Joyce Barker
Sobre
una enorme roca se encontraba la casa de Pedro, el encargado de cuidar el portal
de cesio. Pensaron, y con justa razón, en un lugar apartado de todo y todos. Y
era tan peligroso saber que existía, que se elegían candidatos sin vínculos
sociales, que estuvieran dispuestos a vivir en zonas inaccesibles e
inubicables, ni siquiera por satélite. Para acceder al puesto, Pedro, un hombre
en sus sesentas, tuvo que estar encerrado en un cubo de aproximadamente tres
metros cúbicos; dotado, en sus paredes plásticas, de innumerables botones que activaban
los servicios básicos, y no tan básicos, requeridos por el usuario. El
ejercicio de estar encerrado duraba seis meses, y estaba absolutamente solo en
un radio de diez kilómetros. Pocos duraban tanto, pero Pedro estaba
acostumbrado desde que tenía nueve años, cuando se encerraba en el armario,
debajo de la cama o dentro de un baúl. Añoraba esos lugares cada vez que volvía
del colegio, y no era porque lo molestaran, era simplemente que así, encerrado,
podía obtener de vuelta la energía que entregaba a sus compañeros por su exceso
desequilibrado de empatía, algo que no podía evitar y que lo dejaba exhausto en
ciertas ocasiones.
Del
portal de cesio no tenía idea y tampoco le importaba saber mucho, solo lo que
alcanzó a investigar someramente en la red. Que era un metal líquido y hasta gaseoso
a una temperatura semejante a la del cuerpo humano, y que era posible que fuera
la causa de esas fotos horribles de médiums botando humo por la boca, nariz,
orejas y quizás qué otros lugares del cuerpo. Cesio, era semejante a otros
metales poco comentados, de los que aparecen en la tabla periódica. Sabía de
los metales líquidos, el mercurio, evidentemente, pero por lo visto había más
de características similares.
Le
dijeron que el portal de cesio debía renovarse cada cierto tiempo, usando su
propio cuerpo como filtrador. Pedro era experto en eso al poder absorber
naturalmente la energía de la gente, que constantemente le pedía consejos o
tiempo. Pedro nunca se negaba, pero había llegado el momento de vivir sin
molestias.
Los
controles de calidad del portal, eran mensuales, lo que incluía también el
filtrado que hacía Pedro, simplemente usando la concentración. Era importante
que no quedaran residuos en su cuerpo, al menos eso le dijeron.
Un
día, y luego de una tormenta eléctrica que desbloqueó todos los sistemas de
seguridad del sector protegido, una turba de turistas logró entrar al área protegida.
Desconociendo completamente de qué se trataba esa reserva, y sin la capacidad
de ver el portal, a diferencia de Pedro, se instalaron con carpas a pocos
metros de su casa, que por fuera parecía una roca más. Él despertó rápidamente,
percibiendo que algo no andaba bien. Al salir, se percató de los intrusos y fue
corriendo a echarlos, pero los turistas, acostumbrados, le sonrieron y le
pidieron que se calmara, que se habían perdido y que se irían luego. Pedro,
como de costumbre, se llenó de las contaminadas energías de los intrusos y tuvo
que ir a encerrarse en su cubo hasta limpiarse por completo. “Estos tarados… Y
justo ahora que debo hacer la filtración del portal”.
Los
turistas ya se habían ido cuando logró salir de su limpieza, y se dirigió al
portal, aliviado de no tener que verlos de nuevo. Comenzó con el proceso de filtración,
respirando pausadamente. Al terminar, se dirigió a su casa, exhausto. Durmió el
día entero, y al despertar apretó el botón del baño, como de costumbre, pero un
ruido insoportable comenzó a sonar. Era la alarma de emergencia. Pedro corrió a
ver la información que aparecía en la pantalla roja y leyó: “Se ha registrado
una actividad anómala en el portal. La zona completa está en riesgo. Quédese
dónde está”. De los muros salieron unos tubos aspiradores que se pegaron al
cuerpo de Pedro con ventosas y comenzaron a extraerle los residuos de cesio que
habían quedado pegados a su cuerpo. “No me di cuenta de eso”, pensó. “Diríjase
al portal”, anunció la pantalla.
Al
llegar, su cuerpo comenzó a temblar, sintió que una avalancha energética era
absorbida por su cuerpo, tanto, que se desplomó en el piso. De la casa de Pedro
salió una camilla con ruedas que lo recogió utilizando brazos robóticos y se lo
llevó al laboratorio que estaba debajo de la casa. En el pabellón, la pantalla mostraba
la imagen de Pedro y seis personas más, para luego anunciar: “Comenzando la
extracción de seis criaturas interestelares”. Pedro, riendo, pensó: “Cuántos
más andarán por ahí buscando estos portales, disfrazados de turistas
despistados. Debo reconocer que son ingeniosos”.
Muy bueno!
ResponderEliminarTe felicito Joyce. Se nota el progreso en tus textos. Me gustó leerte.
ResponderEliminarGracias a ambas!
ResponderEliminarmuy interesante tu cuento, como turista lo digo
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