EN LA PIEL DE UN MISIONERO
Sebastián
Fontanarrosa
El
calor es extremadamente húmedo. Aquí dicen que la brisa es como el aliento de
un dragón durmiente que nadie desea despertar. En el centro comercial, desde
algunos locales emana olor a cable y aceite quemado que al penetrar en la tela
del tapabocas te lo respiras hasta llegar a casa. La ola de calor es histórica,
aparejada con la cepa ómicron. Ambos fenómenos con miras a superarse, el uno
hasta casi los cuarenta y cinco grados, el otro hasta los seiscientos mil
contagios diarios. Muchos de nosotros, alrededor del mundo, están muriéndose
por el virus y el progresivo recalentamiento. No en vano cada vez que nos comunicamos coincidimos que nos han condenado no a la
exploración, sino a un exilio sin retorno. Resignado observó el cielo, se sabe
que la otra faz del desastre, la tempestad, yace enclaustrada bajo un manto de
siete días; aovando rayos, tornados y granizadas. En estás pampas diezmadas y
divergentes en el desconcierto todo cruje aún más. Escuché decir cien veces que
el campo, la usina más viva y sensible de esta nación, agoniza; implora por no necrosarse
en el ardoroso cáncer que puede desatar una colilla de cigarrillo arrojada en
cualquier banquina.
Llego
a casa. Quiero bañarme por cuarta vez pero no sale una gota de agua. Ni bien
cierro la canilla todo queda a oscuras lo que para mí representa una doble preocupación.
Abro el refrigerador. Bajo la luz de la luna observo el bidón en su interior. Está
lleno con mi propia seiktema, lechosa, dorada, con cierta luminiscencia, y
diluida por mi exacerbada sudoración. Hace cuatro días que no duermo con
normalidad. Ni siquiera recuerdo cómo descubrí el método. Todos los días la
bebo y la repongo por completo; son cinco litros de un tirón. Luego me quito
toda la ropa, continúo con toda la piel, la seiktema. Me la arremango hasta las
clavículas; con las piernas, el proceso comienza desde los tobillos hasta las entrepiernas
y finalizo en el torso, tirando delicadamente desde el epicentro que es ombligo.
No es doloroso, la sensación de frescura es exquisita y vivificante, superior a
las caricias de la brisa sobre la piel alcoholizada. Al fin, desnudo, me
acuesto en la pileta de lona a la espera de regenerarme entre el sueño y la
vigía para resistir un nuevo e indeseable amanecer terrícola.
Sorprendente desenlace, muy bueno. No tengo preparación académica pero dos frases me suenan rara "Muchos de nosotros, alrededor del mundo, están muriéndose," ¿No sería... estamos muriéndonos? "Resignado observó el cielo" y esta es en tercera persona y todo el resto fue relatado en primera.
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