio te tapaba la cara.

Detrás de una historia siempre hay otras historias.  A veces se entrelazan, y otras se pierden, como la tuya: la mudanza, el barrio pobre, la lejanía, el padre ausente, la madre que nunca está, el padrastro, el paisaje despoblado, los pastizales, los arroyos, el largo y solitario camino hacia la escuela.

Lo primero que me pregunté, y que reconozco como un pensamiento extraño, es cómo lo habían titulado tan mal. Yo le hubiese puesto “Serena en el cielo con margaritas”. Ya sé que no eran margaritas, sino manzanillas silvestres, de esas que crecen por todas partes, pero suena más poético, y además no es un título al azar. ¿Te acordás cómo nos gustaba escuchar a los Beatles? Parafrasear sus canciones era una constante, sobre todo “Lucy en el cielo con diamantes” y cómo la cantábamos a viva voz mientras me decías que mi inglés era muy boliviano.

La prensa se olvidó de vos. Una morbosidad tapa otra, y tu crimen quedó impune, el de “La sirena del stud” también.

No puedo quitar tu imagen de mi cabeza. El trozo de perejil, que tenías pegado al cuerpo, parecía un trébol de cuatro hojas.

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