sábado, 9 de abril de 2022

LOS CUENTOS DEL CAN CERBERO - NUEVA SERIE - 004

Los invasores

Hernán Bortondello Víctor Lowenstein 

& Sergio Gaut vel Hartman

Ilustración de Hernán Bortondello

Serafín había pasado gran parte de su vida pedaleando en el vacío, tratando de hallar un modo de resolver, sin beneficio alguno, ni para la humanidad ni para sí mismo, los enormes enigmas planteados por los invasores. En su lugar, yo habría mandado todo al demonio desde hacía rato para dedicarme a trabajar en algo más prodiuctivo, ya que los virux no intervenían en nuestra vida cotidiana. Pero Serafín era obstinado, terco como una mula. Tenía mucho dinero, ya que había heredado abundantes activos al fallecer el padre; no tenía hermanas ni hermanos y su único interés era el estudio. Pero los invasores eran incomprensibles. Claro que si uno lo piensa bien, un extraterrestre debe ser, por definición, incomprensible. Pero eso solo para gente como yo, un tipo común por los cuatro costados. Para Serafín no. Tenía que haber una explicación convincente del hecho básico: los virux habían llegado para quedarse.

Si no nos hubiésemos conocido en el ejército jamás se habrían cruzado nuestros caminos. Yo, un provinciano, hijo de una profesora y de un constructor de castillos en el aire; él, mi amigo del alma si se me permite la sensiblería, mimado primogénito de Aarón Singer, un financista bañado en oro.  En Malvinas había salvado su vida, la de mi pelotón y la mía propia con una gloriosa trompada que lo desmayó justo a tiempo. Totalmente rodeados, el muy cabrón quiso seguir disparando cuando, tras batirnos como leones en Boca House, agitábamos la bandera blanca. Siempre bueno, siempre necio. ¿Quién iba a ser el último en resistirse al abrumador poder de los virux? Serafín, qué duda cabe.

En junio de 1990 llegaron los bichos. Llovieron por miríadas en extrañas naves individuales, pequeñas y letales. Desintegraron las defensas orbitales, neutralizaron las bases atómicas y pulverizaron la fuerza aérea de todo el planeta en un solo y horrendo día. Tres días después habían hecho lo mismo con las marinas y ejércitos de la Tierra. Luego se detuvieron. Por un tiempo permanecieron encerrados en sus vehículos, flotando en los océanos. Entonces nos enfermamos todos. Todos. Pero solo fue una gripe que nos hizo perder el gusto y el olfato por unos meses. Nada grave, únicamente fuimos esterilizados. Nacidos los últimos niños, las mujeres no volvieron a procrear. Y de nada sirvió la ciencia. Por lo demás, ellos llegaron por cientos de millones a nuestras costas y se adentraron caminado por nuestras ciudades como turistas. De alguna forma lo eran, no molestaban a nadie y tampoco podíamos hacerles nada. Usaban unos trajes de energía que los hacían invulnerables. Relativamente humanoides, ocuparon los hoteles o solicitaron amablemente ser hospedados por las familias, no más de uno por hogar.

De a poco nos acostumbramos a esas presencias entre siniestras y soportables; nos dejaban vivir en una relativa paz, si bien no podríamos llamar "pacíficos" a unos invasores que supieron pulverizar ejércitos enteros apretando un botón. ¿Qué otra cosa podíamos hacer? Además, los virux nos dejaron debilitados, como si su objeto final fuese una aniquilación lenta de la especie humana. Todos sufríamos un cansancio atroz. Los periodistas transmitían las noticias jadeando. Los niños ya no jugaban en las plazas y los viejos, imagínense, yacían en sus lechos esperando la muerte. 

Con ese panorama casi nadie pensaba en ejercer algún tipo de resistencia. La excepción tenía que ser el bueno de Serafín, tipo obcecado si los hay. Nunca perdimos contacto, sobre todo en los últimos tiempos. Constantemente hablaba de resistencia y contraataque hacia los invasores; pergeñaba teorías de lo más insólitas sobre su naturaleza y planeaba rebeliones inverosímiles y peligrosas.

Dedicaba sus recursos a conseguir armas en el mercado negro. En su casona de Ingeniero Maschwitz había acopiado un verdadero arsenal en el que no faltaban rifles, granadas de mano y explosivos de alta potencia. Leía constantemente libros sobre conspiraciones y se había unido a un grupo de disidentes.

Mi relación con los virux se dio por necesidad. Era de todas formas inevitable cruzarse con ellos, trabar algún tipo de contacto social. En mi trabajo, accedieron a puestos dirigenciales, de un día para el otro me encontré en mi oficina recibiendo órdenes de un humanoide llamado "Klaatu". Suena a broma, pero para mí nunca fue un chiste. 

La tarde que Serafín apareció en mi casa supe que no sería otra visita de amigos. Lo secundaban dos tipos de gafas oscuras que parecían copias baratas del agente Smith de Matrix. En cuanto se acomodaron en mi living, Serafín me anunció con ansiedad dibujada en el rostro que habían dado con el arma perfecta para eliminar a los invasores. Y que para perpetrar tan noble fin necesitaban de mi ayuda.

—¿Mi ayuda? —respondí, entre alarmado e incrédulo—. No tengo las aptitudes, el poder y el dinero. Y aunque los tuviera…

—No me olvido de Malvinas —dijo Serafín—. Tuviste el valor y la decisión. Eso es lo único que se necesita. Los virux se relajaron. Piensan que ya hicieron todo el trabajo: nos doblegaron militarmente, nos esterilizaron, los quebraron como especie. Por eso no esperan una reacción de nuestra parte. Contamos con el factor sorpresa.

—¡Factor sorpresa! —me burlé—. Ya te lo dije antes y te lo repito: estos extraterrestres son, por definición, incomprensibles. Harán algo inesperado y nos volverán a derrotar.

—Oesterheld —dijo Serafín—. El eternauta. Leímos eso cuando éramos adolescentes.

Tuve que darle la razón. La reconquista de la Tierra había comenzado.





3 comentarios:

  1. Me gustó, quizás le sumaría algo de acción, alguna dificultad
    Saludos

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  2. Pues no entendí para nada el final. Quizás hubiese tenido más sentido que el prota le hubiese dado otro gaznatón a Serafín y así cerrar la historia de su resistencia. Esa acción queda en el aire como pistola de Chéjov subutilizada (y si hay alguna referencia relativa a los acompañantes del millonario, pues no la entendí).

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  3. Hola para todos.
    Del cuento rescató su ambientación, sus diálogos y personajes. Me mantuvo entretenido e imaginando todo el nuevo orden mundial y demás escenarios. El problema surge en el final. Me creo un contrasentido. La misma omnipotencia y omnipresencia de los virux termina siendo su propia ruina capitalizada por los humanos que la catalogan como un arma letal llamada factor sorpresa? ¿Y cuál es ese factor sorpresa? ¿Una lucha cuerpo a cuerpo cuando los virux destruyeron los ejércitos del mundo en tiempo más que récord?
    Hasta aquí mi humilde opinión de aprendiz.
    Saludos al equipo.

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