miércoles, 4 de mayo de 2022

LOS CUENTOS DEL CAN CERBERO - NUEVA SERIE - 009

El incidente

Dolly Lora Arias

Hernán Bortondello & Mirta Leis

 

Noche de primavera, marzo, segunda semana. Temperatura y olores exquisitos. Mis apellidos, revueltos, como mi herencia, ¡claro! Mi bisabuelo materno, de piel morena, ojos turquesa, tenía humor perruno. Mi bisabuelo paterno, español, ojos como día sin nubes, piel blanca, iracundo.

Mientras mi mal humor subía, leí en Messenger un mensaje de un nombre desconocido, anglosajón, en inglés:

—¡Hola, bella dama! Es un placer saludarte.

—No sé quién eres —respondí—. ¿Por qué me escribes? ¿Quién te dio permiso?

—¡Oh...! Tan bonita y tan malas maneras. ¿Por qué tan grosera? Leí tu perfil, soy viudo. Me gustó todo de ti. ¿Podemos ser amigos?

Casi morí de vergüenza, corrí. Tres días después, regresé; estaba en línea.

Escribió:

—¡Buenas noches! ¿Cómo has estado? Si no te incomoda me gustaría saber más de ti.

—Sabes tanto de mí —respondí—; dime tu edad, por favor. Disculpa mi mal humor. Fue un día horrible.

—¿En serio? ¿Seremos amigos? Bueno, tengo cincuenta y ocho años, soy contratista independiente y también trabajo como representante de una compañía de petróleo y gas. Me ocupo de cables subterráneos pesados, de cobre para construcciones y redes de telecomunicaciones, suministro bienes, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos. Vivo en Miami, Florida. Ahí, vivo.

—No creo que podamos ser amigos —le respondí—. Soy ocho años más adulta. Una relación necesita más, no solo el estado civil de dos personas.

— ¿Has venido a los Estados Unidos? —Escribió su número de teléfono—. Escríbeme por WhatsApp. —Fue su último párrafo.

Pasó una semana y no dejé de entrar al Messenger una sola noche. Él estaba en línea pero no se dirigía a mí. Por mi parte no iba a dar un paso más y menos comunicarme a través del número de su celular. ¿Aquél desconocido creía que yo iba a picar su carnada como pez desesperado? Me costaba admitir que aquél hombre de Miami me había intrigado, por no decir interesado. Llegó la octava noche y a las dos de la mañana me di por vencida. Vamos, me dije, que estás vieja para mentirte. Decidí entonces contactarlo por WhatsApp.

—Hola… —alcancé a escribir, petrificándome de repente como una tímida quinceañera.

Con la mirada fija en la pantallita, contuve la respiración.

—Pensé que no volvería a saber nada de ti otra vez… —Al leer sus palabras en el celular, aliviada, exhalé el aire contenido.

—¿Otra vez? Pero si serás exagerado, solo esperaste tres días para nuestra última conversación. ¿No ibas a volver a escribirme si yo no lo hacía? —pregunté algo picada.

—Sinceramente, yo estaba arrepentido de haberte contactado e iba a dejar las cosas como estaban. Pero, como verás, no pude evitar hacerlo. Te dije lo de no volver a saber de ti recordando mil novecientos setenta y siete, cuando desapareciste de nuestras vidas…

—¿Qué me estás diciendo? —Sentí que el piso se esfumaba bajo mis pies.

—¿Podés traducir mi nombre? —preguntó, misterioso.

Aturdida, usé el Google: Bob Blacksmith era Beto Herrera. Sentí una puntada en el pecho. ¡Alberto!

—¡Hermano! —tradujeron mis nerviosos dedos. ¿Cómo pudo encontrarme?, pensé. Siempre creí que mi pasado había quedado enterrado en Argentina, cuando escapé cruzando el río al país vecino y tomé aquél vuelo al otro lado del océano. Mi vida y la de mis compañeros de grupo estaba amenazada por la Junta Militar que gobernaba el país. En el mismo lugar en que yo me escondí estaba Beto, arriesgado, comprometido con la causa revolucionaria, un intelectual sobresaliente y, además, un seductor nato en cuyas redes me vi envuelta sin saber cómo, pero disfrutando los placeres de la pasión.

La única manera de abandonar el país era delatando a esos compañeros de escondite, así me lo hicieron saber mis familiares, entonces, después de mucho pensar decidí jugar en contra de los ideales y escapar para salvar mi vida. Supe que habían allanado esa casa y que fueron detenidos. El posible destino infausto de ellos muchas veces atormentó mi descanso, pero sepulté mis culpas en el oscuro rincón de la negación. Pero ahora él estaba allí, enarbolando el fantasma de un pasado de traiciones que me empeñé por desconocer.

Lo llamé hermano, sin darme cuenta que el nombre se clavaba en mi mente con más fuerza, empujando la piedra que sellaba la tumba de los recuerdos y aquellos fantasmas llevarían para siempre el carro de mi destino.

 

3 comentarios: