sábado, 25 de septiembre de 2021

ESPECIAL FIN DE SEMANA - 4

 

COLT 44

Gastón Caglia




Los frenos del colectivo sonaron como un bandoneón quejoso. Descendió por la puerta delantera. No sin disimulado malestar, el chofer lo observó y, moviendo la cabeza de un lado al otro como diciendo no, aguardó a que bajara para cerrar la puerta neumática.

Los hombros caídos y la espalada curva, soportando una inmensa joroba bajo la camisa de franela caqui concedían al muchacho un aspecto desvaído. Al llegar al último escalón de los tres dio un pequeño salto hasta el piso. Aterrizó con los dos pies juntos. Un pequeño paso para el hombre, pensó, mientras repetía hacia adentro el resto de la famosa frase.  

El cielo, de un azul profundo, caía a plomo sobre Pedro. El sol estaba en lo más alto y el polvo que se desprendió del piso al caer del colectivo pronto se disipó en el ambiente.

Todos los fines de semana al regresar a su pueblo se sucedían las mismas secuencias, llegar en colectivo, saltar, pensar lo del paso lunar, caminar hasta el bodegón de la esquina donde descendía, beber una cerveza fría y luego, desde ahí, desandar los mil quinientos treinta pasos que le demandaban llegar a la casa de su mamá.

El bodegón, un viejo bar de los años ’80, pero muy venido a menos, mantenía como único tesoro las mesas de madera barnizadas, pero muy descascaradas, que se resistían al plástico duro y las sillas auspiciadas por marcas de cerveza.

Como los malos del lejano oeste hizo su ingreso caminando con la frente alta, todo lo alta que le permitía la espalda. Saludó con el mentón a algún que otro parroquiano al que le revoloteaban las moscas por la curda. Se sentó sobre la silla de madera más entera que pudo observar.

Todos ahí gozaban de esa curda barata, de sábado a la mañana, regada por vino adulterado, propio de los que deambulan de boliche en boliche, buscando el líquido de caja, donde el pingüino es un lujo innecesario, en parte porque el hígado se ha convertido en una esponja que no aguanta nada y en parte porque los bolsillos son tan flacos como los perros de esas películas de cowboys.

La mesa, que tenía una aureola pringosa regada de tierra o algo de polvo, parecía un eclipse lunar total. El barniz descascarado hacía las veces de sistemas planetarios que en alguna medida deberían ser un plano exacto de una lejana galaxia.

El mismo mozo de siempre llegó con la cerveza y un vaso. Como de costumbre asiéndolo con los dedos dentro del mismo, un desliz que los parroquianos del lugar no llegaban a considerar como algo negativo. Pedro hizo caso omiso y volcó parte del contenido de la botella en el vaso con huellas digitales internas. Apuró el primer trago para que queme en la garganta. Es una sed de muchos kilómetros. Su lengua recorrió los labios en un giro de trescientos sesenta grados borrando toda la espuma que pudiera haber. Apoyó el vaso en la mesa, mientras la traspiración corría hasta la base y formaba una nueva aureola, un nuevo eclipse.

Consultó su reloj: las 11.45 horas, ni tarde ni temprano. Así siguió consumiendo pensamientos abstractos con la vista fija en el vaso cuando por la puerta se oyó una carcajada, fuerte, estridente, de bocha ancha. Los parroquianos no atinaron más que a levantar una mano lánguida y a la nada, en señal de saludo formal.

Pedro intuyó algo, esto no está bien, pensó mientras caía en la cuenta de que la cumbia que sonaba de fondo se había pausado. En su lugar sonaba una pianola con notas muy agudas y desafinadas que envolvía el ambiente. En las mesas los parroquianos jugaban póker con sus revólveres sobre las mesas. Giró el cuerpo para ver hacia la puerta.

—Hey tú, el jorobado, ¿qué miras? —lanzó el grandulón que había ingresado mientras señalaba con su índice dónde debían dirigirse las palabras.

Esto no está pasando pensó Pedro; era Billy the Kid, con su sombrero negro de copa y esa mirada extraviada por culpa del párpado caído. Ahora que lo observaba mejor, no era tan grande, sino más bien bastante esmirriado, aunque eso no lo hacía menos peligroso.

—¡Afuera!

Pedro se incorporó torciendo el cuerpo. Esto debe ser una broma muy bien orquestada, reflexionó. Un jugador de póker de la mesa aledaña le arrimó un revólver, pesado, rústico, gris y polvoriento.

—Es suyo amigo, haga lo que tenga que hacer —dijo el jugador.

—Gracias, Pat —respondió Pedro, sin entender bien a qué se refería.

Billy giró en redondo y salió a la calle que ahora, observó Pedro sorprendido, era de tierra; el asfalto había desaparecido. Como en una corrida de San Fermín, Pedro avanzó sin control de su cuerpo, tomó el revolver con la mano izquierda, la más hábil, revisó el tambor como si esa fuera su actividad habitual; jamás en mi vida sostuve un arma, piensa.

—Voy a morir como un estúpido —masculló entre dientes.

Un forajido de la troupe de Billy los acomodó a una distancia en línea recta de más o menos treinta pasos largos. El sol caía como un mazazo a plomo, por lo que ninguno tenía ventaja sobre el otro en cuestiones atmosféricas. El grueso poncho de Billy no dejaba ver su mano izquierda.

La Colt 44 hacía transpirar la mano de Pedro, y la camisa caqui le empezaba a hacer picar el cuerpo. Los vecinos comenzaban a congregarse para presenciar el espectáculo, pero a fuerza de decir la verdad, el atribulado Pedro no conocía a nadie.

Sin mediar tiempo de espera, el jorobado alzó la mano lo más rápido que le permitieron sus fuerzas. El pecho de Billy despidió una mota de polvo, retrocedió y como un acto reflejo su disparo salió hacia el aire, buscando el cielo.

—Esto no puede estar pasando, esto no puede estar pasando —dijo Pedro.

En ese instante llegó el sheriff, un petiso panzón, de gruesos y rubios bigotes. Los vítores en favor de Pedro menguaron.

—Felicitaciones, caballero; ha ganado la suma de mil dólares que había como recompensa por liquidar al Billy the Kidd.

2 comentarios:

  1. Colega ( por lo de Letrado además de escritor) es el primer texto que leo tuyo y me gusta. Es más me imagino la escena para un cortometraje. Lo único que advierto como detalle que no le quita mérito es que dice LA COLT 44 ( debería ir El ya que se trata de un revólver y no una pistola) Lo sé porque tuve uno hace mucho tiempo cuando practicaba tiro y es un arma noble.

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  2. Hola! efectivamente es "el Colt". Además es un pequeño guiño: con un colt .44 muere Billy a manos de un sheriff llamado Pat quien acá es el que provee del arma al protagonista.

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