FUERA DE LUGAR
Joyce Barker
Volvió
a su casa después de haber pasado la tarde con su familia. Pero aún sentía, a
pesar de haberse reído todo el día, un gran vacío en su pecho. Por más que
dejara que sus pensamientos se esfumaran escuchando música, su malestar se
hacía más grande e insoportable. “No debí decirle eso, qué estúpida fui, qué…”.
Sus pensamientos cesaron súbitamente al ver que al otro lado de la ventana
estaba suspendido José, su amigo.
—Hola,
Ana. Abre la ventana, por favor, que hace frío. Perdí tu contacto, por eso vine
así. Necesito que me devuelvas los libros, ¿puede ser?
—¡Qué
bueno verte! —exclamó Ana, haciéndolo pasar a su departamento—. Pensé que no
querías verme más. ¡Y más encima llegaste de este modo! Estoy sorprendida.
—Bueno,
sabes que no es tan fácil esta forma de viajar, es extraño que funcione. Pero
hoy pude, y pensé en visitarte y bueno, aprovechar de llevarme mis libros —respondió
acomodándose en el sofá.
—Ahí
están, te los iba a llevar, pero como no respondías… —Fue a buscar una botella
y dos copas—. José, quería decirte que lo siento, no debí incomodarte con eso,
pensé que sería una buena idea, y me equivoqué. A veces me desubico. Pero sabes
que estoy de tu parte ¿cierto?
—Sí,
sí. No te preocupes. —José suspiró con algo de enojo por hacerle recordar ese
suceso tan nefasto.
—Bueno,
y entonces, ¿qué hacemos ahora?
—Tomémonos
esto y salgamos a dar un paseo.
—Excelente
idea, pero no me acuerdo de cómo volar.
—No
importa, yo te llevo.
Se
tomaron la botella y se sentaron en la ventana. José le dio la mano y saltaron,
quedando suspendidos en el aire, para luego sobrevolar la ciudad de noche. Había
pasado tanto tiempo de la última vez que Ana había podido hacerlo que ya no se
acordaba, pero al darle la mano a José, quedó suspendida igual que él. Claro que
si lo soltaba, caería como un saco de papas.
—José,
no quise decirte eso.
—Ah,
¿vas a seguir? Te dije que no me importaba. Que estaba todo bien.
—Lo
que pasa es que pensé que…
—Ana,
no sigas con eso, por favor. Me estás agotando, y te lo digo en serio —dijo
José con un tono grave—. ¡Mira ese edificio! No lo había visto antes —continuó,
tratando de desconcentrar a Ana de esa insoportable obsesión por querer hablar
de temas incómodos. José comenzaba a perder la paciencia.
—Sí,
es un buen edificio, ese lo construyeron hace dos años… Y, José, esa vez te lo
dije porque…
—Suficiente.
No quiero hablar más del tema. ¿Acaso no te tomaste tus pastillas? Cuando no te
las tomas no hay quién te pare.
—¡Qué
importa eso!
—¿Te
las tomaste o no? Porque si lo hiciste, y sigues hinchándome con ese tema, bueno,
estaríamos en problemas. ¿Entiendes lo que te digo?
—¡No
me cambies el tema! Te quería decir que…
—Basta,
lograste saturarme. Adiós.
—¡José!
—gritó Ana, cayendo a gran velocidad sobre el edificio que observaban.
“¡Qué
mujer más enferma!”, pensó José mientras volaba al departamento de Ana a buscar
los libros. “¿Tendrá más de ese vino? Estaba bueno”.
Joyce, me encantó; original, bien redactado ;)
ResponderEliminarUn placer
Gracias, Claudia!
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