Vergüenza
Irma
Cristina Cardona
Me habló
suavemente al oído y erizó mi piel. Rozó mi cuerpo y me sedujo. Levantó
tímidamente mi falda, sin poner en evidencia sus deseos. Y cuando me convenció
de su nobleza, me lanzó contra la pared, recogió con fuerza mi falda, se metió
entre mis piernas. El frío penetró mi cuerpo y el sudor invadió mi frente. El
dolor fue profundo.
Hasta ahora no conocía el invierno, ni
contaría a nadie la vergüenza de permitir que me violara el viento.
La media
Maru Alzugaray
Un mate a medio tomar. Una rodaja de pan a medio morder.
Un pucho a medio
fumar.
Mientras se
viste, se acomoda el pelo, se pone las botas, las chatitas, las sandalias
(según sea la estación), se pinta los labios y renuncia al delineador y al
rímel y a las sombras.
Recuerda a su
mamá, tan pendiente del maquillaje y piensa en ella misma, la hija, tan a cara
lavada y se sonríe sin mirarse en el espejo.
Sale a la calle,
por enésima vez en su vida. Sube al colectivo.
Se baja. Camina
más de cuadra y media.
Pisa la baldosa
con la llave en la mano.
Y sabe que su
media vida (o lo que quede de su media vida y de ella) dejarán de existir en el
momento en el que pise el escalón.
El hacha adormecida
Jorge Alberto Baudés
Durmió larga siesta hasta que escuchó voces en el establo. El patrón dejó el motor en marcha como con ganas de salir carpiendo. Entró pisando fuerte mientras dejaba deslizar palabras sueltas que escapaban de los labios resecos poniendo al descubierto sus pensamientos.
—Hoy talaré tantos pinos que no alcanzarán las manos para fabricar los cajones para la fruta. Ya viene la vendimia y no quedaré sin palenque ande ir a rascarme.
La tomó con firmeza y la llevó al monte. Tres y cuatro golpes asestados sin suerte.
—¿Justo ahora quedas desafilada?
Ella rio con picardía.
Algo irresistible
Joyce
Barker
—Cuando era
chica, me gustaba ver La isla de la
fantasía.
—¡A mí también! Me encantaban esos
lugares. ¿Por eso fuiste después, a buscar “tu fantasía”?
—No, al enano. Pero claro, ya no
estaba. ¿No le encontrabas “algo”?
—¿A Tatoo? ¡No! —La conversación estaba empezando a parecerle rara, y detestaba eso—. Bueno… claro… era simpático; pero más que eso, obvio que no. ¿Tú le encontrabas "ese" algo, loca? —su amiga no contestó—. No lo puedo creer.
—¡Oye! Yo nunca he criticado tu gusto
por los…
—¡Para! —le tapó los oídos al maniquí—.
Te dije que esa palabra está prohibida en esta casa. Y se llama Billy.
—¡Qué me importa!
—Si no te importa, ¿a qué viniste?
—Bueno. Tú mandaste un mensaje
invitándome.
—No fui yo…—respondió molesta mirando
al maniquí—. ¿Debería ponerme celosa por esto, Billy?
—Mejor me voy—dijo la amiga,
apresurándose a salir.
Con la Yanina no
Yo sé que es de
gusto si le digo que esta vez no tuve la culpa, igual me va a pegar con el
cinto, y si el Beto me quiere defender, le va a pegar a él también, que encima
hasta sangre tose. El viejo lo lleva a afanar de noche aunque haga frío. ¡Cómo
voy a tener yo la culpa! Si lo único que hice fue darle un palazo para sacarle
a la Yanina, que es muy chica para que me la coja ese borracho con el que se
juntó, mamá.
