Identidad
soñada - Joyce Barker
Decidió
que era tiempo de cambiar, de ser normal y vivir como el resto; que debía usar
colores y contrarrestar, así, sus sombrías sensaciones de vigilia.
Tiempo
atrás, había caído en la cama, pero no por estar enferma o cansada: para dormir
y despertar en lugares fascinantes, que no existían, pero que conocía muy bien,
y encontrarse con sus amigos de aire, desdoblados o durmientes. Allá, su vida
era brillante. Acá, solo un cenicero.
Se
animó a salir vestida de rojo, amarillo, verde y rosado, pero cuando se miró al
espejo, pensó: “Parezco un payaso”, y se volvió a acostar.
La alternativa Newton - Patricio G.
Bazán
He tratado de deshacerme del pesado de Carlos por todos los medios posibles. Ya no le amo, y desespero por hacérselo entender. Tenazmente se empeña en ofrendarme flores, costosas alhajas y flamígeras declaraciones de amor, quizás creyendo que la Persistencia, por su propia naturaleza, debe ser recompensada. Necesito hallar una solución definitiva para terminar con este suplicio.
Y allí
está, otra vez, entonando una deplorable serenata bajo mi ventana. Compara mi
belleza con las exuberantes prímulas que engalanan el alféizar. “Pesadas macetas”, pienso, y lentamente
mi dedo comienza a jugar con una de ellas, empujándola poco a poco hacia
afuera.
El
Final – Gustavo Bessolo
La noche desaparece, se
apagan las estrellas, el cielo se despliega en rojos y rosas. Es el último día
de un mundo destinado a perecer. Sabemos que sucederá, que no podemos evitarlo,
que es un destino trazado por la mecánica celeste.
Sabemos, también, que algunos, azar o astucia, permanecerán. En
remotas regiones, en refugios, en ese lugar donde el fatídico visitante estelar
los encuentre. Puede ser cualquiera de nosotros, puedes ser tú mismo. No
importa.
Entonces suspiramos, nos levantamos
de la cama y trabajamos. Como otro día cualquiera.
Sí, hoy vamos a morir, pero
aún queda mucho por hacer y…
Dos soles - Rodrigo
Emanuel Borrul
Se levanto y vio que había dos soles. Seguía ebrio
todavía. Esto tiene que parar, no hay cerebro que aguante semejante castigo.
Pensó. Repto hacía la máquina de café mientras veía el milagro de la
multiplicación de los panes por obra de sus ojos cruzados. Hacía varios días
que no se bañaba. Y su olfato atrofiado por el cigarrillo lo estaba notando.
—Esto tiene que parar —dijo en voz alta.
Busco el diario y lo dejo en la mesa para otro
momento. Tenía que lavarse la cara. Tratar de seguir respirando sin vomitar, ni
cagarse encima de la alfombra nueva.
Bajo el
nuevo sol – Gastón Caglia
Con el lento despuntar del sol las gotas de rocío
iluminan el césped que, crecido y poblado ahora en forma natural, domina todos
los lugares posibles. Las grietas del asfalto también son carne de la
naturaleza y esta hace su ejercicio de dominar lo que en otros tiempos fue
territorio humano.
No hay humanos en la zona, sale a la ruta con
tranquilidad resignada.
Revisa una trampa y encuentra un conejo muerto. Será
una regia comida para Beatriz, piensa mientras camina y el sol abrasador lo
acecha, pero lo hace sin cuidado, la capa de ozono ya se ha reparado.
Paciente –
Ana Cherñak
Sueño confuso, círculos concéntricos. Unos pasos,
picaporte, delantal blanco.
Una mosca en el aire.
Latidos acelerados. Pulgar en la carne y goma en el
brazo. Aguja fina en la jeringa, líquido amarillento en la vena.
Los pasos vuelven hacia la puerta. Solo.
La mosca vuela del vaso a la venda, de la venda a una
cucharita.
Mira hacia la mesa, un vaso de plástico, una carpeta y
agua mineral.
Ojos blandos se dirigen hacia la carpeta azul, en sus
páginas, lo que le queda de vida.
Y la mosca de la cucharita a la sangre.
Pregunta
- Rosa Lía Cuello
No es fácil quedarse quieta
esperando. A una chica como yo, le gustaría salir a pasear, sentarse a tomar
sol, correr por el campo. Justo a mí me tocó esta historia. Con el tiempo me
acostumbré, me gusta sentir que él llega, se para un momento a mi lado, me
acaricia los cabellos y después procede al ritual.
Cada vez que alguien lee
sobre nosotros se produce el milagro. Él nunca pasa sin cumplir con lo que ya
está escrito. Ahora yo me pregunto:
—¿No hay nadie que le diga,
que no coma ajo antes de venir a besarme?
