miércoles, 30 de junio de 2021

FOTOGRAFÍAS

 Joyce Barker Bucat

—María, las tuyas no están saliendo; esta es la tercera, y mira. Debe ser mi teléfono, que ya está viejo —reclamó Ana, mirando su costoso celular comprado hacía menos de un año.

—¿A ver? —dijo María, mirando las fotos. —Qué extraño ¿y solo las mías salen desenfocadas? Prueba con mi teléfono —insistió.

Ana sacó una foto nueva con el otro teléfono, pero el intento tuvo el mismo resultado: una foto borrosa, con la cara distorsionada, como si fuese un dibujo de carboncillo que alguien intentó borrar con la mano. Tras el rostro desfigurado de su amiga, el paisaje parecía no prestar atención a lo que sucedía, y se mantenía incólume.

—No, mejor no sigamos con esto —dijo Ana, devolviéndole el teléfono—. Al menos, las que saqué el fin de semana en la casa de Jorge, salieron bien. ¡Mira! —Ana mostró las fotos que se sacaron después de meterse un papelito cuadrado bajo la lengua—. ¡Qué grandes se ven tus pupilas! Bueno, las de todos. Pero mira esta: ¡Tus ojos claros se ven negros! ¡Qué rara te ves!

—Baja un poco, parece que no te he mostrado las fotos que yo te he sacado. A ver si te sigues riendo —dijo María.

—Sí, sí. ¡Qué seria! Relájate. Son bromas —Ana prosiguió—. ¡Mira esta! Jajaja. —Le mostró un close up de su cara.

—En realidad parezco un bodrio —dijo María, riendo; y siguió viendo las fotos que Ana había sacado—. ¿Viste esta? —le preguntó, mientras miraba una en la que aparecían siete personas—. ¿Cuántos éramos?

—Seis. ¿Por? —respondió Ana, mirando de reojo la foto que estaba viendo María.

—Y este, ¿quién es? —dijo María, mostrando a un hombre que se asomaba por detrás del grupo de amigos—. Mmm. Debe ser Tomás, el vecino de Jorge. Siempre me cuenta que va a su casa.

—No me fijé, en realidad —murmuró Ana.

—Bueno, a quién le importa, ¿seguimos? —dijo María, como si se hubiera olvidado de todas las fotos borrosas que Ana ya le había sacado ese día—. Sácame una así —dijo, mientras se acomodaba el pelo hacia un lado y miraba al vacío, fingiendo una pose casual.

—No, no hay caso. Mira…

—Bueno, no importa. Llamemos a Jorge. Quiero saber si es Tomás el de la foto.

 

—¡Hola Jorge! Estuvo entretenido el fin de semana en tu casa. ¿Tomás también se tomó un ácido?

—Hola María. ¿Tomás? No lo he vuelto a ver desde que estoy medicado.

—¿Cómo es eso?

—Tomás no existe. El psiquiatra me lo explicó bien. Por eso no quise darme el sábado —dijo tranquilamente, mientras miraba las pastillas sobre el velador—. Me acuerdo que en esa época alucinaba con que no podía sacarme fotos porque salían borrosas, y era Tomás que no quería que yo saliera en las fotos. Me decía que después se lo iba a agradecer. Era rarito el tipo, pero buena onda —dijo observando el retrato en carboncillo que había hecho de él. Ya hacía un mes desde que se había ido; o más bien, desaparecido de la vida de Jorge—. ¿Me dices que salió en la foto? ¡Si nunca lo conociste!

—Pero debe ser él ¿no? ¿No es el que sale en el cuadro de tu pieza? Bueno... no importa. Estoy con Ana; nos estábamos acordando del fin de semana en tu casa. Nosotros seis más tu amigo imaginario, Tomás —concluyó riendo—. Qué manera de cagarme las neuronas; la próxima vez, bajaré la dosis: fue excesivo. ¿Se quedaron en tu casa las gemelas con el primo?

—María… estábamos nosotros dos solamente. ¡Qué volada te pegaste! —terminó diciendo entre risas, y continuó—. ¿Con quién dijiste que estás?



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