lunes, 5 de julio de 2021

INSOMNIO COLECTIVO

 Oscar De Los Ríos


De niño, el señor K había sufrido pesadillas, para ser más exactos siete, una por cada día de la semana. Una cita impostergable con el miedo. Los demonios lo visitaban en sus sueños, torturándolo. Tuvo una infancia dura, difícil, su padre era muy estricto; a las seis de la tarde se servía la cena, a las siete todos a la cama; esto hacía sus noches más largas. Durante años buscó la manera de librarse de los demonios, hasta llegó a pasar tres noches sin dormir; fue inútil, a la cuarta el cansancio lo venció, y los demonios de las tres noches anteriores lo atormentaron juntos. Al llegar a la adolescencia comenzó a leer cuanto libro de hechicería, magia negra y mitología cayó en sus manos, se hizo un experto y llegó a la conclusión de que Epiales, y seis de sus mil hermanos, lo inducían al sueño negro. Aún sabiendo la causa, no descubrió la forma de expulsarlos. Cada noche sufría una pesadilla distinta, despertando siempre a la misma hora, antes del amanecer. En ese instante el demonio de turno lo abandonaba. Este último dato le dio la clave para deshacerse de ellos. Eran seres tenebrosos, que le temían a la llegada del sol, entonces debía sacarlos del mundo de los sueños. Se dispuso a dormir cada noche en siete habitaciones distintas. Había notado que cuanto más los resistía, más tiempo se quedaban; tal vez si lograba retenerlos hasta el alba… si el día los sorprendiera… estarían en el mundo real y los podría atrapar. Y así ocurrió. Repitió el acto siete veces y al fin pudo tener su primera noche en paz. Durmió durante siete noches y siete días seguidos y, al despertar al octavo, se sintió bien. Durante cuarenta y nueve años fue el hombre más feliz del pueblo; no volvió a tener una sola pesadilla.

Sin embargo, los demonios esperaban pacientemente su hora. Cierta noche entraron ladrones buscando algo de valor que pudieran vender. Abrieron todas las puertas, especialmente aquellas que estaban celosamente cerradas, y los demonios del señor K fueron liberados. Esa misma noche atormentaron su sueño.

Al otro día lo encontraron tal vez vivo, tal vez muerto. Nadie se atrevió a comprobarlo, nadie se acercó a su cuerpo. Era tal la mueca de espanto que contraía y deformaba su rostro, desencajando sus facciones, alterándolo de tal manera, que en él se reflejaban cada uno de los siete demonios que poblaron sus sueños. Ningún habitante del pueblo se atrevió a entrar a la habitación donde el cuerpo del señor K permaneció sin recibir ningún socorro, sin ser velado ni sepultado.

Pero… algo debían hacer con él, no podían continuar dejándolo allí. Por fin y, luego de mucho buscar, encontraron un sacerdote ciego en un pueblo vecino que, ayudado por seis personas del pueblo del señor K, ciegos estos también, colocaron el cuerpo dentro de un ataúd y lo sellaron. Sin velatorio, sin misa ni otra ceremonia religiosa lo cremaron en un descampado a las siete de la tarde.

Aún hoy, en las ventosas noches de invierno, a las siete de la tarde, se forman en el cielo extrañas figuras con el humo negro y blanco de las chimeneas. Los que conocen la historia afirman, sin dar lugar a dudas, que las extrañas figuras son los demonios del señor K en busca de una nueva víctima.

En las ventosas noches de invierno, a las siete de la tarde, en el pueblo del señor K nadie duerme.



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