Ventisca
Maru Alzugaray
Un viento plano y arenoso trae en su interior un manojito de palabras demoradas en los tiempos, impulsadas por la misma fuerza que las eleva o las arrastra.
Pegajosas, quejumbrosas, dolidas, exasperantes…No tienen época, no tienen edad.
Horadan las murallas, retumban y taladran. Destrozan con la velocidad de un rayo. Y después se alejan formando un remolino.
Y se van, se mudan presurosas a buscar otro blanco…
Y sólo entonces, cuando una lágrima se desparrama por la piel sensible, comprendemos que estamos malheridos, perdidos, sin el consuelo de otra palabra que nos salve.
La hoja
Jorge Baudés
Contempló el manzano, deslumbrante en la estación estival y ahora en franca merma con los primeros fríos otoñales. Sus frutos ya no lucían su roja y atrapante esbeltez. El ciclo estacional los devolvía a la madre entraña para saciar su sed. Solo las hojas quedaban de su altiva estirpe, como banderas que azotaba el viento.
El viejo árbol dejó caer las mismas, una a una, sobre el acolchado tapiz que lo ceñía a sus pies.
Él, dejó caer la suya, justo frente a Eva.
Meses después nacían Caín y Abel.
Escape
Irma
Cristina Cardona
Ella era Juana. Tenía un sofá, una
maleta en la que cabía su ropa, una vieja licuadora, una maceta sin flores, una
silla, un escritorio y una ventana para mirar entre los edificios algunos rayos
de sol. Ella era Juana, la dueña de un perro llamado Jacobo, la dueña del grito
y de la fuerza para azotar la puerta y escapar para siempre del maltrato de
Juan.
Juan creía que Juana le pertenecía, y
Juana creía que no podía sola y que él era su dueño. Hasta que un día después
de una bofetada que la dejó casi inconsciente, Jacobo la despertó a lengüetazos
y mimos, tiró de su falda y la llevó corriendo al parque donde pudo disfrutar y
no solo ver el sol.
Y a punta saltitos, ladridos y juegos,
por fin le hizo entender de qué se trata el amor.
Mi teniente
En un rato va a salir la luna, mi
teniente. Lástima que esos hijoeputa traficantes nos bajaron a escopetazos a
casi todos. Lo vine a esperar cuando me di cuenta que usted andaba hablando en
secreto con ellos por el handing. Nos
mandó al muere, ¿ah? Ahora está a veinte metros, y como no me ve, me busca,
pero esta vez lo voy a madrugar, fijesé que el cargador de su carabina, lo
tengo yo. Acerquesé nomás, que quiero verle la jeta cuando caiga.
Doce
Sergio
Conde Cardoso
Eran las doce en punto y el momento de
la ejecución estaba listo. Permanecía inmóvil, de pie, sintiendo que cientos de
gotas de sudor gélido resbalaban por su piel para suicidarse contra el piso,
como adelantándose a lo que irremediablemente sucedería con él. Fue un instante
mínimo y donde todo pareció moverse en cámara lenta. El disparo había sido
efectuado; abrió los ojos en medio de una mezcla de polvo y gritos y se halló desparramado
sobre el piso viendo a la redonda salir mansamente del fondo del arco.
El bar de los malvados
Guillermo
Corte
—No cabe duda de que he sido el
emperador más despiadado de la historia —dijo Calígula mientras tomaba un trago
de posca.
—Pocas cosas se comparan con lo que
hice en Nóvgorod —exclamó Iván el terrible, mientras Yang Guang los miraba de
reojo, sonriendo burlón.
—Ustedes habrán hecho cosas malvadas,
pero ninguno logó que su nombre se convierta en un adjetivo calificativo.
—¡Otra vez lo mismo —interrumpió Nerón,
indignado— ¡Ya cállate, Maquiavelo!
Posibilidades
Rosa
Lía Cuello
La tarde remoloneaba. La calidez del
sol acariciaba los rincones. En el banco de la plaza una mujer enjugaba sus
lágrimas. De repente irguió su cabeza buscando una esperanza. Vio el edificio. Observó
al hombre que se secaba la transpiración.
En el edificio en construcción un
hombre dejó de trabajar, se limpió la cara con un pañuelo y buscó el verde.
Suspiró hondamente su cansancio. Entonces la vio levantar la cabeza y decidió
bajar con cualquier excusa.
Un suspiro y una lágrima fueron el
detonante de un posible futuro. El mundo estaba abierto a infinitas decisiones.
La derrota
Oscar De Los Ríos
Juan
está solo en una habitación de hotel, en perfecto silencio y en total
oscuridad. Ha tomado la medicación que le recetó el médico y aun así no puede
dormir. Siente la tirantez de los párpados, su cuerpo agotado y en lucha
despareja es vencido una y otra vez. Le ordena a su mente relajarse y dormir,
descansar, y esta constantemente se rebela. Lleva tres días tratando de dormir
sin conseguirlo. Lucha y se rebela hasta que, en un instante de lucidez total
comprende que jamás vencerá y abandona la lucha, y entonces se marea, cae en un
pozo de sombras; al instante siguiente sonríe, cierra los ojos y duerme relajado
y sueña. Sueña que está solo en una habitación de hotel, en perfecto silencio y
total oscuridad; ha tomado la medicación que le recetó el médico y… comprende
que jamás vencerá.
