jueves, 24 de junio de 2021

TURISMO

Joyce Barker Bucat


—Bonito edificio. ¿Ahí vivías? —señaló el hombre más joven, mientras flotaban, despojados de sus cuerpos.

—Sí, un piso más abajo que el letrero con el número trece, y no indica el número de piso; sé lo que estás pensando —continuó con el entusiasmo de un guía turístico—. Era un tipo de comunicación interespecie, decimotercera generación: CI-G13. Bueno, y el que está puesto en mi edificio no es más que un pedazo recortado del letrero original que se cayó con el Remezón.

—A nosotros no nos quedó nada. Bueno, obviamente quedaron los edificios antisísmicos con fundaciones magnéticas, pero con la gran inundación vieron su final de igual manera que los de estructura antisísmica simple. Algunos tuvieron más suerte y lograron hacer funcionar los flotadores —exhaló nostálgico— pero en el caso de ustedes... No entiendo por qué no cambiaron la ciudad cuando supieron que se venía el Remezón. Que no hayan podido crear una ciudad mejor para resistir cataclismos, pudiendo hacerlo fácilmente. ¿Por qué no imaginaron una ciudad flotante o incluso, desmaterializada? Sé que lo último no está permitido, pero para casos así, hay que violar la ley de vez en cuando; se hubieran ahorrado bastantes malos ratos.

—¿Tú te refieres a nuestra mal llamada “desidia comunitaria”, por no habernos preparado mejor?

—Claro. Pudiendo desvanecer la materia…

—Desmaterializar, transmutar…

—Sí. ¿Por qué no lo hicieron?

—No te apresures —dijo el más viejo señalando las dos torres del fondo, sin tomar en cuenta la pregunta que cada cierto tiempo le hacían las criaturas de otras especies—. Ahí están los centros generadores: los que organizan las imaginaciones colectivas y coordinan las materializaciones.

—Esta ciudad se parece a las de mi planeta —dijo, desconcentrado de lo que acababa de decir el hombre mayor.

—Sí —sonrió el anciano, resignado—; es que estaban de moda ese tipo de lugares terrestres. Con los viajes baratos, todo el mundo, bueno, los habitantes del mío, fueron a la Tierra; y les encantó. Por eso diseñamos mentalmente esto; los generadores, más bien. Cuando vibró el planeta, estábamos todos imaginando una ciudad más ad-hoc a lo que se venía, pero no alcanzamos a terminarla. Se nota ¿no? Arriba está, a medio construir.

—Qué lástima que no la hayan podido terminar. Pero deberían agradecer que las estructuras resistieron.

—¿Te parece que esas losas oblicuas dan crédito a lo que dices? No. Este planeta ya perdió esa organización magnánima de visualización urbana colectiva. Ahora cuesta un mundo terminar el trabajo.

—Y esos colores de atardeceres desaforados…

—Exactamente eso hizo que la gente se ensimismara y dejara de visualizar colectivamente: ¡Los colores! Un atardecer desaforado... algo pasó con la psichocromía, que dejaron de conectarse unos con otros. Eso desorganizó todo. Basta con mirar… Los generadores están tratando de solucionar eso, pero yo no quise esperar más, y me fui.

—Sí, me acuerdo de esa historia. —No estaba dispuesto a escucharla de nuevo y rápidamente preguntó—: ¿tenían animales y plantas? Porque sé que no son naturales de este planeta.

—Bueno eso se hacía de la misma manera que todo el resto: visualizar, materializar. Aunque solo lo podía hacer el generador de seres vivos no humanos —dijo, indicando la torre izquierda—. Ahora sería imposible, porque ya ha pasado mucho tiempo; y ya sabes lo que pasa cuando se deja de imaginar colectivamente.

—No, no lo sé.

—Tienes razón, por un momento pensé que eras de los nuestros, pequeñito —dijo, chasconeándolo con su enorme mano—. Mañana te seguiré mostrando mis antiguas moradas. Iremos al año ochocientos antes de que naciera Jesús. Te lo digo así, para que lo entiendas mejor.

—¡Oh! ¡Hace tiempo que no escuchaba de esa época! ¿Lo conociste también?

—¡Claro que sí! ¿Con quién crees que estás hablando?

—¡Lo siento!, por un minuto lo olvidé. ¡Mil disculpas! — se arrodilló y comenzó a darse latigazos.

—¡No, no hagas eso!, a mí no me gustan esas cosas —dijo, arreglándose el cinto dorado—; deja eso para mañana; ahí sí que tenían esas costumbres, y a veces funcionaban. ¡Pero tú no, por favor, qué old fashion!



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