martes, 31 de mayo de 2022

LOS CUENTOS DEL CAN CERBERO - NUEVA SERIE - 018

 

Los cuentos de la vieja Hildy

Alejandro David Castro

Oscar De Los Ríos & Sergio Gaut vel Hartman

 


Atravesamos el arroyo, que no debía tener mucho más de veinte centímetros de profundidad, y tras patinar un poco en la barranca, alcanzamos el terraplén. El sendero corría paralelo al curso de agua y estaba flanqueado por un pastizal. Trepamos la colina y muy pronto estuvo a la vista la casa de Hildy Sturgeon, la vieja escocesa que solía contarnos historias de aparecidos y muertos vivos.

—Ya no somos niños, José —dijo Mirna, que había estado en desacuerdo con mi idea de hacer aquella visita desde un comienzo.

—No está mal recuperar la niñez —repliqué—. Y lo más interesante es que si la casa existe la vieja aún debe estar viva.

—Entonces debe tener más de cien años —acotó Francisco, feliz de habernos acompañado. Siempre fue el más imaginativo del grupo, y según afirmaba, los cuentos de la vieja Hildy lo habían impulsado a convertirse en escritor.

La vieja cabaña de troncos se levantaba solitaria en la cima del cerro donde nacía el arroyo que acabábamos de cruzar, a un centenar de metros del barranco. El viento norte nos dejaba sentir una brisa suave, que traía el olor a la torta horneada por la vieja Hildy.

A pesar de la protesta de Mirna, y más allá de la felicidad de Francisco, yo tenía mi propio motivo para que estuviéramos allí, ese día. Apuré el paso, acelerando hasta derivar en carrera.

—El último en llegar a la puerta llama a la vieja y le pide que narre un cuento —gritó Francisco, pasando como una tromba a mi lado.

Mirna, tras lanzar un alarido, comenzó a correr como si el diablo le pisara los talones.

Francisco y yo frenamos unos metros antes, pero Mirna, sin poder detener la carrera, dio de bruces contra la puerta que cedió ante la embestida, quedando desparramada en el suelo de la cocina. La puerta nunca tuvo tranca ni llave, la fama de bruja protegía a Hildy. Nadie se hubiera atrevido a irrumpir sin permiso.

Nos miramos intercambiando una sonrisa cómplice. Hay cosas que, por más que pasen veinte años, no cambian.

—Despacio muchacha, ya dije que te puedes lastimar.

Fue como si el tiempo no hubiera pasado, volvimos a ser niños otra vez. Aunque la habíamos escuchado mil veces, la voz cascada de la vieja Hildy, nunca dejaba de sorprendernos. Sabíamos que sonaría vibrante y aterradora durante el transcurso de la narración de una historia.

Mientras Mirna se incorporaba, Hildy, golpeando las tablas del piso con su bastón, nos indicó que pasáramos.

—¡Queridos muchachos! Los estaba esperando. —Mirándome de frente continuó—. Veo que cumpliste, José, y estás aquí para escuchar la continuación del cuento que estaba narrando el día en que viniste solo —y sus ojos refulgieron con malicia al decir—: Imagino que ya les habrás contado a tus amigos la primera parte.

Sentí las miradas inquisidoras de Mirna y Francisco como látigos que castigaban mi espalda.

—Sinceramente, no me atreví, y esperaba que te hubieras olvidado de esa historia —atiné a contestar justificando mi cobardía.

—Sin embargo, hoy es el día y tú lo sabes; has venido acompañado, como te lo pedí; hiciste bien, pero deben saber que también puede ser una mala interpretación de una mente vieja y cansada como la mía.

Con un ademán nos invitó a sentarnos mientras se perdía en la habitación contigua.

—¿Qué es esa historia que no nos contaste, José? —susurró Mirna. En la pregunta de se notaba cierto reproche e indignación por mi actitud—. Me da mala espina todo esto.

Tal vez debía haberles contado qué haría, o desistir de la visita, pero el presente era otro y ahora debía sincerarme y decirles la verdad.

—Hace cinco meses atrás, Hildy me contó la triste historia de la pequeña Katy que asesino a su familia luego de volver del colegio, sin que hubiera motivo alguno para semejante atrocidad. —Un silencio perturbador se percibió en el ambiente mientras esperaban expectantes que continuara con mi relato—. Hace ya más de setenta años, en estas mismas colinas sucedió la trágica historia de los O'Donnell a la que Hildy hace referencia, los cuerpos se encontraron en su dormitorio sin señales de haber ofrecido resistencia alguna, con profundos cortes en sus gargantas mientras que Katy, la única hija del matrimonio, fue hallada en estado de shock con una cuchilla ensangrentada en las manos.

—¡Vamos, hombre! —acotó Francisco levantándose de su silla y agregando con cierto tono burlón—: ¿No creerás que las historias macabras de Hildy son verdaderas? Es bien sabido que posee una frondosa imaginación, pero esto lo supera todo.

—Espera, hay más todavía, no termina ahí la historia.

—Vamos, José, ¿qué estamos haciendo acá? y… ¿qué es eso del día? —replicó Mirna.

Con un ademán les indique que hicieran silencio en el preciso momento en que regresaba la anciana.

—¿Los pusiste al corriente de mi relato?

—Sí —balbuceé—. No están demasiado felices de que los haya traído engañados hasta tu casa.

—No es engaño —dijo Hildy moviendo una mano por encima de su cabeza. Fue un gesto enigmático que no pasó inadvertido a Mirna y Francisco—. Y la historia de Katy O’Donell no es ficticia, aunque lo sea el nombre.

Marcia se frotó las manos, muy nerviosa, y Francisco empezó a buscar un punto de fuga. Yo esperé que mis palabras los tranquilizaran.

—Katy es muy hábil con el cuchillo. No les dolerá casi nada.

 

 

 

 

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