El TALLER 9 tiene estas cosas. El
domingo 5 al mediodía convoqué a un ESPECIAL de apenas doce horas de duración.
Estos son los cuentos producidos en un lapso tan exiguo.
En
casa no tomamos
Silvia Travi
Me levanté a las nueve y media. Preparé
las cosas para la atención de mi familia con la pesadez típica de la rebeldía.
Una norma de dieciocho horas que amanece con un hilo delgado de fiaca y
desemboca como torrente en un delta de gritos y malentendidos. Y a dormir, con
los nervios en corto.
Esta mañana mi hijo
decidió ir a un cumpleaños solo, “remando” con su silla. Tiene derecho, es un
hombre de treinta y cinco años, aunque los padres temblemos de pavor.
¿Y si lo asaltan, lo
tiran de la silla, le pegan? ¿Si se queda varado en la calle?
A veces me pregunto si
esos temores no serán deseos.
Mi marido y yo
suplantamos la bebida, tan presente hoy
en día, por peleas llenas de violencia y
angustia. Nunca a las manos ni al insulto directo. Sí a la incomunicación.
Hace un rato llamó él.
Está con los amigos. Respiro tranquila.
No pienso discutir
durante su viaje de vuelta. Va a venir solo, “remando”, como su padre y yo.
Domingo
caos
Jésica Galeano Jarcousky
Domingo niños. El descanso es imposible.
La mente se aletarga, es el sueño, el dormitarse frente a la computadora.
Intentar ordenar. Juntar ropa sucia, con el cansancio de llevar un pensamiento
elefante. O peor, pensamientos hormigas, muchas hormigas que perdieron su
instinto y van corriendo en diferentes direcciones, pero llevando cada una su
propio elefante.
Hay un montón de loros
hablando al mismo tiempo y cada uno lucha por posicionarse de mis oídos. Esa
batalla descomunal, zoológica que intento acallar.
Mi hija sale al patio,
no la veo y come tierra. Se come a las hormigas con sus elefantes, a los loros
parlanchines y, me devuelve a la realidad.
Casi
un buen día
Joyce Barker
Limpió y ordenó la casa. Aprovechó de
botar antiguos papeles y manuales. “¿Qué haré después?”, pensó, temiendo que el
fin de sus actividades la llevara al aburrimiento y luego, inevitablemente, a
un estado ansioso de querer hacer algo y no saber qué. O peor, que tenga que
hacer algo sin querer hacerlo. No, no podía permitir que el último día de la
semana terminara así. ¿Último? Eso es discutible. “Y ¿qué pasaría si salgo
vestida de…? No, mala idea”, pensó. Se puso una mascarilla facial de pepino, y
esperó unos minutos. “Iré a comprar cigarros con vestido largo”. Abrió el clóset
en busca del vestido de fiesta, pero se encontró con un pequeño hombrecito que
gritó y salió corriendo.
—¡Perdóneme! No era mi
intención estar acá, algo pasó con el dispositivo —dijo, mostrándole una cajita
amarilla parecida a las de fósforos. El hombre no medía más de treinta centímetros,
y estaba vestido de frac.
—¿Qué hacías en mi clóset?
—Fue una equivocación. Debí
aparecer en el bar “Placard”.
—¡Un bar de otra dimensión!
Qué entretenido. ¿Puedo ir? Me tomaría un trago.
—Mejor que no, se
podría asustar. Hay gente extraña y tocan bandas muy ruidosas; venden drogas, y
además tendría que achicarse.
—¡Vamos!
—Pero, señora…
—Me vuelves a decir señora,
y te aplasto.
—Ok —dijo, mirándole la
cara embetunada y el buzo deportivo—. ¿Va a ir así?
—¡Tutéame!
—No puedo, sería insolente.
—Está bien… —respondió
resignada—; ¿allá están tus amigos?
—Sí: Ana, María y José.
Son una banda.
—¡Qué coincidencia! Me
llamo Ana, y tocaba en una. Mira esta foto.
—¡Ana! ¡Eres tú!
—¡Pedro! —lo abrazó fuertemente.
El hombrecito no respondió—. ¡No! —Corrió a buscar el manual para revivir
criaturas, pero lo había botado al ordenar la casa.
Nostalgia
Eri Echilley
El séptimo día de la semana tiene estas
cosas: la nostalgia eterna de un recuerdo en pausa, la añoranza de lo
imposible, los estrépitos de una soledad acostumbrada.
Te escucho, Ma.
Mientras Horacio Guaraní grita desde la casa del vecino. Cierro los ojos y te
veo abrir la puerta, atravesaste el portal dimensional entre la muerte y la
vida para contarme que encontraste las galletitas de oferta en Día, esas que me
gustan. De repente, el ruido del colectivo me cachetea la melancolía y
desaparecés.
Me hago la tonta, pero
te extraño. Engañó al dolor de tu recuerdo anotándome en cuanto curso se me cruce.
Mi carrera se remanga los puños y me saca a flote. Qué difícil hacer que flote
una piedra del tamaño del mundo, “pero no imposible", dice la literatura, mientras
escribo una parodia de Hansel y Gretel con Kristeva y Luisa Valenzuela.
He empezado a creer que
los domingos y yo somos enemigos mortales, porque la nostalgia me transporta
hasta tu sonrisa, pero me cierra la puerta en la cara.
La casa de la abuela es
ese lugar seguro al que viajo para abrazarte fuerte. Ahí mi infancia me espera
sentada debajo de la parra comiendo unas Manón. El abuelo le pone una sombrilla
a la pelopincho y nos metemos a la sombra, mientras vos tomás mates con la
abuela. De pronto, salgo corriendo de la pileta, esquivo un par de tábanos y te
abrazo con la fuerza de un amor que se quedó en pausa.
Suena el teléfono. Vuelvo al presente, a la puñalada certera de ser la última persona que apaga la luz al irse a acostar. El domingo termina. Cierro las persianas. Tu silla vacía ahora sostiene un cúmulo de ropa. Te tiro un beso al viento y me desplomo en la cama.
Muy buenos todos! Disfruté de la lectura. Felicitaciones chicas!!
ResponderEliminarBuen trabajo 👍
ResponderEliminarSaludos
Estupendos los textos.
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