Joyce Barker Bucat
—Bonito edificio. ¿Ahí vivías? —señaló
el hombre más joven, mientras flotaban, despojados de sus cuerpos.
—Sí, un piso más
abajo que el letrero con el número trece, y no indica el número de piso; sé lo
que estás pensando —continuó con el entusiasmo de un guía turístico—. Era un
tipo de comunicación interespecie, decimotercera generación: CI-G13. Bueno, y
el que está puesto en mi edificio no es más que un pedazo recortado del letrero
original que se cayó con el Remezón.
—A nosotros no
nos quedó nada. Bueno, obviamente quedaron los edificios antisísmicos con
fundaciones magnéticas, pero con la gran inundación vieron su final de igual
manera que los de estructura antisísmica simple. Algunos tuvieron más suerte y
lograron hacer funcionar los flotadores —exhaló nostálgico— pero en el caso de
ustedes... No entiendo por qué no cambiaron la ciudad cuando supieron que se
venía el Remezón. Que no hayan podido crear una ciudad mejor para resistir
cataclismos, pudiendo hacerlo fácilmente. ¿Por qué no imaginaron una ciudad
flotante o incluso, desmaterializada? Sé que lo último no está permitido, pero
para casos así, hay que violar la ley de vez en cuando; se hubieran ahorrado
bastantes malos ratos.
—¿Tú te refieres
a nuestra mal llamada “desidia comunitaria”, por no habernos preparado mejor?
—Claro. Pudiendo
desvanecer la materia…
—Desmaterializar,
transmutar…
—Sí. ¿Por qué no
lo hicieron?
—No te apresures
—dijo el más viejo señalando las dos torres del fondo, sin tomar en cuenta la
pregunta que cada cierto tiempo le hacían las criaturas de otras especies—. Ahí
están los centros generadores: los que organizan las imaginaciones colectivas y
coordinan las materializaciones.
—Esta ciudad se
parece a las de mi planeta —dijo, desconcentrado de lo que acababa de decir el
hombre mayor.
—Sí —sonrió el
anciano, resignado—; es que estaban de moda ese tipo de lugares terrestres. Con
los viajes baratos, todo el mundo, bueno, los habitantes del mío, fueron a la
Tierra; y les encantó. Por eso diseñamos mentalmente esto; los generadores, más
bien. Cuando vibró el planeta, estábamos todos imaginando una ciudad más ad-hoc a lo que se venía, pero no
alcanzamos a terminarla. Se nota ¿no? Arriba está, a medio construir.
—Qué lástima que
no la hayan podido terminar. Pero deberían agradecer que las estructuras resistieron.
—¿Te parece que
esas losas oblicuas dan crédito a lo que dices? No. Este planeta ya perdió esa
organización magnánima de visualización urbana colectiva. Ahora cuesta un mundo
terminar el trabajo.
—Y esos colores
de atardeceres desaforados…
—Exactamente eso
hizo que la gente se ensimismara y dejara de visualizar colectivamente: ¡Los
colores! Un atardecer desaforado... algo pasó con la psichocromía, que dejaron de conectarse unos con otros. Eso desorganizó
todo. Basta con mirar… Los generadores están tratando de solucionar eso, pero
yo no quise esperar más, y me fui.
—Sí, me acuerdo
de esa historia. —No estaba dispuesto a escucharla de nuevo y rápidamente preguntó—:
¿tenían animales y plantas? Porque sé que no son naturales de este planeta.
—Bueno eso se
hacía de la misma manera que todo el resto: visualizar, materializar. Aunque solo
lo podía hacer el generador de seres vivos no humanos —dijo, indicando la torre
izquierda—. Ahora sería imposible, porque ya ha pasado mucho tiempo; y ya sabes
lo que pasa cuando se deja de imaginar colectivamente.
—No, no lo sé.
—Tienes razón,
por un momento pensé que eras de los nuestros, pequeñito —dijo, chasconeándolo
con su enorme mano—. Mañana te seguiré mostrando mis antiguas moradas. Iremos
al año ochocientos antes de que naciera Jesús. Te lo digo así, para que lo
entiendas mejor.
—¡Oh! ¡Hace
tiempo que no escuchaba de esa época! ¿Lo conociste también?
—¡Claro que sí!
¿Con quién crees que estás hablando?
—¡Lo siento!,
por un minuto lo olvidé. ¡Mil disculpas! — se arrodilló y comenzó a darse latigazos.
—¡No, no hagas
eso!, a mí no me gustan esas cosas —dijo, arreglándose el cinto dorado—; deja
eso para mañana; ahí sí que tenían esas costumbres, y a veces funcionaban.
¡Pero tú no, por favor, qué old fashion!
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