viernes, 3 de diciembre de 2021

BIFURCADA

 Joyce Barker


Ana llegó temprano a su casa, dos horas antes que la hora oficial de salida en el trabajo. Sabía que algo andaba mal, lo sentía en la piel entumecida de sus brazos, las manos sudadas, y un terrible dolor de cabeza. "Otra vez un ataque", pensó. "Las piedras. Necesito las piedras". Buscó en el cajón de la cómoda y agarró tres en cada puño: eran dos cuarzos rosados, uno simple, una piedra verde esmeralda, otra azul y una dorada. Las apretó con fuerza, e inmediatamente, el malestar desapareció. Pudo relajarse.

"Autosugestión o no, las piedras funcionan'', pensó, pero a los pocos segundos escuchó una voz en su cabeza: "¡Suéltalas!", y, sin pensarlo, las dejó caer al piso. Al hacerlo, volvieron las sensaciones desagradables; y esta vez tan intensas que el entumecimiento hizo que dejara de sentir los brazos y piernas. Luego, su cuerpo entero sufrió un espasmo corto y se retorció de dolor; simultáneamente, el cuello se estiró más de lo normal. Sintió un cosquilleo en la cabeza, que se sumó a una intensa jaqueca y comenzó a ver todo borroso y doble. Cayó desmayada sobre la cama.

Al despertar, luego de un par de horas, seguía sin sentir sus extremidades y no tuvo más opción que bajar de la cama deslizándose. Se arrastró ágilmente hasta el comedor, quedando debajo de la mesa, su lugar preferido. Se enrolló como si anidara algo. Ahora Ana tenía dos cabezas y un cuerpo amorfo.

—Qué bueno que me hiciste caso y las soltaste. Hace tiempo que no nos veíamos —dijo la cabeza derecha—. Un día voy a botar esas piedras, no las soporto.

—No sé por qué te gusta tanto estar así. Ana sufre con esta metamorfosis —alegó la izquierda.

—¿Tan raro te parece que alguien quiera "cierta" independencia? A mí me agota que habitemos el mismo cuerpo todo el tiempo: me siento oprimida ¿No te pasa lo mismo?

—¡No! ¡Para nada! Me gusta que podamos ser Ana, no todos tienen esa suerte; y si ya terminaste, ¿te parece bien que vayamos hasta donde soltaste las piedras? Echo de menos mis brazos.

—¡Nuestros brazos! Y fuiste tú quien las soltó, ¡qué poca memoria! —La cabeza derecha sacó su lengua bífida y la agitó como si fuera un serpentín—. ¿Por qué no salimos a pasear, mejor? Hace años que no salimos, desde ese "incidente" con los niños del barrio, ¡y estábamos tan cerca del bar! ¿Serán adultos ya? No me importa, en todo caso.

—Ridícula: nos molerían a palos otra vez. Y claro que ahora son adultos, y no creo que hayan cambiado sus prejuicios. Que agradezcan que no los atacamos de vuelta —suspiró la izquierda, mirando con un ojo a la cabeza derecha y con el otro, un retrato de Ana sobre el buffet del comedor—. ¿Tanto te cuesta estar tranquila? ¡No podemos mostrarnos así! Y además, me encanta cuando somos Ana; es tan centrada y bastante más bonita que nosotras.

—¿Hablas en serio? ¿Prefieres que seamos una humana con una sola cabeza? Qué loca. Prefiero mil veces que cada una tenga la suya, aunque compartamos un cuerpo y tengamos que ponernos de acuerdo para movernos.

—¡Y qué cuerpo! Veo que te da lo mismo la opinión del resto acerca de nosotras. ¡Eso es tener personalidad!

—¡No te burles! Somos raras, lo sé, ¿y tanto te importa? No es común ver serpientes de dos cabezas, y es por eso que debemos salir a buscar gente que sea igual a nosotras. Supe que llegó un can Cerbero a la ciudad, aunque nos faltaría una cabeza para completar el "cuadro". ¿Vamos?

—Jajaja. ¡Siempre encuentras excusas para que salgamos a tomar! —la miró sonriendo, o algo parecido— Está bien, pero cuando estés ebria no empieces a cantar.

—Lo juro.



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