A
dios - Anahi Duzevich Bezoz
Pensé
hacerlo. Tenía nueve años. Fue cuando mamá supo que su papá no era el Nono
Pedro, que en paz descansen. Abandonos...
Intenté
a los trece, cuando tío Eustakio me amenazó si contaba lo que él hacía conmigo.
Pensé: me evitaría el trabajo.
Busqué
en Google: sogas, nudos perfectos, hay que buscar seguridad; parece simple, no
lo es.
Avisé
a la oficina. No iría. Me bañe, perfumé, me vestí impecable.
Papá
entró; mira para arriba y gritó como loco. Leyó la nota. Pidió ayuda.
Esto
es maravilloso, pura paz; lo hice. Acabo de atravesar las paredes junto al Nono
Pedro.
La
niña que fui – Graciela Enríquez
La
niña aquella curó mis heridas y tal vez yo las suyas. Todo fue posible en el
jardín de la casa de mi abuela. Esa bonita y humilde casa de mi infancia.
Logramos juntarnos en un cruce de tiempo, y así hacer posible un diferente
futuro ¿incierto?... ¡sí! es posible. Ese futuro estará cargado de titubeos y
silencios, pero lleno de esperanzas, y también feliz, porque un nuevo amanecer
llega. Nos encontramos a las puertas de otras oportunidades por experimentar. Así comienza una etapa por andar, llevando en
mi interior la niña que fui... y la que siempre me cuidará.
Ch’in
Er Shi - Daniel Frini
Er
Shi Huang Di, el segundo emperador de China, buscó la isla de Zhifu interesado
en la inmortalidad; tal como lo hiciera su padre, el legendario Ch’in Shi Huang
Di.
Demostrando,
una vez más, que al destino lo hace la suerte; a pesar de ser notablemente
menos capaz que su progenitor, Er Shi sí encontró la ansiada vida eterna. Pero
no supo qué hacer con ella. Hoy atiende un puesto de comida china en Retiro.
Los parroquianos se sonríen y le palmean condescendientemente la espalda cuando
cuenta cómo escapó de la rebelión de Liu Bang, en el doscientos siete antes de
Cristo.
Dehors
- Sergio Gaut vel Hartman
—Me
sentí liviano, una pluma —dijo Robustiano tras la primera clase en el estudio
de Olga Bolshoikaya Kirova.
—El
ballet no está para usted —respondió la profesora con su pedregoso acento de
Kazán—, mejor la ópera, Aída…
—¿Aída
es su amiga? —dijo Robustiano, ilusionado.
—No.
—La rusa giró, y al exponer sus cuartos traseros desencadenó la tragedia.
Al
día siguiente, de las gancheras del mercadito “Coppelia”, colgaban unas piezas
que Robustiano ofrecía como “delicada carne del Volga”.
—¿Será
tierna? —preguntó doña Eulalia.
—Al
comerla —contestó el carnicero— le parecerá que una bailarina danza sobre la
punta de su lengua.
El cumpleaños - Claudia Isabel Lonfat
Madrugada de sábado, bar La Paz. Cacho, Aníbal, Fatiga, y yo, bebiendo.
El calor era tan inhumano como el aburrimiento. Por la ventana asomó Ángelo y nos
invitó a su cumpleaños.
—El único problema —dijo—, es que tenemos que viajar hasta Tigre.
El viaje fue largo y el sol nos quemaba la cara. La borrachera pasó, pero
los mosquitos nos estaban matando. Teníamos los pies mojados.
El gondolieri dijo “arrivato a destinazione”.
—¡Manga de borrachos! — gritó el gallego del bar mientras baldeaba sobre
nuestros zapatos.
—Qué pasó —pregunté sobresaltado.
—Hoy cumpliría años Ángelo —lagrimeó Cacho—. Cuarenta años pasaron.
El pelotón – Alberto Macadar
—¡El siguiente! —gritaron.
Las botas lucieron su metal recién lustrado.
—Dice que tampoco sabe nada, mi Capitán.
—Hijos de puta, están todos mudos. Mátenlo. Destrípenlo. Y dejen alguna
parte al exterior para que se la coman los gavilanes, como escarmiento para los
otros.
La criatura estaba quieta detrás del cerro. Observaba la planicie. El
ojo acompañaba el movimiento de los flancos alados apoyados por la caballería.
Enfrente, el pelotón de fusilamiento del gobierno preparó el ritual.
—¡Preparados! ¡Presenten! ¡Apunten!