La cita
Graciela
Enríquez
Prometiste que nos encontraríamos. Mi
hermano enfermó, pero me dijo: “no te detengas; te espera”. Apure mis pasos por
el puente interminable. Te esperé y no acudiste a nuestra cita. Perdido en el
infinito, no supe que el tiempo había pasado. No llegaste, aunque sentí tus
manos acariciándome. Tu perfume invadió el aire; una sombra que vi cruzar que
me devolvió a la realidad. Al día siguiente, mi hermano me contó acerca del
accidente. Supe entonces que habías estado allí.
Aquelarre fallido
Nélida Fernández
Las brujas
llegaron y a los gritos empezaron el aquelarre. Tarde se percataron que al lado
había un festival de heavy rock que las enloqueció. Aturdidas corrieron a la
iglesia a pedirle al sacerdote que las dejara entrar.
—Por
supuesto, hermanas —les dijo, y a medida que entraban fue rociándolas con agua
bendita.
Sus nombres
acaban de entrar en el santoral de la iglesia.
Por ella
Fran
Kmil
Seguí rigurosamente los pasos del
manual de rituales para neófitos. Construí mi altar, dibujé la estrella de seis
puntas en el suelo y coloqué una vela blanca en cada punto
cardinal.
Yo, en el centro de la
penumbrosa habitación, recitando el mantra aprendido. Sonido a sonido se fue
visualizando la realización: las olas, el mar, la arena y ella... la
humana que me hizo invertir los ritos y burlar las reglas de nosotros, los
fantasmas.
Los
ojos abiertos
Maximiliano González Jewkes
Despierto, habiendo soñado que no
despertaba, se fue quedando dormido. En el sueño, alguien con su rostro despertaba,
pero se pensaba en vigilia. Imagino esa posibilidad que lo hacía feliz: estar a
la vez dormido y despierto. No podía precisar quién habitaba su sueño. Se
descorazonó producto de esta experiencia. Había perdido el sentido de sus
actos. El sueño y la vigilia se revolcaban como fieras desatadas. En vida,
nunca emprendió nada y murió con los ojos abiertos.
Los caminantes
Felipe
Armando González
Casimiro camina
en la madrugada por el costado del cementerio. Se encuentra a un hombre anciano
que le dice:
—¿Le puedo acompañar, joven?
—Sí, acompáñame, señor, tengo miedo de
estar solo.
La charla fue amena hasta que llegaron
al final de camino.
—Hoy es mi aniversario —dijo Casimiro.
—¡Felicidades, señor!
—Hace seis años fui asesinado por unos
asaltantes —dijo Casimiro indicando con su dedo el lugar donde había muerto.
Iguales pero no
parecidos
Sergio
Gaut vel Hartman
Cuando Brolag emergió en el otro
universo decidió que lo primero que debía hacer era buscar a Brolag. Y no tardó
en encontrarlo, ya que conocía a la perfección los hábitos de su doble, que
eran los propios. Lo que no previó fue
que el otro Brolag no quería que en su universo hubiera quien compitiera con él
por el corazón de Clarita, y como sabía que nadie iba a acusarlo de asesinato,
mató a Brolag sin vacilar.
Ella
Ada Inés Lerner
—Y
entonces apareció ella, volaba desde la luna —contaba él mientras
intentaba sacarse el chaleco—, vestía de
plata y traía un arpa de lágrimas. Después sobrevino la vida, nos hirieron el
vino, la demencia, los delirios, la locura...
—Yo
abrí esa botella de pena, con recuerdos y soledad, le serví un trago y comencé
a hablar del miedo —dijo ella—. ¿Qué pretende usted de mí?
—Escribirás
una novela. Comenzará con una tormenta y vientos fuertes, rayos atronadores…
—susurró él.
¿Y para
eso me trajiste hasta el bosque?,
pensó ella.
Juegos diabólicos
Alberto
Macadar
Mi hijita de
tres años se está poniendo cada día más traviesa. Adora jugar con cosas
peligrosas. Ya se ha cortado varias veces con pedazos de vidrio, los dedos han
sufrido bajo los efectos del martillo, se ha pinchado tanto con clavos que sus
manos parecen las de nuestro señor al bajar de la cruz.
Ayer entré a la cocina cuando estaba
terminando de almorzar y la vi limpiándose los dientes con un objeto brillante
que se apresuró a esconder debajo del mantel al verme llegar.
—¿Eres loca? —le dije. Un día te vas a
lastimar. Déjame ver lo que tienes allí.
Divertida, colocó la hoja de afeitar en
mi mano.
Ensañamiento
Jorge
Zarco
—Meted ahora el falso mensaje, a ver si
suelta el moco —dice el conductor del programa, consciente de que el público quiere
sangre y solo eso. Un falso chismorreo de un falso admirador es emitido en
directo; pide sexo a cambio de una buena suma a la invitada forzosa. Llanto a
gritos y el conductor de la emisión siente poco menos que un orgasmo. Su
auxiliar se acerca.
—Diego…
—Ahora no, imbécil…
—Es importante, de verdad.
—Sí… —un breve silencio y el teléfono
cae de sus manos, antes de ser consciente de que el objetivo de los caníbales ahora
es él.
Muy interesante.
ResponderEliminarMercedes
Gracias por estar dentro.
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