martes, 24 de mayo de 2022

LOS CUENTOS DEL CAN CERBERO - NUEVA SERIE - 016

La partida

Alejandro Bentivoglio, 

Georgina Montelongo & Dora Gómez Q


El primer misil cayó en el medio del pueblo, pero no explotó. El segundo y el tercero pasaron bastante lejos. Los pobladores se acercaron al enorme armatoste clavado en la casa de uno de los más viejos habitantes que allí vivían y trataron de ver si la familia estaba bien.

—Sí, estamos bien —dijo el anciano Wilson—. Es solo… esta cosa que hundió la casa.

En verdad, el misil era un asunto bastante grande y siempre cabía la posibilidad de que se decidiera a explotar. Pero Wilson no quería llamar al ejército. Estaba a mitad de una partida de ajedrez y aseguraba que tenía todas las de ganar. Y eso no era algo que ocurriera fácilmente cuando se enfrentaba a su archi rival, el anciano Borich, un anarquista que en su juventud había aprendido a jugar al ajedrez y a colocar bombas con la misma fluidez. Wilson dijo que tendrían que esperar. Ninguna protesta tendría efecto. Que esperaran. La partida era esencial. Algunos le dijeron que simplemente se movieran a otro lugar y que siguieran jugando. Pero Wilson se negó. Aseguró que la buena suerte podría abandonarlo si se iban a otro lado.

—Que caiga un misil en medio de la casa creo que no habla de buena suerte —dijo uno de sus vecinos—. Además, la suerte no tiene nada que ver en el ajedrez, es un juego de estrategia.

—¡La estrategia también se ve afectada por la suerte! —exclamó Wilson, dando a entender que nada iba a hacerlo cambiar de opinión.

Aunque sonaban las sirenas anunciando que más misiles caerían en breve, Wilson trataba de no perder la concentración para adelantar en su mente la próxima jugada. Alrededor del misil sin explotar caían pedazos de mampostería, la araña colgaba del techo por un solo cable, producto de la onda expansiva de los misiles que sí habían explotado. Sin luz y ante la proximidad de la noche, se podían oír las voces alteradas de la gente que corría hacia los refugios, mientras Wilson creía aproximarse el final, absorto y ajeno al entorno. Hasta entonces estuvo haciendo movidas de espera sin poder pensar una estrategia efectiva por los gritos de advertencia para que se vaya de allí y continúe la partida en otro sitio. Pero ahora había logrado atraer al rey adversario a una zona del tablero en la que le resultaba muy difícil defenderse. Borich, aunque advertía el peligro no podía salir de esa posición, pensaba Wilson. Y en su imaginación los gritos de la gente que provenían del exterior eran el rumor de exclamación aprobando su jugada, de un público inexistente. Ni la araña a punto de desprenderse sobre su cabeza, ni el silbido de misiles cayendo, ni la probabilidad de que pudiera estallar el que decoraba su casa lo iban a distraer. Se sentía con suerte, este era su día y no se lo podrían arrebatar, aunque veía con extrañeza al viejo Borich que sonreía enigmáticamente.

La mirada de Wilson se clavó en el misil. Cerró los ojos, y al abrirlos, sonrió como no lo había hecho en años. ¡Ahí, en su cabeza, estaba la jugada que necesitaba para derrotar a Borich! El movimiento era arriesgado, tenía que mover con mucho cuidado a su dama, pero si lo hacía a la casilla correcta, el triunfo sería suyo. Una excitación fuera de toda lógica se adueñó en segundos del cuerpo de Wilson y lo hizo dar vueltas en círculo alrededor de la vivienda. Alzaba los brazos y reía al mismo tiempo. Era como si aquellas voces que al principio escuchaba rogándole que se salvara, ahora estuvieran a espaldas suyas alentándolo a que hiciera ya el movimiento.

De pronto y en medio de su delirio, Wilson quedó de frente al misil. ¡Sí, ese armatoste que había llegado a instalarse en su casa sin avisar, era el que le había dado suerte! La estrategia también se ve afectada por la suerte, recordó. Y antes de hacer el movimiento en el tablero, decidió hacer uno más. Se abrazó al misil con tal fuerza y excitación, frotando su cuerpo con frenesí, que hasta una erección le provocó al viejo.

Nadie supo lo que pasó en esos minutos, la gente solo escuchaba los ruidos de la mampostería que seguía cayendo. Seguro la araña también cayó del cable. Dicen los vecinos que después de la explosión, no quedó ni rastro de los cuerpos de los contrincantes, pero alguien, en alguna de esas noches posteriores, creyó ver en la penumbra a un hombre viejo y corpulento, muy parecido al viejo Borich, quien caminaba lento y sonreía enigmáticamente.


1 comentario:

  1. “En los Mabinogion, dos reyes juegan al ajedrez en lo alto de un cerro, mientras abajo sus guerreros combaten. Uno de los reyes gana el partido, un jinete llega con la noticia de que el ejercito del otro ha sido vencido. La batalla de hombres era el reflejo de la batalla del tablero”. Jorge Luis Borges, Guayaquil (El informe de brodie, 1970)

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