Ana Cherñak
Domingo al
mediodía, Lucas caminaba con el pijama que no se quitaba desde el viernes. Se
dio cuenta cuando se miró en el espejo del baño. Qué hubiera dicho Nina si lo
viera así, con una barba de días. Se sintió viejo.
Fue
a la cocina a prepararse un café, pisó la alfombrita negra, sucia y con pelos
de gato. Puso a hervir agua y sin mirar agarró una taza, justo la tasa
preferida de Nina; la habían comprado volviendo de un paseo por el Tigre, ella la
eligió negra por fuera y blanca por dentro. En esos días decoraba todo en
blanco y negro, las paredes y las puertas en blanco, y entre las cosas en negro,
el gato y la alfombra.
Hoy
sentía el departamento muy frío, más grande. Sin flores, sin voces ni caricias
coloreando el aire.
En
la pared, arriba del sillón seguía colgada la copia de “El caballo” de Durero. “Le
da un toque elegante ¿No amor?” Le había dicho Nina cuando él lo colgó. Para
ella las fotografías y películas en blanco y negro tenían gran capacidad
expresiva, pensaba que se veían más realistas que las de color.
El
silbido de la pava lo asustó, echó dos cucharaditas de café instantáneo, volcó
el agua en la taza y apenas lo batió recordó el vestido negro, uno nuevo y
escotado que llevaba puesto Nina esa noche. “Es lindo ¿te gusto?” Preguntaba
ella y le ofrecía la espalda descubierta hasta la cintura. Él empezó a subirle
el cierre y perdió interés en salir de casa, la dio vuelta y le besó la boca,
el cuello, el pecho. Ella respondió excitada, y trastabillando cayeron en el
sillón blanco. Por él se hubieran quedado y hubieran hecho el amor, pero Nina
se liberó, se bajó el vestido y descolgó la cartera.
La
noche fresca y lluviosa desenvolvió el calor de los cuerpos. Ya en el salón, comieron
entre risas y brindis que proponían los amigos, aunque en su interior y cada
vez que levantaban las copas, se miraban con la misma promesa. Esa mañana, Nina
había salido del baño contenta. Lo había despertado con mimos y saltando sobre
la cama. “Tengo una novedad novedosa para cuando estés bien despierto”. Y no la
dijo en seguida, fue a la cocina, preparó tostadas, café y se lo llevó en una
bandeja, lo besó en los ojos y esperó que él preguntara ansioso ¿Qué te pasa
loquita? Ella habló rápido como en los anuncios de la radio: “vamos a tener un
hijo, estoy tan feliz, ¿qué decís ahora, eh? ¿Viste qué sorpresita te tenía
preparada?”
Él reaccionó enseguida y la abrazó despacito
como si pudiera lastimarla. Flor de sorpresa, te la tenías guardada, eh.
“Lo
supe recién. ¿Te imaginás cuando lo sepa tu mamá?” Y burlándose se metió en la
cama. “Bebito nosotros a dormir que papá se va a trabajar para los tres”.
Ese
mismo día, por la noche, Nina, con aquel vestido negro escotado, le guiñaba el
ojo y solo mojaba sus labios con la bebida. Empezaba a cuidarse, mientras que
Lucas, emocionado con la noticia, había tomado unas copas de más. Empezó a
llover poco antes de irse. El preguntó un poco culpable ¿Vos manejabas a la
vuelta no? A ella no le gustaba conducir si llovía, pero decidida tomó las
llaves y manejó tranquila por la Panamericana hasta que apareció por la
izquierda, a muy baja velocidad, un Toyota negro que provocó un choque en
cadena.
Lucas
seguía revolviendo el café en la tasa de Nina, permanentemente fría.
Interesante historia, bien narrada.
ResponderEliminarTenés una simpleza y una sutileza que antes no había sabido percibir en tus textos, Ana. Tu texto "El susurro(...)" también tiene ese estilo particular, sabes decir más sin tanta palabrería, eso no es fácil. Te felicito, Ana.
ResponderEliminarMe encantó Ana, alabo ese salto en el tiempo que le da intriga al relato y el remate final. Te felicito!!
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