miércoles, 29 de septiembre de 2021

LUCÍA EN EL BALCÓN

Gabriela Vilardo


Sí, es él. Debería acorralarlo contra la ventanilla. Tengo esa inoportuna sensación de que este hombre se me va a escapar. El cuerpo muerto de Lucía, en el balcón del departamento B; y su asesino, aquí. Sí, es él. Estoy segura. Es él. O casi segura. Su forma de pararse, de mirar de soslayo. Ya no hay dudas. Viene hacia donde estoy. Acaba de sentarse delante de mí. Nuca ancha, sanguínea; en su cuello rapado y rollizo la sangre parece amontonarse de forma caprichosa. Y yo, como si nada. No debería estar como si nada. Y estoy. Sí, estoy así, en este asiento del colectivo 105. Sólo ruego que el hombre no se mueva demasiado. Usa perfume barato y me da mucho asco ese olor.

Dos de la tarde. El 105, a las siete de la mañana es un caos: gente apretada, irritable, desconfiada; pero a esta hora una puede acomodarse a gusto y placer. Y un eventual homicida, también. Es siniestra esta soledad junto a él, detrás de él. Me muero por preguntarle por qué lo hizo: si venganza, si confusión…ay, si conociera la posible reacción de este hombre, no dudaría ni un instante más en sacarme esas dudas. ¿Tendrá él, algo más importante que hacer a esta hora y en este lugar, aparte de matar a Lucía y dejarla tirada en un balcón? Al menos, la hubiese arrastrado hacia adentro. Al menos hubiese borrado los rastros. De haberlo visto en el ascensor no hubiese sospechado de él. Sin embargo, acá y a esta hora, sí. Creo que va dormitando. Cabecea. Singular forma de evitar las miradas. Otra vez ese perfume que va y viene. Ahora sube gente que ocupa el pasillo. ¿Adónde van esas personas a las dos de la tarde? Y este pasajero ni se inmuta ante las miradas acusadoras. Como si él no se hubiese manchado las manos con sangre. ¿Qué lo unía a Lucía? ¿Qué extrañas razones lo obligaron a satisfacer esa necesidad interna, tan suya, para dejarla sin vida? Allá quedó Lucía, en el balcón. Un racimo de flores azul violácea le acaricia el rostro. Es el jacarandá que florece en primavera y se roza inevitablemente con la muerte; recuesta sus ramas sobre el cuerpo de la joven, pero no impide que yo la vea desde mi balcón. El suyo no tiene pendiente hacia ningún lado, y entonces, la sangre no chorrea. La sangre, amontonada como para dar credibilidad al hecho. Lucía inmóvil, ya sin sueños. Nefasto cuadro. Nefasto mi comportamiento, sin capacidad de asombro. Y ahora estoy acá, en el asiento de este colectivo encontrando al asesino de Lucía. Sí. Es él. Duda disipada. El pasajero se inclina hacia abajo y levanta su paraguas. El cielo, sin nubes. No hay indicio de próximas lluvias ni de probables tormentas. ¿Adónde va el pasajero? ¿Por cuánto tiempo piensa desaparecer? Lo tengo tan a mano que no sé si voy a poder resistir la tentación de increparlo. ¿Por qué uno tiene que transitar por estos momentos? ¿Hay necesidad? De verdad, ¿hay necesidad? La respuesta es obvia; de otro modo, no estaría ahora pidiendo permiso para bajar del colectivo detrás del hombre que lleva piloto, paraguas negro y un maletín deteriorado. En el maletín… en el maletín ¿qué? No lo sé. Bajamos casi a la par. Avenida Vélez Sarsfield. El colectivo se aleja dejándome con la responsabilidad de demostrar que Lucía va a tener quien la vengue. No ha pasado tanto tiempo desde su deceso. Todavía puedo hacer justicia por ella. Avenida Vélez Sarsfield. Nosotros, acá. Lucía, tirada en el balcón. La muerte ya no es un puñado de letras. Y el hombre ya no es un pasajero. Apura el paso. Se torna casi una certeza la urgencia que tiene para hacer algo distinto. Seguramente entrará a la casa de afinación de pianos. Se me aceleran los latidos del corazón y tengo miedo. No sé si voy a poder caminar entre pianos viejos detrás de quien ha dejado de ser un pasajero del 105. La casa de afinación es un lugar más que original para que un asesino distraiga la atención de quien ose seguir sus pasos.

Todavía no entramos a ese lugar y ya me está faltando el aire. Él apura el paso. Yo también. Tropiezo. No quiero perderlo de vista. El calor… ¿será el calor que me impide respirar bien? El calor o está sensación de claustrofobia por adelantado, de sólo pensar que entraremos a un mundo húmedo y silenciado. Finalmente, el destino del hombre no es la casa de afinación de pianos. Va al encuentro de una anciana. Apoya el maletín en la vereda y la abraza. La abraza largamente.

No, he decidido entonces que este pasajero no es el victimario. Volveré a la parada del 105. Subiré y bajaré del colectivo cuantas veces sea necesario. Y si la situación lo requiere, terminaré el recorrido hasta encontrar al asesino de la pobre Lucía. 

Lucía sigue en el balcón. Ignoro todavía quién la mató. Aún no entiendo por qué Lucía no huele las flores del jacarandá o por qué no saluda a alguien que viene a su encuentro. Podría haber llamado la atención de otra forma. Podría haber levantado las manos hacia el cielo y sonreír. No, está muerta en el balcón. Debí haber imaginado de antemano un asesino para Lucía si es que quería escribir un cuento policial. A la vista, el 105. En el 105, seguramente un pasajero. De no encontrar al culpable, esta noche no saldré al balcón.  

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