En la montaña retumbó un trueno que parecía una voz:
—Bajen y coman hasta hartarse, pero solo a los de uniforme.
¡Despierta ya! - Luisa Madariaga Young
Amaneció, una llovizna fina invitaba a quedarse un poco más, pero tiene
dos despertadores para sacudir el sueño, uno, con solo extender la mano, puede
cancelarlo.
Ah, pero existe el otro, inteligente, terco e insistente, que con la
primera nota ya está tirando de la sábana, pegando su naricita suave y
ligeramente fría en su rostro y ¡cómo no!, maullando a todo volumen:
¡Despierta, ya es hora! Necesito mis caricias, mi desayuno y es tiempo de que
vayas a trabajar.
Y pensó: puedo cada noche dormir relajado.
Su fiel despertador deja
cualquier asunto gatuno a la hora exacta cada mañana.
Un día de mala suerte – Debora Mayol Parodi
El ascensor se frenó de golpe y en ese preciso instante, comenzó a sonar
la chicharra. Odio las putas alarmas porque me ponen nervioso. Me toqué el
bolsillo del pantalón para asegurarme de que tenía el dinero encima.
Una vieja metida comenzó hablarme sin parar.
—¿Es usted nuevo en el edificio?
—No, vine de visita —respondí.
La vieja se quejó del calor,
luego se puso pálida y se desplomó en el piso antes de llegar a la planta baja.
Cuando las puertas se abrieron, tenía tanto julepe que huí sin darme cuenta que
había perdido el fajo de dólares robados.
Reina y clocharde - Gabriela Vilardo
Se sintió alfombra, se antojó almohadón y estatua. Descansó en el tercer estante sin baldaquino de un ropero francés, de alguna tía Antonia. No dudó ni un segundo por la siesta de tardecita hasta que escuchó la voz del cliente que se despedía. Empezó su tránsito hacia otro estado, desperezándose detrás de las paletas del viejo ventilador.
Entré el cartel de compraventa. Sentí fatiga cuando la vi huir a los tapiales, ahora cornisas para el desafío. Puse el candado y odié su soberbia de reina. Me topé con voces ajenas a mi mundo. Y deseé la libertad de mi gata.
Cien palabras - Adriana Wirth
Un
buen día, o quizás un mal día, "ella" comenzó a apagarse; pero los
vientos implacables de la vida no pudieron arrasar con la fuerza atómica de una
"palabra" que repetía incansablemente como si fuese un mandato
divino; como si existiese la urgencia de alfabetizar el espíritu con vertientes
de sonidos, de pausas, de sentido, de sentires...
Mañana...
mañana... mañana... mañana... mañana…
Y
así, una y mil veces con una sola nota del pentagrama, componía un eco eterno,
en el universo silencioso de otros mundos.
"Ella"
ya no está; hoy es el mañana de ayer... y ella ya no está.
Sediento
– Jorge Zarco
El
agua se le había acabado y ningún compañero quiso socorrerle. Ni siquiera los
monitores. Cayó en coma y tardaron media hora en acudir en su ayuda tras
dejarlo atrás. Hizo falta una semana para lograr estabilizarle y su padre no
cabía en sí de ira.
—¡Quien
lo abandonó a su suerte! —le gritó al comisario.
—¿Y
qué hará usted, matar a todos los monitores del campamento tras empezar con sus
compañeros?; su hijo no ha muerto todavía. Así que tranquilícese.
Pasó
una semana y uno de los monitores; el más irascible, apareció muerto y a nadie
le extrañó. Rutina.
BONUS
HOMENAJE A HÉCTOR RANEA,
QUE
NOS DEJÓ DEMASIADO PRONTO
Fantasmas en el jardín
Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman
Desde
1714, los alemanes con inquietudes espirituales estudiaban en el seminario
Joseph Ratzius Aloisinger de Dresde. Llegó el nazismo y el lugar se transformó
en liceo, el sitio ideal para que los jóvenes de la Neue Deutschland se
prepararan para perpetuar la raza aria. En nuestros días, convertido en escuela
de primeras letras, los maestros evitan que los niños se asomen a las ventanas
y vean a los fantasmas de los prisioneros de Auschwitz deambulando por el
jardín, enfundados en sus trajes a rayas. Una buena sexualidad en la infancia,
asegura el director, Arnold Negger-Schwartz, asegura una vida adulta feliz.
Felicitaciones a todos los compañeros por sus cuentos. Muy buena elección Sergio
ResponderEliminarSaludos
La "Brillancia" de Ranea siempre presente ;)
ResponderEliminarGracias mil
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarFelicitaciones para todos por los cuentos!
ResponderEliminarFelicitaciones, todos muy interesantes
ResponderEliminar