Ana Cherñak
El amor es un misterio más insondable que el de la muerte.
Oscar Wilde
Lucía
y Juan crecieron junto al mar. Cuando Lucía empezó el primer año de la escuela
primaria, sonrió a Juan ni bien lo vio y no dejó de mirarlo hasta que él se
sentó junto a ella. Le contó al oído que había enterrado en la arena un
papelito con sus nombres y se rieron hasta que la maestra los retó.
El
amor llegó para ellos en cualquier instante, mirada o secreto. Con una ola de
emociones tan intensas que se sintieron distintos, únicos.
Tomaron
la costumbre de escribirse algo en un papel, doblarlo y esconderlo en la ropa
del otro.
Cada
uno guardaba en un sobre las palabras que habían aparecido en la media, la manga
o el bolsillo. De noche soñaban el mismo sueño, se lo contaban al día siguiente
seguros de que lo harían realidad. Un día le avisaron a Lucía que su prima
había enfermado y Juan se presentó en su casa a consolarla. Si él hablaba
lento, ella completaba la frase antes de que la terminara. Se creían unidos por
algo más que sus manos.
Terminaron
la secundaria y a nadie sorprendió la noticia de su casamiento.
Fueron
a vivir y a trabajar a Buenos Aires. Siguieron apareciendo papelitos con
promesas en la ropa: te querré toda la vida, te amaré más allá de la muerte,
juntos para siempre.
Ahorraron
para ir de vacaciones a Mar del Plata, visitarían a la familia y a los amigos, Paseaban
solos por la playa, tomaban sol o comían en el puerto. Una tarde, nadaron muy lejos.
Ella hacía la plancha, disfrutaba del peso de su pelo ondeando en el agua y del
sol estirando la piel de su cara. Mientras tanto, él, se tiraba de cabeza y
salía feliz, gritando y lanzando agua.
El
mar se agitó desordenando las olas, el cielo hizo algo similar arremolinando
nubes oscuras. Lucía no lo vio más, desesperada lo buscó por abajo, respiró,
volvió a hundirse; una ola la golpeó en la nuca y la tiró hasta el fondo. Cuando
Juan pudo asomar la cabeza, ella no estaba. La buscó casi sin aire, atormentado
nadaba hacia cualquier lado sin encontrarla. El cielo estaba cerca, oscuro y
amenazante. En la playa, el viento levantaba la arena, algunos cerraban sus
sombrillas, otros corrían con toallas y bolsos, alzaban a los chicos. Todos corrían.
Miró hacia la orilla para pedir ayuda, su voz le sonó distinta, se ahogaba.
Alguien
lo vio y con otros hombres fueron a rescatarlo. Sacaron sin vida a Juan y horas
más tarde, a Lucía.
El
padre de la joven tenía un mausoleo en La Loma. Ahí depositaron el cuerpo de la
hija y luego el de Juan. Las familias fueron al cementerio llevando flores y
los sobres abultados con el rejunte de sus palabras de amor. Los cajones eran
iguales pero en el de ella una prima había puesto una cinta blanca. Lo abrieron
para darle el último adiós. No había nada, ni la mortaja. La madre de Lucía se
desmayó. Trajeron al guardia, la reanimaron y abrieron el segundo cajón.
Adentro estaban los dos, Juan y Lucía, apretaditos, tomados de las manos,
unidos como siempre y para siempre.
La descripción de los hechos es tan nítida que fue como estar ahí mientras lo leía.
ResponderEliminarBuen relato. Me agradó. Las palabras justas. Enhorabuena.
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