Eri Echilley
“La
organización Mundial de la Salud declara que la segunda ola de la pandemia por
coronavirus se está cobrando más vidas. Desde el Ministerio de Salud piden concientización
por parte de los ciudadanos”. El murmullo del televisor inunda toda la
casa. Es un placebo para mi soledad acostumbrada. Alguien habla. Hay ruido. Mientras,
afuera un grupo de adolescentes pasa por la acera con una felicidad que
desconozco. Abro las cortinas y observo. Ríen estrepitosamente como si no
sucediera nada. Cierro las cortinas y paseo por la casa. Tu cama está tendida.
Tu ropa pulcra en los cajones. Te veo sonreír desde la pared.
Me siento a la mesa y
acaricio una taza. El café me mira con compasión. No prendo más que la luz de
la cocina. Ya no sé si pasaron seis días o seis meses. No lo lograste y es todo
lo que sé.
Me levanto rumbo al
baño y paso por tu pieza. Goku me mira desde la puerta de tu ropero y tus
juguetes hacen huelga desde el baúl. Tus botines se asoman por debajo de la
cama. Aún conservan un poco de pasto de la última vez que fuimos a la plaza. La
luz tenue se posa sobre tu escritorio, no quiero tocar nada. Y se me hace verte
de refilón. Algo se me rompe en el pecho y mis ojos estallan por los aires. Me
llueve la vista y la vida. De pronto, el viento generoso hace bailar el
atrapasueños de la ventana. Sonrío pensando que sos vos, aferrándome a lo
místico para guardar la esperanza intacta y pensar que existe algo más que está
vida corpórea y efímera. Qué sos vos diciendo que todo va a estar bien.
Vuelvo a la cocina y miro
la televisión como quien mira sin mirar. Los conteos suben y suben al ritmo de
la incertidumbre. “¿Desde cuándo el peso de tu vida se convirtió en un decimal
con escarcha dentro de una estadística?”, pienso mientras viajo de la cocina al
sofá y me vuelves a sonreír, pero esta vez desde la mesita ratona. Y sin querer
recuerdo que te extraño, me asaltan tus ojos entreabiertos. Un tubo insolente
lastimándote los labios. Un oxigeno compartido. Los pasillos del hospital
atestados de gente. Paseos eternos con la angustia desgarrándome la boca del
estómago y la muerte anudada en la garganta. Días interminables de un final sin
anunciar.
Me estoy durmiendo. Se
me hace escuchar tu risa que viene de la cocina. Siento el tacto de tu mano
pequeña en la mía, como cuando aprendiste a caminar, como cuando te ayudaba a cruzar
la calle. Tu primer diente. Tu primer día en el jardín. Tu primer añito, feliz
con tu bonete. Tu sonrisa Los flashbacks de una vida inalcanzable me
sorprenden, al igual que el anochecer, quedándome dormida en el sillón. Me
agacho hasta la mesita ratona, te doy un beso y me voy a la cama, porque en
estos tiempos para encontrarnos con la gente que amamos tenemos que dormir.
Tremendo, emotivo, de esos que te parten. Muy bueno Eri.
ResponderEliminarHola, Claudia. Muchísimas gracias por leerlo y por el comentarios <3
ResponderEliminar¡Felicitaciones Erica! Un texto con mucha fuerza, que logra emocionar al lector produciendo cierta empatía con el personaje. Muy bien narrado con un buen uso de los recursos. Me gusta mucho.
ResponderEliminarHola, Deby. Gracias por tu calidez y calidad de siempre cuando comentas un texto. Me alegra mucho lo que me decís, creo que este texto se trata de eso, de generar esa empatía, porque todos conocemos el lado b de la muerte, la ausencia. Gracias de nuevo. =)
EliminarEmocionante, bien manejadas las palabras y la descripción del momento. Felicitaciones !
ResponderEliminarHola, Rosy. Muchísimas gracias!!!!! <3
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