El casamiento de Lucho
Gabriela Vilardo Laura Irene Ludueña
& Sergio Gaut vel Hartman
Las reflexiones de Félix, imprecisas y confusas, se diluían al chocar
contra la sólida realidad circundante. Aquellas que lograban sobrevivir,
fluyendo por los más variados canales, eran un obstáculo para tomar cualquier
decisión constructiva. Pensaba, por ejemplo, en la obligación de asistir al casamiento
de un sobrino. ¿Qué necesidad tenía Lucho de casarse? ¿No era mejor
amancebarse, como hacía la gente de otros tiempos? Uno se casa, gasta un montón
de dinero para que otros coman y se emborrachen, se saca fotografías que luego
olvida en una caja y se ve obligado a romper por la mitad cuando se separa. Y
eso sin contar que con frecuencia, en especial en los casamientos que se
celebran al aire libre se larga a llover o se desata un viento frío de los mil
demonios que no solo estropean la fiesta sino que además te regalan una
bronquitis o hasta una neumonía.
—¿Otra
vez sacándole punta a alguna estupidez? —La voz de Laura, plantada ante su
padre con los brazos en jarras, como Carmen, la cigarrera de la ópera de Bizet,
sacudió a Félix como una descarga eléctrica. Pero logró reaccionar de
inmediato.
—Pensaba
en el casamiento de Lucho. No voy a ir.
—¿No
vas a ir? Te compré un traje de tres piezas divino —protestó Laura.
—No me
importa. No voy. No me quiero pescar una neumonía y morirme solo porque a ese
tarado se le ocurrió casarse.
¡Ese es mi padre!,
pensó Laura con tristeza. Estaba cansada de disculpar sus ausencias en las
reuniones familiares. Si lo pensaba bien, era mejor que no fuera. Cuando lo
hacía, terminaba discutiendo con alguno. Pobre viejo, no siempre había sido
así. Muchos pensaban que era pesimista “por naturaleza”. Pero estaban
equivocados. Nadie nace así, sino que la vida lo hace así. Había acumulado
tantas penas y frustraciones que no había podido asimilar, que su única defensa
fue convertirse en el amargado que era hoy. Le dolía que la gente lo juzgara
como si sólo fuera un viejo malo.
Pocos sabían que su hermano
Ricardo, había desaparecido en los oscuros años del Proceso. Cuando lo
secuestraron, Laura era apenas una niña que escuchaba escondida tras la puerta.
Recordaba que era la madrugada de su cumpleaños y que, a partir de allí, la
vida familiar había cambiado. No olvidaba a Félix prometiéndole a su madre que
lo encontraría. Pero no pasó y, la pobre murió de angustia y dolor.
Después de eso, se había
sumergido en un círculo vicioso de pena, remordimiento por no haberlo
encontrarlo, tristeza, sed de venganza e impotencia. Y de allí, no había sido
capaz de escapar. Laura, consciente de esto, no quería cruzarse de brazos y
esperar a que lleguen soluciones mágicas. Estaba segura de que sufría,
refugiado en la pasividad y la desesperanza. Pero ¿qué hacer para ayudarlo?
Estaba tan cansada…
Y esa realidad sólida y circundante era una más de tantas, para que Félix se sumergiera en el aislamiento. Laura se topaba con ellas todo el tiempo y su vida transcurría entre las razones de su padre para evitarlas y frustrados estados de incapacidad de ella para sacarlo de un pozo del que Félix no quería salir. Los años habían pasado, y en esa casa el estancamiento era lo medular para no seguir viviendo.
De modo que la noche anterior al casamiento, Laura colgó el traje de su padre fuera del placard, planchó la camisa blanca y buscó una corbata que hiciera contraste. Apoyó un par de medias sobre una silla y lustró los zapatos de cuero. Sobre las medias, una nota: siempre fuiste dueño de hacer y de dejar de hacer. Es hora de que decidas, sin quejas, quedarte a mirar televisión o ir al casamiento de Lucho. Podés brindar por él o por su pronta separación, podés comer y emborracharte, podés escaparte de la fotografía si querés y tomarte una puta pulmonía si te exponés al rocío, enajenado del resto de los invitados; y hacerte cargo de ella, claro. Cuando leas esto yo ya estaré a 500 km de esta ciudad haciendo lo que quiero. Hacer o no hacer. De eso se trata, papá. No buscaste a tu hermano, dejaste morir a tu madre, pero el turno que sigue no es el mío.
Me gustó todo el relato, pero el final me resulta raro, digo, la persona coherente de esta historia, termina culpando al padre de algo irracional
ResponderEliminarSaludos
Algo no me juega entre el inicio y el final. Más bien me esperaba que el viejo hiciera todo el ritual de emperifollarse y se suicidara luego. Llámenme oscurillo, pero el cambio de foco del viejo hacia la hija me descolocó la historia.
ResponderEliminarTal vez nos haya faltado alguna expresión o alguna palabra para dar a entender que el personaje tal vez en apariencia más coherente por tenerle la vela al padre, no lo era tanto, al victimizarse. Quizá lo más coherente que pudo hacer es irse. Evidentemente faltó algo para que se entendiera. Quizá quedarse hubiese sido una forma de suicidio en cuotas para ella.
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