ERA PEDRO
Claudia Isabel Lonfat
Siempre
me dio miedo salir sola, pero era sábado, la noche estaba cálida, y las pocas amigas
que me quedaban, sin novio o separadas, no contestaban el teléfono; parece que ya
tenían otros planes. Quedarme en casa sola, viendo viejas películas, era deprimente,
sobre todo después de una larga convalecencia. Pero ya estaba todo bien. El
dolor que me atravesaba había desaparecido por completo. Me armé de valor y salí.
Subí
al colectivo, descendí por Corrientes, y el resto en taxi hasta el bajo. Esas
calles húmedas y mal iluminadas me asustaban. Todos parecían fantasmas. Llegué
al bar a las dos de la madrugada. Explotaba de gente. Un grupo que me vio
perdida, me hizo señas para que me uniera a ellos. Estaban todas las mesas
ocupadas. Acepté.
Salvo
por una parejita, el resto no se conocía de antes. Habían caído como yo, solos.
Dos chicas y tres chicos que pertenecían claramente a distintas tribus urbanas,
sin edades ni sexo definido. Nadie hablaba, ni siquiera la parejita entre ellos.
Todos pegados a sus celulares, sacando fotos. Algunos más desinhibidos bailaban
solos. Yo me sentía cómoda, demasiado quizás, porque a nadie le importaba lo
que hacían los demás. Era lo opuesto al ámbito laboral y familiar que conocía;
y odiaba.
De
pronto me llegó un mensaje al Messenger: “Mirá hacia la mesa pegada a la Venus
del Milo”. Giré la cabeza hasta que encontré la vieja estatua tallada en mármol,
y pegada a ella vi la cara sonriente de Pedro. Quedé paralizada. Pedro no podía
ser, era imposible.
La
última vez que lo vi fue hace casi diez años. Habíamos ido al cine, a comer hamburguesas,
y después caminamos hasta la terminal de Retiro. Nos gustaba esperar el tren,
elegir los asientos enfrentados para continuar la charla mirándonos. Yo me bajé
en Devoto y él siguió hasta Palomar.
Dicen
los testigos, que poco antes de bajar, unos chicos quisieron robarle la mochila,
y lo empujaron. Perdió el equilibrio, se cayó del tren todavía en movimiento, y
se desnucó. Yo me enteré al mediodía, cuando llamé a su casa, y bueno; velorio,
entierro, culpa, dolor, y una profunda tristeza que se quedó. Y ahora Pedro me
saluda sonriente, con ese rostro tan querido pegado a la Venus.
Pedro
está muerto, y los muertos no vuelven, esto no es una película, no estoy
drogada, ni estoy sufriendo una alucinación o pesadilla. Él me recuerda
momentos lindos, como el día que nos escapamos del colegio saltando por la
ventana del aula que daba a la calle, cuarto tercera turno tarde. Nadie se
hubiese atrevido a tanto, pero Pedro tenía esos arranques imprevistos. La reja
estaba rota. Estuvimos toda la tarde en el cine. Vimos Thriller cuatro veces, y después practicábamos los pasos,
compitiendo para ver a quién le salían mejor. Fuimos inseparables, hasta que la
muerte me lo arrebató.
Dicen
que hay muertos que no aceptan su condición, que no soportan salir del reino de
los vivos. Quizás sea verdad.
Pedro
está muerto.
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