Adentro y afuera
Gabriela Vilardo Hernán Bortondello
Nunca había padecido algo como eso. Lo asaltó la impresión
de estar en otro universo, con reglas distintas y formas, materiales y texturas
desconocidas. Percibió un millón de olores y sabores ignotos se precipitaron
sobre él. Algunos eran secos, blandos, metálicos, flexibles, toscos como
adoquines, frágiles, ásperos, dulces, suaves, peligrosos, complejos como el
mecanismo de un reloj, gigantescos como rascacielos y microscópicos como
bacterias. El aire se volvió sólido, le crecieron aristas y vértices; el espacio
se convirtió en una superficie pegajosa mientras se llenaba de enormes esferas
diamantinas, pirámides viscosas, gigantescos cristales sin volumen. Y Rodder no
tenía más remedio que avanzar a través de todo aquello, abriéndose camino como
si se tratara de un sueño, como si lo hubieran enterrado bajo una tonelada de
tierra blanda y porosa y él quisiera volver a la superficie. No se atrevió a
cerrar los ojos, temeroso de que todo aquello empeorara.
Pero nada pudo impedir que el caos
evolucionara hasta alcanzar el horror. Uno que hizo creer a Rodder que perdería
la cordura. No podía definir lados o puntos de referencia pues no estaba en un
verdadero lugar. Los inefables portentos que lo rodeaban comenzaron a
acercársele desde direcciones que no lo eran realmente. Se quedó inmóvil,
incapaz de detener esas cosas que lo estrechaban. Supo que no existía el
concepto de otro espacio hacia el que huir. Finalmente sintió que lo tocaban,
que de alguna manera contactaban su cuerpo. ¿Pero cuál? ¿El físico o el astral?
No podía estar seguro de nada. Por algún motivo tensó cada fibra de lo que
suponía era su ser. Algo le ocurría y no estaba para nada bien. Entonces se dio
cuenta. Las formas y no formas no se habían detenido en su epidermis o en la
membrana exterior del espíritu. Con un terror negro y helado comprendió que
estaba siendo penetrado de una manera absoluta. No sólo las entidades pequeñas
se adentraban en él. También lo invadían las gigantescas, contra toda
explicación racional. Sentía como el plasma multiforme atravesaba
fantasmalmente cada una de sus partes y extremidades. Era como una especie de
lluvia, copiosa y constante. El proceso no cesaba y sintió que su yo interior
era desplazado por los engendros, cediendo y retrocediendo. Hasta que acorralado,
descubrió que ya no había espacio en los adentros. ¿Qué haría? Terminaba de
plantearse el interrogante cuando llegó la rápida respuesta. Otra ola de lo que
no tenía nombre, plena de colores impensados, fragancias avasallantes y blandas
durezas, empujó reclamando el último territorio de Rodder. Lo que siguió se
asemejó a un parto, expulsado de sí mismo, eyectado. Dado vuelta como una
media. Invertido.
Dahteste, corría llorando hacia él.
Dahteste lo rodeó e intentó darle un recibimiento como Rodder merecía, pero
Rodder ya no era el mismo. Se parió desde otro lugar. Se plantó. Levantó la
cabeza y miró el horizonte, como si nada existiera. Sin embargo, allí donde el mundo
había hospedado reservas habitaban edificios. Allí, donde sus antepasados habían
sufrido persecución él veía venganza. Allí donde los muertos ya eran huesos
molidos él veía materia casi acto. Dahteste
quiso interrumpir ese ensimismamiento y esa lejanía particular pero no pudo más
que seguirlo. Rodder seleccionó olores y sabores que lo habían abrumado y
eligió los materiales más secos, toscos y ásperos. Se abrió paso entre
superficies extrañas y lo pegajoso se volvió polvo suelto y movedizo. Rodder ya
no estaba inmóvil. Su andar había expulsado los engendros que se habían
apoderado de sus entrañas. El rostro anguloso seguía en posición hacia un
horizonte alcanzable esta vez. Elevó los brazos a los dioses y la tierra sufrió
movimientos para anotar nuevos límites en esta historia. Espíritus venían desde
cuatro direcciones a danzar frente al fuego. El aire devino en viento
huracanado. Las llamas salpicaron el territorio y abrieron la tierra. El polvo
suelto zigzagueaba para elevarse en remolinos y convertir a los huesos molidos
en nuevos cuerpos para luchar. Los cuerpos se vistieron de flecos y plumas y se
posicionaron detrás de Rodder hacia aquella reserva de cemento. Dahteste dejó
de llorar.
Rodder nos hace viajar con él hacia un universo inimaginable y sin límites...
ResponderEliminarHola a todos.
ResponderEliminarEmpiezo por decir que es una obra que podría ser presentada como un gran ejemplo para los estudiantes de como relatar imágenes visuales, sensitivas, olfativas, táctiles, abstractas etc. Ese aspecto de la obra es muy impactante, se nota que hay mucho trabajo, talento, pasion y frenesí por mostrar, pero creo (a mi modesto entender ) que le ha faltado a todo esté gran trabajo un tanto de emocionalidad para que sea un relato completamente hipnótico y difícil de olvidar.
¡Gran trabajo! Saludos al equipo de trabajo.
Me ha gustado el estilo lovecraftiano del relato. Quizás le falte algo de trasfondo sembrado para desembocar en este final, pero funciona.
ResponderEliminar¡Gracias!
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