sábado, 9 de abril de 2022

LOS CUENTOS DEL CAN CERBERO - NUEVA SERIE - 005

Desencuentro

Marcela Iglesias Débora Mayol Parodi

& Elisabet Arrarás Zabala Rampoldi

Cuando se levantó ya pasaban de las seis. El sol había salido y estaba resplandeciente. No se veía ninguna nube en el cielo pintado de celeste.

Rosalía se metió a la ducha y tomó un baño rápido. Se detuvo un rato en el cabello, asegurándose que el acondicionador hiciera su efecto. Se vistió con la ropa que había planchado y preparado cuidadosamente el día anterior, y tras un rápido desayuno tomó la mochila y se dirigió a la parada del autobús.

Era el primer día de clases del nuevo curso, martes. Se había anotado en tres materias y estaba feliz, pletórica, pues había decidido que esa tarde lograría resolver sus problemas con Leonardo y lo convencería de que regresara luego de las vacaciones que pasaría en su país de origen.

“Año nuevo, vida nueva” pensaba mientras hacía el recorrido hasta la universidad, pero a medida que repasaba lo que había sucedido, esa felicidad iba disminuyendo.

Trataba de sacar de su mente que Leo no había ido a su casa después de Navidad para presentarlo oficialmente a sus padres. “Tanto que me costó convencerlos para que lo reciban” se dijo. Tampoco podía dejar de pensar en aquella llamada de fin de año que le hizo desde la casa de su prima en la que él le pedía perdón por no haber ido y se justificaba diciendo que estaba muy preocupado por la situación de su país y que no tenía cabeza para nada más.

En verdad la situación política del país en el que había nacido Leo era terrible, con la invasión y los enfrentamientos en las calles. “No debí ser tan egocéntrica” reflexionó.

Llegó a la universidad y el día fue demasiado largo. No acababa nunca. Pero por fin terminó.

Mientras caminaba hacia la casa de Leo pensaba que el espíritu aguerrido de su amor era otro punto de preocupación. Nada impedía que él pudiera alinearse en los grupos de choque que se estaban organizando en su patria. Si eso ocurría… ¡su corazón se partiría en mil pedazos! Pero a su vez comprendía que quisiera enfrentar las terribles atrocidades y abusos a los que estaban siendo sometidos los suyos. Aquel rasgo de la personalidad había hecho que ella se enamorara perdidamente de ese hombre robusto, enigmático, con el cabello ensortijado cayendo sobre la frente. Sucedió ese día, en la asamblea, cuando lo vio discutir acaloradamente, defendiendo su postura frente a toda la audiencia. No solo era apasionado sino también inteligente, tozudo y perspicaz. Apasionado… lo era incluso en la cama. Cada fibra de su cuerpo vibraba con solo recordarlo… sus grandes manos recorriendo su anatomía, por momento sutiles, en otros con la fuerza de la pasión penetrando en los intersticios de todo su ser… Leonardo… pero ese Leonardo, su Leo, en ocasiones parecía un extraño. La miraba de una manera muy particular. Ella no podía discernir si era pasión, odio, miedo… algo más o todo eso. Tal vez tuviera que ver con los orígenes de su familia, o en relación con la realidad que le tocara vivir en su infancia.

Pero para Rosalía solo contaban los momentos felices vividos a su lado. Ni siquiera aquella discrepancia que habían tenido cuando él se sumara a un grupo de apoyo a la causa, podía opacar su amor. Tal vez en Leonardo había algo más, algo que no salía a la luz en sus encuentros amorosos…. Llegó, toco timbre, no quiso usar su llave. Esperó. Nada. Salió la señora del departamento contiguo, se saludaron amablemente. Como vio que ella seguía esperando, le preguntó:

—¿Cómo, no lo sabes?

—Saber que…

—Anoche lo vinieron a buscar y se marchó con sus amigos a su pueblo, me entregó las llaves…

Rosalía entró en pánico, quizás siempre lo intuyó. Sus ojos apenas pudieron escupir un par de lágrimas ácidas, pero su boca permaneció sellada y solo atinó a salir corriendo.

Cada ilusión había sido pisoteada como las hojas amarillentas que permanecían en la vereda, mientras la vida continuaba como si nada. Dentro de ella se acrecentaba una especie de tsunami, donde los sentimientos se mezclaban y en plena ebullición se dejó poseer por una ira incontenible —porque él se marchó sin despedirse— y un dolor tan agudo como si una lanza le hubiese atravesado el alma.

Y caminó sin rumbo fijo hasta llegar a una plazoleta frente a una estación de tren que no conocía y se sentó en un banco de madera. Sacó del bolsillo de su mochila la estúpida carta que había escrito rogándole que se quedara y la destrozó hasta reducirla en papel picado que la brisa se encargó de esparcir y se perdió de su vista.

¿Cómo seguir la vida sin Leo? ¿Alguna vez fue suyo o todo fue una farsa de él para pasar un buen rato? Lloró con amargura. No le importaban que la miren, ya no importaba nada. La noche la abrazó y no pudo dormir porque las voces se repetían sin encontrar una justificación posible para tanta maldad. Desaliñada, sin haberse alimentado, se escondió de la gente y se sumergió en el mundo de las sombras. No tenía esperanza, así que tomó la fatídica decisión para no sufrir más.

El sol comenzaba a brillar cuando emprendió los últimos pasos, y se arrojó en los brazos de la muerte. El tren intentó frenar, pero era demasiado tarde. Se apagó en silencio, como las luciérnagas.



3 comentarios:

  1. El relato está bueno, pero no me gustó el final; lo veo drástico y muy dramático, como los relatos de otros siglos donde las mujeres no tenían nada más si un hombre las dejaba.Yo creo que se podría cambiar el final, darle un giro
    Saludos

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  2. El suicidio no es en lo absoluto compatible con la trama. Si acaso, ella hubiera ido a la estación para reunirse con el novio combatiente... y ni eso. Más me parece que hubiera, efectivamente, pasado página.

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  3. También escribiría otro final, al menos otra forma de morir sin caer en lugares comunes. Pero eso es muy personal, como esta opinión.

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