jueves, 23 de diciembre de 2021

PARA SIEMPRE

Ana Cherñak



El amor es un misterio más insondable que el de la muerte.

 Oscar Wilde

 

Lucía y Juan crecieron junto al mar. Cuando Lucía empezó el primer año de la escuela primaria, sonrió a Juan ni bien lo vio y no dejó de mirarlo hasta que él se sentó junto a ella. Le contó al oído que había enterrado en la arena un papelito con sus nombres y se rieron hasta que la maestra los retó.

El amor llegó para ellos en cualquier instante, mirada o secreto. Con una ola de emociones tan intensas que se sintieron distintos, únicos.

Tomaron la costumbre de escribirse algo en un papel, doblarlo y esconderlo en la ropa del otro.

Cada uno guardaba en un sobre las palabras que habían aparecido en la media, la manga o el bolsillo. De noche soñaban el mismo sueño, se lo contaban al día siguiente seguros de que lo harían realidad. Un día le avisaron a Lucía que su prima había enfermado y Juan se presentó en su casa a consolarla. Si él hablaba lento, ella completaba la frase antes de que la terminara. Se creían unidos por algo más que sus manos.

Terminaron la secundaria y a nadie sorprendió la noticia de su casamiento.

Fueron a vivir y a trabajar a Buenos Aires. Siguieron apareciendo papelitos con promesas en la ropa: te querré toda la vida, te amaré más allá de la muerte, juntos para siempre.

Ahorraron para ir de vacaciones a Mar del Plata, visitarían a la familia y a los amigos, Paseaban solos por la playa, tomaban sol o comían en el puerto. Una tarde, nadaron muy lejos. Ella hacía la plancha, disfrutaba del peso de su pelo ondeando en el agua y del sol estirando la piel de su cara. Mientras tanto, él, se tiraba de cabeza y salía feliz, gritando y lanzando agua.

El mar se agitó desordenando las olas, el cielo hizo algo similar arremolinando nubes oscuras. Lucía no lo vio más, desesperada lo buscó por abajo, respiró, volvió a hundirse; una ola la golpeó en la nuca y la tiró hasta el fondo. Cuando Juan pudo asomar la cabeza, ella no estaba. La buscó casi sin aire, atormentado nadaba hacia cualquier lado sin encontrarla. El cielo estaba cerca, oscuro y amenazante. En la playa, el viento levantaba la arena, algunos cerraban sus sombrillas, otros corrían con toallas y bolsos, alzaban a los chicos. Todos corrían. Miró hacia la orilla para pedir ayuda, su voz le sonó distinta, se ahogaba.

Alguien lo vio y con otros hombres fueron a rescatarlo. Sacaron sin vida a Juan y horas más tarde, a Lucía.

El padre de la joven tenía un mausoleo en La Loma. Ahí depositaron el cuerpo de la hija y luego el de Juan. Las familias fueron al cementerio llevando flores y los sobres abultados con el rejunte de sus palabras de amor. Los cajones eran iguales pero en el de ella una prima había puesto una cinta blanca. Lo abrieron para darle el último adiós. No había nada, ni la mortaja. La madre de Lucía se desmayó. Trajeron al guardia, la reanimaron y abrieron el segundo cajón. Adentro estaban los dos, Juan y Lucía, apretaditos, tomados de las manos, unidos como siempre y para siempre.

2 comentarios:

  1. La descripción de los hechos es tan nítida que fue como estar ahí mientras lo leía.

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  2. Buen relato. Me agradó. Las palabras justas. Enhorabuena.

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