Joyce Barker
Ana llegó temprano a su casa, dos
horas antes que la hora oficial de salida en el trabajo. Sabía que algo andaba
mal, lo sentía en la piel entumecida de sus brazos, las manos sudadas, y un
terrible dolor de cabeza. "Otra vez un ataque", pensó. "Las
piedras. Necesito las piedras". Buscó en el cajón de la cómoda y agarró
tres en cada puño: eran dos cuarzos rosados, uno simple, una piedra verde esmeralda,
otra azul y una dorada. Las apretó con fuerza, e inmediatamente, el malestar
desapareció. Pudo relajarse.
"Autosugestión
o no, las piedras funcionan'', pensó, pero a los pocos segundos escuchó una voz
en su cabeza: "¡Suéltalas!", y, sin pensarlo, las dejó caer al piso. Al
hacerlo, volvieron las sensaciones desagradables; y esta vez tan intensas que
el entumecimiento hizo que dejara de sentir los brazos y piernas. Luego, su
cuerpo entero sufrió un espasmo corto y se retorció de dolor; simultáneamente, el
cuello se estiró más de lo normal. Sintió un cosquilleo en la cabeza, que se
sumó a una intensa jaqueca y comenzó a ver todo borroso y doble. Cayó desmayada
sobre la cama.
Al despertar,
luego de un par de horas, seguía sin sentir sus extremidades y no tuvo más
opción que bajar de la cama deslizándose. Se arrastró ágilmente hasta el
comedor, quedando debajo de la mesa, su lugar preferido. Se enrolló como si
anidara algo. Ahora Ana tenía dos cabezas y un cuerpo amorfo.
—Qué bueno que
me hiciste caso y las soltaste. Hace tiempo que no nos veíamos —dijo la cabeza
derecha—. Un día voy a botar esas piedras, no las soporto.
—No sé por qué
te gusta tanto estar así. Ana sufre con esta metamorfosis —alegó la izquierda.
—¿Tan raro te
parece que alguien quiera "cierta" independencia? A mí me agota que
habitemos el mismo cuerpo todo el tiempo: me siento oprimida ¿No te pasa lo
mismo?
—¡No! ¡Para
nada! Me gusta que podamos ser Ana, no todos tienen esa suerte; y si ya
terminaste, ¿te parece bien que vayamos hasta donde soltaste las piedras? Echo
de menos mis brazos.
—¡Nuestros
brazos! Y fuiste tú quien las soltó, ¡qué poca memoria! —La cabeza derecha sacó
su lengua bífida y la agitó como si fuera un serpentín—. ¿Por qué no salimos a
pasear, mejor? Hace años que no salimos, desde ese "incidente" con
los niños del barrio, ¡y estábamos tan cerca del bar! ¿Serán adultos ya? No me
importa, en todo caso.
—Ridícula: nos
molerían a palos otra vez. Y claro que ahora son adultos, y no creo que hayan
cambiado sus prejuicios. Que agradezcan que no los atacamos de vuelta —suspiró
la izquierda, mirando con un ojo a la cabeza derecha y con el otro, un retrato
de Ana sobre el buffet del comedor—. ¿Tanto te cuesta estar tranquila? ¡No
podemos mostrarnos así! Y además, me encanta cuando somos Ana; es tan centrada y
bastante más bonita que nosotras.
—¿Hablas en
serio? ¿Prefieres que seamos una humana con una sola cabeza? Qué loca. Prefiero
mil veces que cada una tenga la suya, aunque compartamos un cuerpo y tengamos
que ponernos de acuerdo para movernos.
—¡Y qué cuerpo!
Veo que te da lo mismo la opinión del resto acerca de nosotras. ¡Eso es tener
personalidad!
—¡No te burles!
Somos raras, lo sé, ¿y tanto te importa? No es común ver serpientes de dos
cabezas, y es por eso que debemos salir a buscar gente que sea igual a
nosotras. Supe que llegó un can Cerbero a la ciudad, aunque nos faltaría una
cabeza para completar el "cuadro". ¿Vamos?
—Jajaja.
¡Siempre encuentras excusas para que salgamos a tomar! —la miró sonriendo, o
algo parecido— Está bien, pero cuando estés ebria no empieces a cantar.
—Lo juro.
Me encantó el cuento Joyce.
ResponderEliminarMuy original.
Gracias, Oscar!
ResponderEliminarOriginal. Me gustó
ResponderEliminarGracias, Luisa.
Eliminar¡Que origina!
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