Sin palabras
Guillermo
Corte
Andrés Rigarti
era el mejor escritor de su generación. Su propia esencia, camaleónica, le
permitía ser sus propios personajes, por lo cual, todos sus textos eran en el
fondo, autobiografías. Esto suponía una gran ventaja: sus obras eran
genuinamente autenticas. Una noche decidió experimentar con Casimiro, un
personaje inefable; a la mañana siguiente, Andrés se había esfumado en la nada.
Ley de seguridad
en China
Oscar De Los Ríos
Caminando por la calle, Huan Chung encontró una nada y la guardó en un
bolsillo del pantalón. Unos metros más adelante lo paró la PSB y lo requisó:
como es lógico, no hallaron nada. Pasaron los años y Huan Chung siguió
encontrando nadas y guardándolas en el bolsillo del pantalón. Un día la PSB lo
volvió a parar y, esta vez, no tuvo escapatoria.
Una nada se
puede ocultar, mil no.
Lo acusaron
de secesión e incitar al terrorismo. Lo encarcelaron y condenaron a veinte años
de cárcel.
La criatura
Ada Inés Lerner
Atravesando miedos, la criatura comienza su juego vital,
recorre el cuerpo de su víctima, casi desnuda, en su obsesión por descansar al
sol. No sabemos qué espacio busca en la piel tibia para introducir su
probóscide, sorber y satisfacer su apetito. No le preocupa la perfección del
cuerpo de la víctima, se desplaza por todos los espacios, casi morbosa, con su
memoria instintiva… profecías, sortilegios oscuros que dominan los diluvios y
las sequías.
En el tren
Alberto Macadar
El nene corría
feliz. Iba y venía por el pasillo atrás de su pelota de goma. Sus padres se
aprestaban a echar una siesta.
—Déjalo que se divierta mientras
descansamos un poco. Aquí no hay peligro; no tiene dónde ir.
Cuando se despertaron, el nene no
estaba. Preguntaron a los otros pasajeros, pero nadie lo había visto. El tren
continuaba parado en el medio del puente, sobre la límpida superficie del lago,
con los conductos de ventilación abiertos.
Las pesadillas de Nahir
Felipe
Armando González
Nahir es una niña muy traviesa que tiene
pesadillas todas las noches. Ve a un hombre sin cabeza a caballo, vestido de
negro, que la persigue y no puede escapar de él. Se despierta agitada y ve al Hada
de los Dientes al pie de la cama.
—Lleva mis dientes y deja las monedas —dice
el hada—. Acomoda la almohada y vuelve a dormir.
Pero dormir significa despertar en otra
pesadilla en la que un hombre alto sin rostro la persigue y no puede correr.
Nahir se despierta confundida y ve a una bruja volando en una escoba que le dice:
—No podrás escapar del mundo de las
pesadillas.
Ley
pareja
Nélida Fernández
Como lo ordenó el Inquisidor,
sumergieron en el río a la acusada de brujería.
Cuando la sacaron, el cura se agachó y
gritó:
—¡Está viva, está viva! Es una bruja,
vuélvanla a meter.
Pero se había acercado demasiado. En su
desesperación por poder respirar ella alzó los brazos y se prendió de él.
Nadie pudo impedir que los dos cayeran
al agua.
Cuando los sacaron, ambos seguían
vivos.
—¡Brujería! —gritó el pueblo.
Y los quemaron a los dos.
¿Corinto o Tebas?
Maximiliano
González Jewkes
Palo, golpe,
click. Uno se aleja. ¿Dónde estaba entonces? Sombra de sospecha en los ojos de
la esfinge. Necesito un plus de grrr
para seguir andando. Golpe. Padre cae mientras madre piensa en mí rodeada de
sedas. ¿Camino a dónde encontraré mis huellas? Ceniza en las pupilas. Algo se
adivina. Soberanía de sombras. Mamá, ¿con qué cielo pasan estas cosas?
Ciudad Madero
Iñaki
Garzia Furia
No tenía nada
que hacer, salvo concentrarme en mi propia miseria. Y, tal vez, encontrar un
sitio donde dormir y algo para comer y algo con lo que colocarme y dejar así de
concentrarme en mi propia miseria.
Joder, ¿qué me había pasado? Yo era un
tipo de buena planta, inspiraba respeto. Y tal y como me encontraba, daba más
bien pena. Intentaba desentrañar la maraña de golpes de mala suerte que me
habían dejado así.
Estaba bien jodido. Ciudad Madero no
era un buen sitio para andar sin un puto clavo en el bolsillo.
Una mañana en Ulm
Nicolás
Micha
Hermann
Einstein estaba dispuesto a salir de su casa cinco minutos antes de lo usual.
Por ese motivo terminaría pasando por debajo de un edificio en construcción en
el momento en que una viga de ciento veintidós kilos se precipitara al vacío y
cayera sobre su cabeza. Tan solo por culpa de un obrero borracho y una
diferencia ínfima de tiempo, se habría llevado a la tumba la teoría de
relatividad. Pero, fruto del mal presentimiento, terminará saliendo a horario.
El día después
Claudia
Isabel Lonfat
El día después
quedarán las calles silentes. Un montón de piedras. Un montón de cadáveres. Todos
apilados, como pequeños monumentos de lo que no pudo ser.
La morguera se llevará los despojos, y
los municipales, la basura; ambos con la misma indiferencia.
Un hilo de humo dibujará la madrugada. Pronto
todo se disipará para volver a la normalidad y naturalizar la herida.
Los oficinistas, obreros, maestros,
comerciantes, y hasta los siniestros, regresarán a sus puestos. Se cambiarán las
vidrieras rotas. Despintarán las paredes de reclamos. Se borrará todo vestigio.
Las calles, ahora limpias, escribirán
otra página en blanco.
El sueño
Milton
Echeverría
Estuve tan
cerca de hacerlo que no debería haber despertado. No quería haber despertado.
Pero los sueños son así, se terminan. Se terminan justo en el mejor momento. La
secuencia se desarrollaba en su esplendor perfecto pero de la nada se esfumó
con los rayos del amanecer.
Abrir mis ojos y despertar fue el
sacrilegio peor, cometido por mí.
Ya no había vuelta atrás. Intenté, debo
decirlo, dormirme de nuevo para que todo volviera a donde quedó, pero con esa
convicción de que nada sería como fue. Mi despertar me marcó en los parámetros
en los que realmente vivía, solo, apesadumbrado y muchas veces triste, por lo
que deseaba, la mayoría de las veces, vivir soñando pero no para despertar,
pues era lo que hoy me había pasado y lo que yo no quería…
Homero minimalista
Cristian
Mitelman
Una grulla se ha posado sobre el muro que parece infranqueable. En uno
de sus ojos se reflejan los hombres que
preparan la defensa de la ciudad, las arengas eólicas, los templos frecuentados
por los sacerdotes. En el otro, las barcas, los escudos que reposan en la
arena, el bronce de las lorigas, la imagen de Ulises que juega a los dados...
Ojos que no ven
Sergio
Gaut vel Hartman
Milton
Erickson, el famoso médico estadounidense que revolucionó su especialidad al
cambiar las técnicas del hipnotismo aplicadas a la psicoterapia, nació en 1901
en Aurum, una pequeña ciudad de Nevada ya desaparecida. ¿Desaparecida?
¿Desaparecen las ciudades? Me inclino a pensar que Erickson pergeñó una
alucinación colectiva que ha puesto a Aurum fuera del alcance de los sentidos
ordinarios y que en ella, desde hace medio siglo, viven y trabajan multitudes
de científicos de todas las áreas que diseñan el futuro de la Tierra y preparan
el salto desde la cuna al universo, tal como previó Arthur C. Clarke. Tengan en
cuenta que, como señaló el autor de El
fin de la infancia, la ciencia más avanzada es indistinguible de la magia.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy buenos todos
ResponderEliminarExcelente ejercicio